DEL HUANACAURE A CAJAMARCA
(NOVELA HISTÓRICA)
PRESENTACIÓN
Como
en los legendarios imperios orientales, en América surgió, entre la
majestuosidad de los andes, la sobriedad de sus desiertos y la fecundidad de
sus valles, el fabuloso imperio de los cuatro suyos. Sus gobernantes, llamados
incas, los divinos hijos del sol llegaron a extender sus dominios en un
territorio de más de dos millones de kilómetros cuadrados. Hubo en ese imperio orden y
abundancia, jamás se vio hambrientos ni mendigos, gracias a la sapiencia de sus
gobernantes; sin embargo los beneficios originados por las conquistas, la
soberbia de la élite gobernante, el crecimiento y ambición cada vez mayor de la
nobleza imperial, originó que en la etapa apocalíptica del imperio se fueran
perdiendo muchas de las virtudes que habían favorecido su grandeza.
Pertenecen
a esta última etapa del tawantinsuyo los personajes de la presente novela.
Unidos por los lazos del destino, padre e hijo, llevaron semejanzas innegables:
ambos salieron del Cusco para no volver jamás a la capital imperial; sus vidas
se desarrollaron en medio de cruentas y prolongadas guerras, de ribetes
homéricos, interludiadas por el frenesí delas orgias cortesanas, de carácter
versallesco, de cuyos placeres fueron creyentes consumados; ambos fueron
valerosos en el combate, inflexibles en sus decisiones y crueles con los
traidores y rivales; finalmente ambos serían traicionados y encontrarían
trágica muerte por obra de sus enemigos.
Esta
es la historia que se desarrolló desde las faldas del sagrado Huanacaure hasta
el fatídico encuentro de Cajamarca.
PRIMERA PARTE
INDICE
I.- EL HUARACHICUY
IMPERIAL 01
II.- TEJIENDO LAS
REDES DE UNA CONSPIRACI ON 05
III.-CONSOLIDANDO EL
PODER DE LA PANACA IMPERIAL 07
IV.-LOS GENERALES DEL
INCA 11
V.-LA ALIANZA REBELDE 13
VI.-LOS PLACERES DE
TUMIBAMBA 25
VII.- EL DESTINO
TRÁGICO DE COCHESQUI Y CARANGUE 31
I.-EL HUARACHICUY IMPERIAL
Los
pututos imperiales anuncian la llegada del Inca. Su presencia ha de anunciar el
inicio de la ceremonia del Huarachicuy. Esta vez hay un motivo especial para la
presencia del gran Guayna Capac: un
príncipe hijo suyo participa en ella.
El sumo
sacerdote se dirige al encuentro de la litera del Inca que ya se ha
posesionado, con su cortejo, en la parte alta de la explanada frente al sagrado
Huanacaure.
—¡Oh
gran señor! ¡Divino hijo del sol que con tu presencia bendices el Huarachicuy,
todo está listo! —Dice el willac uma.
El Inca
levanta la vista y contempla, regocijado la numerosa presencia de las
delegaciones de nobles que han llegado de los cuatro suyos, y esperan ansiosos
el inicio de la ceremonia. Sus coloridos estandartes brillan al sol. El sumo
sacerdote, en actitud sumisa, alcanza a Guayna Capac la “aquilla” con chicha
para la libación sagrada. Éste la toma entre sus manos y se adelanta unos
pasos.
—¡Oh
padre sol! —Grita con voz potente— ¡Oh Creador del mundo y de todos tus hijos
aquí presentes! ¡Padre de la rubia cabellera, recibe esta ofrenda de tu hijo y
bendice esta ceremonia! —El inca musita unas oraciones en voz baja, hace una
aspersión con los dedos y luego bebe. Se dirige al usnu y delicadamente echa la
chicha sobre él—. Mi padre ha bebido Willac Uma. Quiero saber la respuesta de
mi padre el sol, si es o no propicio para este Huarachicuy.
—Enseguida
Sapa Inca.
El
Willac Uma hace unas señas y cuatro sacerdotes trasladan una llama hacia el
usnu, gran piedra tallada para altar de
sacrificios. El animal es sujeto por los sacerdotes. El Sumo sacerdote
asumiendo el papel de calparicuqui hunde el puñal y abre el pecho de la llama;
luego de beber la sangre, extrae el corazón y lo arroja en un brasero, que para
tal fin está colocado al lado del altar. Se queda mirando el humo que sale de
él; luego arroja unas hojas de coca y unas sustancias aromáticas que hacen
elevar unas lenguas de fuego azuladas y humo blanco. El sacerdote lee en esas
manifestaciones el mensaje de los dioses andinos.
—¡Vida
eterna para ti, divino Sapa inca —Una expresión de alegría inunda el rostro del
sumo sacerdote—. ¡Tu padre el sol, todos los dioses y espíritus nos brindan su
proyección!. Muchos leales y valientes varones nos dejará este Huarachicuy.
Rebosante
de júbilo, el inca, hace una indicación a su general. Éste, a su vez, dice:
—¡Que
suenen los pututos!
El
ulular de los pututos imperiales llena el valle, anunciando el inicio de las
actividades ceremoniales del Huarachicuy. Amautas, sacerdotes, y capitanes se
movilizan para formar los grupos de competencia.
—Te veo
nerviosa, princesa. No debes preocuparte. Amautas destacados y esforzados
capitanes han preparado bien a tu hijo. —dice uno de los sacerdotes que está
entre los nobles espectadores.
—¡Lo
sé! —responde Palla Coca—, ha cumplido con todas las condiciones que requería
su entrenamiento; el mismo ha preparado su vestimenta, su calzado y hasta sus
armas para la competencia; tal como lo indicaron los amautas; aun así
tengo miedo.
—¡Confía
en él! ¿Temes que no logre captar la atención del inca?
—Ya no
sé ni qué pensar. Me bastaría con que pase las pruebas, aunque no ocupe el
primer lugar.
—Su
dignidad y linaje exigen algo más de lo que tú dices. Debe sobresalir en las
pruebas, princesa.
La
estentórea voz del qollana imperial, jefe militar, interrumpe la conversación
entre la princesa y el sacerdote. Se ha decidido que las competencias se
inicien con las pruebas de resistencia. Los aspirantes harán una carrera hasta Sacsayhuaman; allí recogerán las
insignias de su panaca y regresarán al punto de partida.
Aproximadamente
hay unos 500 huaynas en el punto de partida. Cuando se da la orden parten
velozmente.
—¡Que
vengan las taki acllas! —ordena el sumo sacerdote.
Los
sacerdotes, que secundan al Willac Uma, dan unas órdenes y aparecen unas
mujeres que oscilan entre 9 y 14 años. Su tarea en la rígida organización de
las acllas es bailar para entretener al inca y la nobleza, mientras se realiza
la carrea. Quenas, antaras, tinyas y tambores acompañan los delicados pasos de
las acllas.
—Veo
nuevos rostros entre las taki acllas —dice Apo Challco
—La
mayoría. Son del último acopiamiento del chinchaysuyo —responde Apu Rupaca—,
también se han renovado las cayan huarmi y las vinachicuy. Veo bastante alegre
al sapa inca.
—Porque
participan varios príncipes.
—Siempre
participan príncipes, noble señor — replica Apu Rupaca.
—Pero
hoy participa alguien a quien el inca le pone especial atención, el hijo de la
princesa Palla Coca; a pesar que ella ya no es la favorita.
Apu
Rupaca se queda pensativo, luego responde:
—¿De
qué manera nos afectaría a nosotros esto? La coya aún no tiene descendencia.
—¡Cierto!
—Por lo tanto aún no hay sucesión
legítima de Guayna Capac —sentencia Apu
Rupaca
El ulular de los pututos
imperiales interrumpe la conversación de los dos sacerdotes de alto rango. Se
anuncia la llegada de los primeros chasquis.
—¿Qué estandarte llega? —pregunta
la princesa Palla Coca al sacerdote con el cual está conversando.
—¡Es
de la panaca imperial de Guayna Capac , princesa!
El rostro de Palla Coca se
ilumina y en sus ojos hay un brillo de alegría; pero luego pensó «hay muchos
nobles de la panaca que compiten».
—Ya se acerca el portador
¡Princesa, es tu hijo! —exclama entusiasmado el sacerdote.
Palla Coca no cabe en sí de
alegría; su hijo va ganando, hasta el momento, la primera prueba de
resistencia. El mozo llega al centro del campo y clava su estandarte. Un joven
de la panaca de Viracocha clava su estandarte en segundo lugar. Otros van
llegando después.
—Tienes motivo para sentirte
orgullosa princesa —dice Auqui Topa, hermano de Guayna Capac.
—¡Lo estoy!, gracias noble señor.
—Es la respuesta de Palla Coca.
Los amautas y capitanes van
anotando la llegada de los competidores para seleccionarlos para las siguientes
competencias. Los resultados de las pruebas van a determinar, inclusive, la
ubicación de los aspirantes en la nobleza
inca.
Siguen las pruebas: puntería con
el arco, carrera de velocidad con obstáculos, pruebas de equilibrio, pruebas de
fuerza, pruebas de habilidad. Ni el hambre ni la sed hacen mella en los
competidores, que no se dan tregua.
—Ya veo porqué el Sapa inca tiene
cierta voluntad hacia el hijo de Palla Coca. En todas las pruebas individuales
ha estado entre los mejores o ha sido el mejor. —Observa Apo Challco.
—No hay duda que está llenando
los ojos del divino inca —añade Apu Rupaca.
—¿Hay que
preocuparse? —interroga Apo Challco.
—¡Ya he dicho, noble señor que
aún no ha nacido el sucesor legítimo; por lo tanto están vivas las condiciones
para…
—¿Y si no naciera? —interrumpe Apo Challco—, es claro que
siempre tendrá que nombrar un sucesor. Lo que estamos viendo es que, en este
Huarachicuy, está saliendo una buena opción.
—Así parece —afirma Apu Rupaca.
—Se rumora que el Sapa inca va a
preparar una campaña al chinchaysuyo ¿A quién crees que deje en el trono? —dice
Apo Challco
—¡Sea quién sea! ¡Creo que es la
oportunidad para recuperar el poder político que el sapa inca, su padre y el
padre de su padre nos han arrebatado! —dice eufóricamente Apu Rupaca, luego,
más calmado añade—, dentro de las posibilidades, tenemos que realizar un
acercamiento con la madre del joven príncipe.
—¿Con Palla Coca?
—¡Sí!, ella siempre ha
demostrado, aunque tímidamente, tener un gran interés en que su hijo sea el
preferido del divino inca, si nosotros demostramos que estamos de acuerdo en…
—¿Apoyar a un Hanan? —exclama Apo
Challco.
—Si es necesario, sí…piénsalo.
La tarde ha caído. Amautas y
capitanes han seleccionado a los waynas que continúan en la contienda.
Los pututos imperiales anuncian
la sus pensión de las actividades hasta el siguiente día. Falta la prueba
final, la gran batalla
II.- SE EMPIEZAN A TEJER LAS
REDES DE UNA CONSPIRACIÓN
La luz de las antorchas de
palacio dibuja una silueta en los jardines. La sombra se mueve sigilosa.
—Princesa, Palla Coca, noble
descendiente de la panaca del gran Pachacuti. Celebro encontrarte en mi camino.
El Willac Uma ha salido al
encuentro de Palla Coca, fingiendo un encuentro casual.
—¡Willac Uma!, ¡que sorpresa!
¿Por qué has abandonado el Coricancha
tan noche —exclama sorprendida la princesa.
—Asuntos urgentes relacionados
con la batalla de mañana que quiero sugerir al divino hijo del sol; pero temo
que sea muy tarde para molestar al inca, por eso me retiro.
—Me parece que es una buena decisión
—Aprovecho para decirte, noble
señora, que he visto el actuar de tu hijo el día de hoy. No hay duda que el
Sapa inca se sentirá satisfecho —comenta el Willac Uma y luego añade
maliciosamente—, ante la ausencia de un hijo de la noble coya me gustaría que
él sea el heredero.
—¡Es mi mayor deseo! —dice
precipitadamente, Palla Coca. Dándose cuenta de que cayó en una trampa, añade—,
si nuestro padre el sol y su divino hijo lo permiten.
—No te preocupes princesa. He
visto sus cualidades. Inclusive estaría decidido a apoyar esa opción, ya que
con ello recobrarían su brillo las antiguas panacas, como a la que tú
perteneces. —dice calculadoramente el sumo sacerdote.
—¡Mi hijo pertenece a la panaca
de Guayna Capac Willac Uma! —dice firmemente Palla Coca—, y es fiel a ella como
lo soy yo.
—Eso…eso lo entiendo, princesa
—aclara el sumo sacerdote, algo sorprendido por la reacción de Palla Coca—,
sólo trato de mostrarte los beneficios de tener un hijo emperador. Estoy seguro
que mañana tu hijo seguirá llenándose de triunfos.
El Willac Uma hace una venia y se
retira del jardín para salir del palacio. Ha logrado su cometido: saber si
Palla Coca podía entrar en sus planes. Ahora sabía que no; por lo tanto tampoco
podía contar con el hijo. Su silueta se pierde en las sombras.
Suenan los pututos anunciando el
inicio de la prueba final. Los aspirantes que han pasado satisfactoriamente las
pruebas individuales y colectivas, del día anterior, han sido ubicados en dos
grupos. Uno de ellos defenderá Sacsayhuaman; el otro tiene que tomarlo. Es la
prueba final en la que se medirá el valor, la inteligencia y la capacidad de
organización en el combate. Se ha echado a la suerte la ubicación de los grupos
en la batalla. El hijo de Palla Coca está entre los atacantes
—¡Mira divino Sapa inca! ¡Gran
esfuerzo ponen estos mozos en mostrar sus cualidades! Ninguno de los dos bandos
da tregua. Están quedando muchos heridos.
—Tienes razón Willac Uma. Honran
sus armas. Dignos hijos del Inti omnipotente
La lucha es tenaz por ambos
bandos y dura más de una hora sin que hubiese ganador. Los atacantes no pueden
tomar Sacsayhuaman, ni los defensores pueden derrotar a los atacantes.
—¡Oye ese griterío Sapa inca!
¡Los atacantes han abierto una brecha!, ¡Allí, en el lado norte! —dice
entusiasmado el Willac Uma, señalando el lugar.
Guayna Capac, inmutable, asiente
con la cabeza. El griterío aumenta al interior de la granítica mole. Uno a
uno, los bastiones de Sacsayhuamán, son
tomados. Los estandartes de los defensores van desapareciendo gradualmente y, en
su reemplazo, aparecen los estandartes de los atacantes. Finalmente la victoria
de los atacantes es total.
Un chasqui, enviado por el jefe
militar comunica, oficialmente al Inca,
la victoria del grupo atacante.
A una señal del inca el Willac
Uma se dispone a preparar la parte final del Huarachicuy.
—Ha sido un buen Huarachicuy,
hermano —dice Apo Hilaquita a su acompañante.
—¡Sí!, ¡sobre todo esta batalla!
Me pareció estar observando una batalla verdadera de mis años mozos. —responde
Guamán Achachi.
—¡Ha sido verdadera! ¡Mira
cuantos heridos! Y de consideración.
—El Sapa inca debe estar
orgulloso por su hijo en Palla Coca. Es un mozo arriesgado y toma la iniciativa
en el combate. Se ha desempeñado muy bien. —Vuelve a comentar Guamán Achachi.
—Lo veo sangrar —Apo Hilaquita
adelanta unos pasos para ver mejor y continúa—.
Debe estar herido, espero que no sea de gravedad, aunque…
—Ya están, los sacerdotes
—interrumpe Guamán Achachi—, ordenando a los aspirantes para la colocación de
la huara. Veo a vencedores y vencidos.
—Todos recibirán la huara por sus proezas de
ayer; pero los vencidos no ocuparán el mismo nivel en los méritos. —sentencia
Apo Hilaquita.
El inca ha delegado en el Willac
Uma, y sus ayudantes sacerdotes, la colocación de las huaras y la perforación
de las orejas. Cuando llega el turno al grupo donde se encuentra el hijo de
Palla Coca, se pone de pie; la muchedumbre se inclina en reverencia y un clamor
apagado se escucha en la planicie.
El Willac Uma deposita en la mano
del inca los alfileres de oro. El inca hace un ademán y el joven se dirige a
él. Tiene una herida, que ya ha sido limpiada, en la frente y, aunque exhausto
por el gran esfuerzo, se siente feliz.
—¡Yo te otorgo las prendas de tu
virilidad y el arma de guerra! —dice con voz solemne el inca, mientras los
ayudantes del Willac Uma colocan la huara al joven, continúa hablando al
momento que introduce el alfiler de oro en el lóbulo del aspirante—. ¡Yo te
otorgo este símbolo de nobleza, Atabalipa, y te incorporo al ayllu real de mi
panaca!
El joven, entusiasmado, apenas ha
sentido dolor. Ha recibido sus prendas y el nombre con el que será reconocido
en adelante. En señal de sumisión y obediencia se postra hasta que el inca se
aleja.
Cuando Atabalipa se levanta busca
con la mirada a su madre. Cuando la ubica se lleva las manos a las orejas
señalando, con sus dedos índices, los alfileres. Allí colocarán luego los
pendientes de oro.
Se han concluido todas las
imposiciones y el Willac Uma prepara la última ceremonia: el agradecimiento al
dios sol. El Sapa inca hace el ritual de las libaciones y agradece a su padre
por haberse cumplido los buenos augurios.
Los pututos anuncian el retorno
del inca a la ciudad. La algarabía es enorme los ayllus victoriosos y sus
parciales forman una enorme comparsa que se traslada tras la comitiva real, al
son de las quenas, flautas, antaras y tinyas. El resto del día se comió, bebió
y bailó con gran regocijo.
III.- CONSOLIDANDO EL PODER DE LA PANACA IMPERIAL
El consejo imperial, el
Tawantinsuyo Camachic, estaba reunido. La convocatoria del Sapa inca ha sido
con carácter de urgencia. Ante él, el poderoso Guayna Capac, informa sus
últimas determinaciones.
—¡Mi padre el sol ha hablado!
—Dice con voz solemne el inca— ¡Me ordena dirigirme al Chinchaysuyo. Asuntos
urgentes requieren mi presencia en la gran Tumibamba! Mis generales ya hacen
los aprestos para el reclutamiento de mi ejército.
Apo Rupaca y Apu Challco
Yupanqui, cruzan miradas de satisfacción.
—¡He decidido! —continuó hablando,
el Sapa Inca Guayna Capac— ¡Designar como general, de mi ejército en campaña,
al príncipe Auqui Toma!
El movimiento de cabezas, en
sentido aprobatorio, de los concurrentes expresan acuerdo con la decisión del
inca.
—¡Mi padre el sol exige nombrar como Willac Uma al noble Titu
Atauchi.
Apo Rupaca y Apu Challco
Yupanqui, encargados del culto solar, no podían creer lo que estaban escuchando.
Los estaban destituyendo. «Será que el Sapa inca sospecha algo de nuestros
planes», pensó Apu Rupaca y permaneció en silencio.
—¡En mi ausencia, los nobles Apo
Hilaquita, Guamán Achachi, Auqui Topa y Sinchi Roca organizarán la
administración de esta aparte del imperio. Los nobles que deseen acompañarme,
en la campaña, lo harán voluntariamente. No los obligaré. Mi padre el sol ha
hablado por mi boca. Informar estas decisiones por todo el imperio.
Las decisiones tomadas, por el
inca, habían sorprendido a muchos. Después de recibir el permiso real, los
concurrentes, se fueron retirando del salón del trono. Auqui Toma pidió permiso
para hablar con el inca, lo que le fue concedido.
—¡Gran señor!, ¡deseo agradecerte
la confianza que depositas en mí para dirigir tu ejército! No te defraudaré,
¡Prefiero la muerte antes que la deshonra del Sapa inca!
—No dudo de eso leal Auqui Toma;
por eso te designé.
—Grandes decisiones has tomado
hoy, gran señor, muy delicadas. Permíteme cambiar la guardia del palacio y
redoblar tu guardia personal.
Auqui Toma sabía que el inca, con
sus decisiones, había dañado intereses de la élite solar. Era necesario tomar
todas las precauciones para protegerlo.
—¡Concedido
Auqui Toma! —Se queda pensativo el inca y luego reacciona—. Quiero que, el
ejército, esté listo para salir en 15 días. Desde hace un mes he estado
enviando chasquis a los gobernadores de los cuatro suyos ordenando el
reclutamiento. Los primeros hombres han llegado ayer, son del Collasuyo. Pon
atención en ellos, generalmente son muy leales. Están acantonados en Racchi.
—¿Quieres que
vaya personalmente a encargarme, gran señor?
—¡No!, envía a
alguien de confianza. Te necesito en la ciudad. Los chasquis informan que
mañana llega un contingente de Contisuyo. Prepara el campamento fuera de la
ciudad.
—Así se hará,
Sapa inca.
—Estamos
contra el tiempo. El ejército debe estar listo lo más pronto posible. En el
norte se han sublevado los Cañaris y
Carangues, aliándose con otros pueblos. No lo podemos permitir
—Nuevamente Guayna Capac se queda pensativo, luego añade—, nadie debe saber
sobre esta conversación.
—Así será,
gran señor. Iré a tomar las provisiones necesarias para que tus deseos se
cumplan, Sapa inca. Permiso para retirarme.
—¡Puedes ir!
Cuatro
hombres, camino al Coricancha, se han detenido en Rímac pampa.
—¿Crees que
Palla Coca haya comentado algo al Sapa inca?
—¡No!, no lo
creo. Ya no la frecuenta. Entre las preferidas, ahora, Rahua Ocllo ocupa el
primer lugar. Además, ¿crees que si el Sapa inca sospechara algo, estaríamos
vivos? —se queda pensando, Apo Rupaca, y luego dirige la mirada hacia Apu Challco—. ¿Esperabas algo así?
—¡No! —asiente
tajantemente Apu Challco. Apretando puños y dientes dirige la mirada a sus
interlocutores—. ¡Esto es intolerable!
—Creo que no
debemos desesperarnos. La ausencia del Sapa inca va a ser favorable para
nosotros —afirma Michi Naka Mayta—, la mayoría de los nobles hanan se irán
acompañando al inca para no perder sus favores y privilegios, aquí quedarán
debilitados. Eso debemos aprovechar.
—El general
tiene razón, sacerdotes, será más fácil recobrar el poder en ausencia del inca.
Más aún si la campaña del norte resulta adversa.
Las palabras del general hurin,
Ancas Calla, los ha dejado pensativos a todos, por las intenciones veladas que
encierran.
—Entonces es necesario que
participemos en la campaña, para no despertar sospechas. Yo puedo reunir a
otros nobles hurin para acompañar al inca. —sugirió Michi Naka Mayta.
—Sería lo acertado —intervino Apo
Rupaca—, esperemos con prudencia y sobre todo con la mayor cautela, que en ello
nos va la vida. Veamos que va a suceder en estos días.
—Noble Apo Rupaca —dice Michi
Naka Mata, dirigiéndose al noble sacerdote—, ¿dices que la actual favorita del
Sapa inca es Rahua Ocllo?
—Sí, general, cierto.
—Es de todos sabido —continúa
Michi Naka Mayta—, que Rahua Ocllo tiene un hijo varón para el Sapa inca.
Sabemos que la coya no ha dado aún un heredero. ¡Necesitamos un heredero!; pero
sobre todo una madre cercana a los hurín, y me parece que Rahua Ocllo podría
serlo.
—¡Cierto! —dice Ancas Calla con
el rostro iluminado—, deberíamos propiciar un acercamiento hacia Rahua Ocllo.
—¿Un acercamiento a Rahua Ocllo?,
¡Sí!, es prudente. Sobre todo porque, al igual que Palla Coca, ella también
desea que su hijo herede al Sapa inca; pero, ¿cómo lograrlo con la presencia
del poderoso Guayna Capac que la tiene muy cercana? —dice Apu Challco,
afligido—, sobre todo ahora que hemos sido desplazados.
—Tal vez directamente no; pero a
través de sus hermanos podría ser. Tengo buenas relaciones con Amurumachi.
Primero hay que abordarlos a ellos —dice Michi Naka Mayta, a quien se le ve muy
decidido—. Yo haré ese acercamiento. El poder es un fruto que todos desean y
nadie puede rechazar. No creo que Rahua Ocllo sea la excepción.
—Lo dicho se hará —sentencia Apo
Rupaca—, ahora separémonos, porque no es bueno que nos vean juntos.
Todos asienten con la cabeza. Los
dos sacerdotes continúan rumbo al Coricancha y los generales parten por
diferentes caminos.
A pesar de las diligencias
desplegadas por el inca y sus asesores militares, el tiempo calculado por
Huayna Capac, para la partida, fue insuficiente. El Sapa inca tuvo que resignarse
a postergar su salida de Cusco tres meses más.
Es un amanecer de sol majestuoso
y cielo despejado cuando, cuándo la enorme máquina bélica se pone en
movimiento. Cientos de miles de hombres, acantonados fuera de la ciudad,
inician la marcha hacia el Chinchaysuyo. La ciudad sagrada es un hormiguero:
hay música y llanto; promesas de retorno victorioso y lágrimas de despedida; el
esposo, el tío, el hijo o el hermano que se aleja, deja un halo de nostalgia
flotando en el ambiente. El sonido de los pututos se mezcla con el de las
quenas, las antaras, el pincullo, las tinyas y los marciales tambores.
—¡Hay que reconocer que el Sapa
inca ha previsto hasta el último detalle! —dice Michi Naka Mayta—, no sólo
lleva guerreros, también lleva equipos de administradores y gran cantidad de
mitimaes con todas sus familias.
—Los chasquis informan, que en
toda la ruta, se ha dispuesto llenar las colcas y los tambos con armas,
vestidos y alimentos para todo el ejército. ¿Alcanzará para tantos hombres?
Pareciera que estamos trasladando el Cusco…
Ancas Calla no puede terminar su
comentario. Un chasqui ha pasado velozmente en dirección a Auqui Toma que se
encuentra en la vanguardia con un grupo de jefes militares.
—Es un mensajero del inca ¿Qué noticias
enviará?
Los dos generales hurin se
pierden en la multitud. Están rodeados de una imponente guardia personal.
—¡Soldado!
—¡Sí, gran señor!
—¡Comunica al general Rumi Ñahui
que venga! —dice con voz imperiosa Auqui Toma
El soldado desaparece, entre las
columnas de hombres que se desplazan lentamente. Al poco tiempo aparece el
invencible Rumi Ñahui, uno de los paradigmas indiscutibles de los jóvenes
guerreros.
—¿El noble Auqui Toma reclama mi
presencia?
—¿Sí general!, necesito consejo y
apoyo en un tema muy delicado —con un aire de preocupación Auqui Toma, dirige
la vista hacia las columnas de soldados que se desplazan delante de su posición—.
Acabo de recibir informe que el Sapa inca no viene con nosotros. Ordena
incorporar el grueso del ejército que está en Ccinca y luego avanzar hasta
Andahuaylas, donde nos alcanzará con su corte. Temo que está quedando con muy
poca protección; sin embargo, a mí, se me ha ordenado avanzar hasta
Andahuaylas. Siento que mi deber es proteger al divino Sapa inca, pero no puedo
desobedecerlo.
—¡Si me lo permite, noble Auqui
Toma! —dice Rumi Ñahui adelantándose unos pasos—, ¡Puedo tomar cien guerreros,
de los más leales que conozco, y regresar a la ciudad para escoltar al divino
Sapa inca!
—¡No esperaba menos de su parte,
valiente Rumi Ñahui. Vuelva y proteja al Sapa inca!
—¡Lo haré, Apusquipay!
El
general Rumi Ñahui se pierde entre los guerreros que marchan a su
emplazamiento.
El inca Guayna Capac dio alcance
a sus tropas en Andahuaylas, con su corte imperial. Lo acompaña la coya Cusi
Rimay, sus concubinas y el príncipe Atabalipa.
—¡Acércate, leal guerrero
imperial! —dice Guayna Capac dirigiéndose al general Rumi Ñahui—, ¡gran
preocupación has demostrado por mi seguridad y por mi vida! Quiero encargarte
una tarea, de cuyo cumplimiento depende mucho el prestigio y el honor de mi
panaca.
—Lo que usted ordene, divino
inca.
—¡Desde hoy! —dice con voz solemne el poderoso Guayna Capac—, ¡Te
encargo la formación militar del príncipe Atabalipa!
Rumi Ñahui se inclina en señal de
sumisión al inca, siente deseos de responder agradeciendo por tal distinción,
pero el soberano continúa.
—¡Ponte de pie, noble Rumiñahui,
tú señor te lo ordena! Tu prestigio cautiva la atención de muchos jóvenes;
estoy seguro que también la de él. De ti aprenderá, mejor que de cualquier
otro, el arte de la guerra. Trátalo sin contemplaciones, que no te detengan
rangos ni simpatías. Debes hacer de él un guerrero sin par.
—Se hará como tú dices, divino
señor. Gracias por darme esta noble tarea. Permiso para retirarme señor. Ardo
en deseos de iniciar mi trabajo.
—Está
bien noble general, puedes ir
Rumi
Ñahui sale al jardín, del palacete del curaca local que ahora ocupa el
emperador del Tawantinsuyo, y cruzándolo llega al exterior. «Si el divino inca
me ha encargado la formación de su hijo, quiere decir que también estoy
comprometido con su seguridad», pensó el astuto general. «Destinaré unos
soldados para su cuidado permanente».
Los soldados están acantonados en las afueras de la ciudad.
El inca atiende algunas rencillas tribales. Descansará lo suficiente y proseguirá su
marcha al norte.
IV.- LOS GENERALES DEL INCA
Ha
pasado mucho tiempo, desde que el poderoso inca salió del Cusco. Las tropas
imperiales han tenido grandes triunfos; sin embargo se encuentran detenidas en
la región selvática tratando de someter a los bravos e indomables Bracamoros.
—¡Larga
ha sido la campaña noble Challco Chimac!
—Tu presencia ha sido venturosa en las
batallas príncipe Auqui Toma. Has guiado con valor y astucia los ejércitos,
para gloria del Sapa inca; pero aún no está sometida toda la tierra.
—¡Pero sí se ha reafirmado la
autoridad del Sapa inca. A su paso se han sometido los Huancachupas; se ha vuelto
a someter a los rebeldes Chachapoyas y hemos enfrentado a los temibles
Bracamoros, que terminaremos por someterlos! —Auqui Toma vuelve el rostro hacia
Challco Chimac y lo mira con una expresión indescifrable.
—¿Sucede
algo noble señor?
—¡Vamos
a dejar la campaña de los Bracamoros! —dice resueltamente Auqui Toma—, mañana
partimos; al amanecer retornamos a Ayabaca. De allí pasaremos a Tumibamba. ¡Mi
señor así lo ha ordenado!
—Sabio
es el divino Guayna Capac, señor. Hemos perdido muchos soldados combatiendo a
esos come hombres. ¡En Otro momento será!
—Es
difícil combatir a un enemigo que no te pone la cara. Sólo te ataca por
sorpresa y huye. Como queman todo al huir, no solo no encontramos con quien
combatir; tampoco encontramos comida. Nuestros soldados están agotados y
hambrientos. Volveremos al Capac ñam, nuestras colcas y tambos nos esperan con
comida y armas.
—¡Señor,
quiero decirte algo! —dice dudando pero a la vez enérgico, Challco Chimac—, tal
vez no tenga importancia, pero es
necesario que juzgues y si es necesario lo comuniques al Sapa inca.
—¿Qué
puede ser eso? —interroga Auqui Toma.
—Michi
Naka Mayta, cada tres o cuatro días, envía chasqui al Cusco. También recibe
chasquis. Sabemos que los chasquis sólo salen con autorización del Sapa inca o de tu persona.
—¡Es
cierto!, conversare con mi señor sobre eso. ¡Gracias leal Challco Chimac.
Challco
Chimac se aleja de la tienda de campaña. Auqui Toma se dispone a salir; pero
aparece en la puerta el general Rumi Ñahui.
—¡No
quiero alarmarte, noble Auqui Toma, pero es necesario que te haga saber
respecto a Michi Naka Mayta!
—Comprendo tu inquietud, general,
creo comprender el motivo de tu estado de ánimo.
—¿Lo sabes?, ¿Sobre los chasquis?
—Sí, lo sé, y eso no es todo general Rumi Ñahui: desde que
dejamos Cusco he puesto vigilancia sobre los generales hurín; no les tengo
confianza.
—¿Lo has estado vigilando? ¡Muy bien!, ¡sabia decisión, valiente Auqui
Toma!
—Por eso me he dado cuenta que
Michi Naka Mayta envía chasquis, sin autorización. La salida es distante del
campamento, para que los guardias no observen. Tu informe, y el de Challco
Chimac, me dicen que no estaba equivocado en la decisión que tomé.
—Podemos capturar un chasqui y
saber qué es lo que planean.
—¿Acaso no sabemos quienes
quieren que los sacerdotes solares recuperen el poder que les quitó Pachacuti?.
No quiero asustar a los cabecillas hasta saber con quienes trabaja, aquí, Michi
Naka Mayta. Tampoco quiero inquietar al Inca. Confío en ti general Rumi Ñahui.
Estemos atentos. Estoy esperando unos informes de Cusco y luego actuaremos.
Ahora debo visitar al Sapa Inca.
Auqui Toma se dirige a la puerta
de la tienda y Rumi Ñahui lo sigue. Ambos generales, se pierden en la maraña de
tiendas de campaña, esparcidas en el claro del bosque.
—¡Ha llegado chasqui, Apo Rupaca!
—¿Qué mensaje trae, Apu Challco?
El sacerdote con el quipu en la
mano mira a todos lados.
—¡Sígueme Apo Rupaca!
Apo Challco, sigilosamente toma
uno de los corredores del Coricancha y se interna en un ambiente semi oscuro.
Se queda observando detenidamente el quipu y luego, con el rostro iluminado por
una sonrisa, dirige la mirada a Apo Rupaca.
—¡Michi Naka Mayta nos envía
buenas noticias! El Sapa inca no ha podido
conquistar la tierra de los Bracamoros. Ha abandonado la contienda y se
dirige a Tumipampa.
—¿Hay bajas? —pregunta,
preocupadamente Apo Rupaca—, no olvides que muchos de nuestros parientes han
acompañado al Inca.
—¡Numerosas! —Apu Challco sigue
mirando el quipu—, también nos dice que hay rumores sobre una fuerte concentración
de Carangues, cañaris y otros pueblos al norte de Tumipampa, para enfrentar al
ejército imperial. Rahua Ocllo sigue captando la atención del Sapa inca porque
le va a dar otro descendiente.
—¿Otro descendiente de Rahua
Ocllo? —dice Apo Rupaca, piensa y luego añade, en voz baja—, pero eso no debe
preocuparnos; en el templo estamos educando a su otro hijo. Para nosotros él es
el príncipe heredero.
—El joven siente gran pesar por
la ausencia de sus padres —dice Apu Challco—. Hasta piensa que ha sido
abandonado. Veo que ya simpatiza con los sacerdotes.
—¡Yo también lo veo así, Apu
Challco!, tenemos que hacerlo sentir lo más cómodo posible con nosotros. ¡Que
se sienta seguro! ¡Que tenga confianza con nosotros, más que con cualquier otro!
—¿Y que sienta la necesidad de
nuestro consejo para tomar decisiones?
—¡Exactamente, Apu Challco!
Nosotros iremos sembrando la idea, entre los nobles, que es el indicado para
suceder a Guayna Capac.
—Vamos por buen camino, en la
mañana estuve conversando con otros sacerdotes; su opinión es semejante a la
nuestra: el joven príncipe muestra buena disposición hacia el clero en general.
¿Algo más en el mensaje?
—¡Sí, Apo Rupaca!, nos dice que
el Sapa Inca está poniendo gran interés sobre el culto en Pachacamac. De Jauja
envió una comisión al santuario. Debemos tener cuidado; es el culto que se
quiere imponer, por eso es nuestro desplazamiento.
Los sacerdotes abandonan el
recinto y se dirigen a los jardines del templo; Apu Challco guarda el quipu
entre sus ropas
V.-
LA ALIANZA REBELDE
El Mullukancha, palacio de Guayna
Capac en Tumipampa, es el escenario de una junta de guerra. Los orejones
reunidos en él, escuchan ansiosos. Los generales hacen una detallada exposición
de las acciones que se han tomado contra los pueblos rebeldes.
—¡Divino señor! Han regresado
victoriosas las tropas que se enviaron sobre los rebeldes Cañaris. No hubo
resistencia de consideración. Son pequeñas partidas de guerreros que huyen ante
la presencia de nuestro ejército. Los sobrevivientes se han retirado hacia el
norte. —explicó Auqui Toma.
—¿Dices que no hubo gran
resistencia? —preguntó Guayna Capac.
—¡No la hubo gran señor!; sin
embargo los espías informan que habría una concentración de pueblos rebeldes en
Atris.
El monarca se levanta de su
trono. Los generales y sacerdotes que asisten al Consejo caen de rodillas.
—¡De pie, nobles señores, si inca
les da licencia!
Con las manos cruzadas sobre el
pecho, Guayna Capac pasea la habitación.
—¿En Atris dices, noble Auqui
Toma?
—¡Si Gran Señor!
—¡Divino Sapa inca! —interviene
un general—, permiso para hablar.
—¡Habla Challco Chimac!
—Los espías informan que son
muchos los pueblos que se concentran en Atris: Carangues, Cayambis, Cañaris,
Latacungas, Otavalos y otros más.
El Inca dirige una mirada
inquisidora a Auqui Toma.
—¡Es cierto Sapa inca! —Se
apresura a afirmar Auqui Toma—, es por eso que sugiero concentrar nuestras
fuerzas al norte de quito, y postergar la campaña de la costa, si su divina
persona así lo decide.
El Inca no responde
inmediatamente. Pasea su mirada por la amplia habitación y la posa sobre los
curtidos rostros de sus generales. Baja los brazos y se dirige a su trono; una
vez en él responde:
—¡Sí, noble Auqui Toma! Me parece
acertada la sugerencia. ¡Estas son mis órdenes! :
Iniciaremos la campaña contra los
rebeldes. Auqui Toma dirigirás la invasión
de Atris. Irá contigo el general
Colla Topa y a quienes veas por conveniente llevar, más dos mil nobles de
lealtad a toda prueba; el grueso del ejército estará integrado por Collas,
Lupacas y Contisuyos. Yo personalmente dirigiré el traslado de las demás tropas
y lo necesario a Quito. De allí podré ayudarte en lo necesario. Deben iniciar
inmediatamente los preparativos. ¡Tienen sus órdenes nobles señores!
El inca se levanta y se dirige al
interior del palacio. Los generales y sacerdotes salen presurosos. Hay que
cumplir las órdenes inmediatamente.
Afuera, en la ciudad, se observa
un suntuoso ritmo de vida. La llegada del inca y su corte, así como la
presencia del enorme contingente de mitimaes y soldados llegados del sur del
imperio, han introducido un vigoroso impulso a las tierras norteñas.
Con la salida del sol, los
marciales pututos anuncian la partida del ejército incásico. Largas filas de soldados
van abandonando la ciudad en dirección al norte. A la vanguardia van los dos
mil orejones, tropas de élite, nobles fieles al hijo del sol hasta la muerte.
Días después el gran Guayna Capac
abandonaría también la ciudad, en dirección a Quito, con el resto de su plana
mayor, su corte y el grueso del ejército. En la ciudad El emperador dejaría los
suficientes soldados para la protección de su querida Tumipampa.
—Llevamos largo tiempo en
fallidas emboscadas, noble señor —dice el sacerdote a su interlocutor, el
valeroso Auqui Toma.
—No ofrecen gran resistencia,
sacerdote, tal parece que no tuvieran suficientes guerreros para enfrentarnos
en combate franco. Se diría que no son ciertos los informes de los espías.
—He visto en las entrañas del
llama, noble señor, nos espera una gran victoria
—¿Pero cuándo?, ¿dónde?, llevamos
mucho tiempo derrotando pequeñas partidas. Nos atacan y luego huyen dejando a
sus muertos.
—La victoria pronto se dará, gran
señor; ¡Pero hay algo más! —dice enfáticamente el sacerdote.
—¿Qué has visto sacerdote?
—¡Junto a la victoria hay una
catástrofe!
—¡Explícame eso! —dice inquieto
Auqui Toma.
—Las señales no son claras, mi
señor, mañana estaremos en Atris. Hoy haré una nueva consulta a los dioses.
—¡Házmelo saber, sacerdote!
El sacerdote se retira y deja con
la inquietud de su incierto vaticinio a Auqui Toma.
Con la luz de las antorchas van
llegando los generales que ha convocado Auqui Toma a su tienda. Cuando
estuvieron todos reunidos habló:
—¡Nobles, señores!, los he
reunido para ultimar detalles del asalto a Atris. Mañana estaremos frente a sus
defensas. Hasta ahora hemos obtenido fáciles victorias, frente a guerreros que
han peleado siempre en retirada, con la esperanza de hacerse fuertes en Atris.
Lo de mañana será diferente el enemigo estará protegido tras los muros de su
ciudad.
—¿Será un asalto en todos los
frentes o sitiaremos la ciudad —preguntó el capitán Conti Mollo.
—Eso lo decidiremos cuando
estemos frente al objetivo; sin embargo esta reunión es para asignar algunas
tareas; porque no sabemos, al cruzar el trecho que nos falta, con qué,
circunstancias, nos encontraremos. He decidido que el capitán Conti Mollo quede
a la retaguardia con el contingente de Lupacas. Yo iré al frente con la guardia
de dos mil hombres y el General Colla Topa y sus respectivos mandos llegarán
con los guerreros Collas y Contisuyos. Sea para el cerco o para el asalto, de
acuerdo a lo que decidamos, Colla Topa ubicará a sus hombres al norte, este y
oeste; yo me ubicaré en el sur y Conti Mollo a un tiro de arco detrás de mis
soldados, a la espera de qué sector necesite su ayuda.
—¡Enterados, noble Auqui Toma
—dijeron los oficiales del inca.
—¿Alguna pregunta? —ante los
movimientos de cabeza negativos, Auqui Toma añadió—: Ahora hay que preparar a
los hombres para el enfrentamiento que nos espera. Ha de ser el definitivo.
Los generales abandonan la tienda
y se marchan a cumplir las órdenes de Auqui Toma. Éste, personalmente, con su
guardia personal pasa revista a los vigías, para garantizar la seguridad del
campamento.
Era casi medio día cuando las
huestes incas habían tomado sus ubicaciones, tal como lo había indicado Auqui
Toma, para hacer efectivo el cerco de Atris. Siguiendo el protocolo imperial,
Auqui Toma, envió una embajada pidiendo la rendición de la ciudad; pero
solamente encontró una respuesta negativa a las condiciones presentadas.
—Queda tiempo suficiente para
iniciar el asalto, General —dijo, al enterarse, Colla Topa, ¿Ordeno los
preparativos?
—¡No! —Fue la seca respuesta e
Auqui Toma—, rodeados como están no se atreverán a salir. Debemos hacer
descansar a los guerreros. Los rebeles no podrán dormir esperando, en cualquier
momento, el ataque y para mañana estarán cansados. Hay que redoblar la
vigilancia y que la gente se alimente y descanse.
—¡Sí, gran señor!
Como lo planificara Auqui Toma,
antes del amanecer, los chasquis salieron con la orden de iniciar
simultáneamente, el ataque.
Rayaba la aurora cundo los
guerreros incásicos se lanzaron a la lucha, en medio de un ensordecedor
griterío y el penetrante ulular de los pututos
que hacía temblar el valle. Una
lluvia de flechas, que cayó sobre la sorprendida ciudad, precedió al
escalamiento de los muros por los guerreros tawantinsuyanos. Desde el inicio,
los defensores se batieron heroicamente; pero el incendio de la entrada
principal permitió el ingreso de Auqui Toma y sus orejones cusqueños que,
siendo tropas de élite, causaron grandes estragos entre los defensores de la
ciudad.
Los guerreros Collas y Contisuyos
también habían logrado ingresar a la ciudad, por sus respectivos puntos de
ataque, logrando, después de una encarnizada lucha, la rendición de los
rebeldes.
Lamento de heridos, cadáveres
mutilados, hombres moribundos, llanto de niños y mujeres, era lo que quedaba
después de la feroz, violenta, y letal incursión del ejército imperial.
—¡Una gran victoria, noble Auqui Toma! —dijo
acercándose Colla Topa, con las ropas totalmente manchadas de sangre—, todos
los guerreros han combatido valientemente..
—¡Así
es, general! —respondió Auqui Toma— ¿Era esta la concentración de pueblos
rebeldes?
—Bueno
hay que reconocer que se batieron heroicamente —justificó Colla Topa.
—¡Es
cierto! —reconoció Auqui Toma—, ¡necesito, general, un informe de todo lo que hemos encontrado:
mujeres, niños, armas, alimentos, ¡Todo!
—¡Sí,
señor! —respondió Colla Topa, retirándose
El valiente general, a la luz de
las antorchas, luce una hierática expresión; no obstante, se encuentra
preocupado. Observa como sus hombres se divierten, estimulados por el sumo de
la chicha, «Se lo tienen merecido», dice para sus adentros. El fuego de las
hogueras, diseminadas en la plaza, recortan las siluetas de los guerreros
danzando y bebiendo, cada vez más, con torpes movimientos.
—¿Esta noche no se une a la
fiesta, noble Auqui Toma? —pregunta Colla Topa, acercándose al general.
—Me he estado haciendo una
pregunta que no llego a responder.
—¿Qué le preocupa, general?
—¡Observa estos muros, Colla
Topa!, han sido bien construidos, diferentes a las defensas de otros pueblos
que hemos conquistado.
—¡Sí, general, es cierto!
—responde Colla Topa.
—¿Entonces, no te has preguntado
por qué los superamos relativamente fácil?
—¡Eran pocos para resistir a
nuestro ejército, Genera! —responde
Colla Topa tratando de darse confianza.
Auqui Toma, vuelve la mirada
hacia las hogueras,« acaso los espías han mentido sobre el número de guerreros
que había en Atris», observa por unos instantes los festejos que continúan en
la plaza y, luego, vuelve la mirada hacia Colla Topa.
—Es posible, Colla Topa. Mañana
hay que enviar partidas de guerreros a los alrededores. Debemos tener plena
seguridad que la rebelión ha sido sofocada, al menos en esta región
—¡Cómo ordenes, Auqui Toma, pero
en todos estos días de festejos no se ha visto ninguna señal de enemigo alguno;
por otra parte los prisioneros están convenientemente vigilados y listos para
trasladarlos a Quito.
—¡Así sea, Cola Topa, no hay que
descuidar la vigilancia!
Auqui Toma se retira al palacete
del curaca local, donde se ha establecido, con la intención de descansar. No
pudo hacerlo, algo lo angustiaba. Volvió a salir, y, seguido de dos guerreros
de su guardia personal, se dirigió a la puerta principal de la ciudad.
La puerta, que había sido
incendiada durante el ataque, no estaba restaurada totalmente; por lo que
ordeno reforzar la vigilancia en ese lugar. Le inquietaba la seguridad, por lo
que supervisó otros sectores más. Cuando volvió a su habitación, se habían
apagado las últimas hogueras de la plaza. Revisó su guardia y se fue a
descansar.
El escalofriante alarido, de un
guardia moribundo, seguido de un griterío aterrador rompió el silencio de la
noche. Despertado bruscamente, Auqui Toma, se incorpora; toma lanza y macana y
sale en apoyo de sus guardias que se baten con intrusos que han logrado
ingresar al palacete; se abre paso entre los atacantes y sale al exterior. El
espectáculo que observa lo desconcierta: la ciudad ha sido invadida por
guerreros rebeldes, salidos de quién sabe dónde. Los guerreros lupacas, collas
y contisuyos son degollados sin poder defenderse por la embriaguez; algunos,
mueren sin haber despertado; los recintos son incendiados con los guerreros
tawantinsuyanos adentro. La resistencia es escasa ante la avalancha de rebeldes
que ha vuelto a incendiar la puerta y avanza con furia incontenible. Los fieles
orejones han acudido, semidesnudos y escasamente armados, en auxilio de sus
comandantes. La lucha es desigual y visiblemente adversa; la sorpresa y la
condición deplorable de las tropas incas han sido determinantes.
—¡Capitán! —grita, Auqui Toma,
viendo el curso de las circunstancias—, ¡Nos abriremos paso a la puerta
principal! ¿Hay noticias de Colla Topa?
—¡Ninguna gran señor!
El capitán ha terminado de
hablar, cuando una flecha se clava en su hombro. Auqui Toma distingue, entre
las llamas, a Conti Mollo que pelea bizarramente, junto a sus hombres cerca a
la plaza principal. Auqui Toma, guerreando desesperadamente por romper el cerco
grita una orden:
—¡Tenemos que llegar a ellos
capitán!
Haciendo estragos entre las filas
rebeldes, Auqui Toma y sus hombres, avanzan en dirección a Conti Mollo. La
oposición es tan tenaz que pierde muchos hombres y le es imposible llegar.
Apenado e impotente, sin poder hacer más, ve como se desploma el valiente
capitán Conti Mollo; una maza ha partido su cráneo y su cuerpo está lleno de
flechas.
—¡Hacia la
salida guerreros! ¡Hacia la salida!
Arengando a
sus hombres, Auqui Toma, se pone a la vanguardia de sus guerreros y, con
despreció de su vida, se abre paso hacia la puerta principal que nuevamente
está en llamas. Los bravos y disciplinados orejones lo siguen sin dudar. En su
camino encuentran un grupo d guerreros tawantinsuyanos que pugnan por llegar a
la puerta.
¡Hay que
unirse a ellos capitán! ¡Es Colla Topa! —ordena Auqui Toma.
Después de
denodados esfuerzos, ambos generales, han logrado unir sus fuerzas sacar a sus
tropas fuera de la ciudadela, rompiendo el férreo cerco rebelde. En la
oscuridad guían a sus hombres hacia las alturas. Por todas partes hay cadáveres
regados en la planicie, son los hombres que han tratado de huir sin lograrlo.
—¡Tenemos que
ganar las alturas, Colla Topa, antes que organicen la persecución. Envía dos
chasquis a Quito, tenemos que avisar al sapa inca!
—¡Enseguida
General!
—¡Capitán!
—dice Auqui Toma dirigiéndose al jefe de su guardia personal—, ¡envía unos
hombres para reunir a los dispersos, luego que nos sigan!
Los maltrechos
guerreros se alejan, en ligera marcha, hacia las montañas. En la retirada
observan, desde un montículo, sombras que corren en la planicie: guerreros que
han logrado salir de la ciudadela y huyen en distintas direcciones.
Después de dos
horas de marcha, Auqui Toma ordena detenerse. Está amaneciendo cuando ha
reunido a la plana mayor sobreviviente.
—¡Traigan a
los centinelas a mi presencia! —ordena Auqui Toma.
—¡Ninguno ha
sobrevivido, gran señor! —responde Colla Topa—, ¡ha sido una temeraria
estrategia, nos hicieron creer en una gran victoria! ¡Tenías razón, noble Auqui
Toma, al dudar del número de guerreros que vencimos, el grueso de su ejército
estaba escondido esperando la oportunidad de atacarnos!
—¡¡Y se la
dimos, con los festejos desmedidos! ¡Hemos pagado caro nuestra soberbia!,
posiblemente ya están en nuestra persecución. ¿Tenemos flecheros?
—¡Sólo unos
cuantos, general, que pudieron coger sus arcos
aljabas! —dijo el capitán d los collas.
—¡Enseguida
atiendan a los heridos! Dejaremos 3 guerreros en retaguardia, para saber la
distancia de los perseguidores. ¡Escógelos Colla Topa! Deben ser diestros en
ocultarse y veloces.
El estado de
los guerreros es lamentable; la mayoría está semidesnuda, descalza y sin
escudos o cascos protectores; una lanza o una macana es lo único que tienen en
su poder. Auquí Toma pasea la mirada sobre su reducida tropa; calcula unos 300
hombres a su alrededor.
La marcha se
reanuda lentamente, hay muchos heridos y el jefe del diezmado ejército no
quiere arriesgar más vidas.
Al atardecer
regresa uno de los exploradores que se ha dejado en la retaguardia; por él se
entera, Auqui Toma que, los rebeldes encargados de perseguirlos, han regresado
a Atris para unirse a los festejos por el gran triunfo. «Tenaces y temerarios
rebeldes, incendiaron su ciudad para destruirnos» piensa el gran general,
dolido en su orgullo. Llega la noche y, con ella, el obligado descanso.
—¡Llegan otros
fugitivos, gran príncipe!
Atabalipa, otea el horizonte y descubre, a contraluz, la
silueta de unos hombres que a duras penas mantienen el paso.
—¡Denles agua
y recojan el informe!
—¡Enseguida,
gran príncipe!.
Los guerreros del inca forman una barrera en el valle, paso
obligado hacia Quito. A la entrada del pueblo de Mira, en la carpa real del
príncipe Atabalipa, brillan al sol las insignias reales de la panaka del gran
Guayna Capac.
El
altivo Atabalipa ha sido destacado por su padre, al saber la noticia de la
derrota, para impedir que los fugitivos en desbande lleguen a Quito y provoquen
la desmoralización del ejército.
El
capitán se acerca al príncipe y se inclina en su presencia.
—¡El
mismo resultado mi señor, ninguno ha visto a Auqui Toma!
Atabalipa
no respondió, adelantó unos pasos, escudriñando el horizonte; se negaba a
aceptar, ni siquiera pensar, que su tío el valiente Auqui Toma hubiese muerto
en la retirada de Atriz. «Algo lo habrá atrasado y pronto estará con nosotros».
—¡En
cualquier momento llegará! —dijo lacónicamente y se retiró a su tienda.
Era muy entrada la noche cuando
el centinela lanzó la alerta.
—¡¡¡Extraños al sur!!! —gritó,
estentóreamente el centinela.
En un instante estaban en sus
posiciones los guerreros de Atabalipa.
—¡¡¡mensajeros del Apusquipay
Imperial!! —gritó una voz en las tinieblas. Lo que siguió fue un silencio
absoluto, por unos instantes.
—¡¡¡Acérquense, sin armas!!!
—gritó el capitán encargado de la guardia.
De las sombras se fueron
corporizando cuatro hombres que, a la luz de las antorchas, fueron reconocidos
como una avanzada del general Auqui Toma.
Llevados, los recién llegados, a
la presencia del príncipe Atabalipa, que ya se encontraba en la puerta de su
tienda, se arrodillaron ante él.
—¡Gran príncipe, el noble
apusquipay imperial, Auqui Toma se
encuentra a media jornada de Aquí, a pesar de no haberse encontrado enemigos en
el trayecto; la gran cantidad de heridos retarda la marcha! ¡Estamos en avanzada
para prevenir emboscadas rebeldes!
—¿Estuvieron en el asalto
dirigido por Auqui Toma!
—¡Sí, gran príncipe!
—¡También estuvieron en la
emboscada de Atris y laretirada?
—¡Sí, gran príncipe?
—¡Díganme entonces ¿Qué sucedió?
Los guerreros narraron todos los
hechos, desde la victoria en Atris hasta la sorpresa de la invasión de la
ciudad por los rebeldes y la salida de la trampa mortal, gracias al arrojo del
Apusquipay Auqui Toma y los bravos
orejones.
—¡Capitán! —Llama Atabalipa,
volviendo el rostro hacia el capitán de su guardia, cuando ha terminado de escuchar
el relato de los mensajeros —, ¡organice una partida de guerreros para auxiliar
al general Auqui Toma!, destine comida y agua, no odemos arriesgarnos a perder
más hombres.
—¡Enseguida, gran príncipe!
Atabalipa se interna en su tienda
de campaña. La noticia sobre Auqui Toma le ha devuelto su acostumbrada
serenidad. Su padre, el gran Guayna Capac, avanza a marchas forzadas, desde
Quito, y posiblemente esté al amanecer en mira.
El sagrado Inti baña con sus
dorados rayos los suntuosos ornamentos de su hijo predilecto, el gran Guayna
Capac. El poderoso emperador inca, sentado en el trono, tiene a sus pies al
apusquipay imperial.
—¡Levántate noble Auqui Toma, me
has enterado de las circunstancias de la batalla de Atris. Mi voluntad es que,
como el Apusquipay del Ejército iImperial, sigas dirigiendo la campaña contra
los rebeldes.. Organiza la marcha sobre Atris. Salimos al medio día.
Auqui Toma se inclina,
nuevamente, ante su emperador. El cansancio ha desaparecido de su cuerpo y una
luz de regocijo aparece en sus pupilas. Ha obtenido el perdón de su soberano.
—¡Renuevo mi juramento de
defender con mi vida el honor de las armas del poderoso sapa inca!, mi señor,
permiso para retirarme.
—¡Ve con tu misión noble Auqui
Toma!
El general del ejército imperial,
el apusquipay querido y respetado por sus tropas, se retiró a cumplir sus
órdenes.
El avance de las temibles huestes
imperiales fue indetenible. El mismo soberano inca iba al frente de su ejército
sembrando el terror entre sus enemigos. Llegada la tarde, del tercer día de su arrollador avance, se detuvo el
ejército imperial.
—El enojo del Sapa Inca es
implacable gran apusquipay. Hemos arrasado Mira, Tuza, Atris, pero aún no
aplaca su ira.
—Lo sé, noble Chalco Chima,
seguiremos a los rebeldes si es necesario hasta el fin del mundo, pero el gran
inca tendrá su venganza. ¡Ya se acerca el final de Carangues y Cayambes!
—¿Se acerca la batalla final?
—¡Sí!, los espías informan que se
han hecho fuertes cerca al río Carchi.
—Estamos a media jornada.
—Yo diría que un poco más, si
avanzamos despacio para no cansar a los hombres.
—Si el Sapa Inca lo permite;
porque está deseoso de acabar con los rebeldes.
—¡Mi señor, Auqui Toma! —interrumpe,
un soldado de la guardia imperial— ¡El Sapa Inca reclama su presencia!
—¿El Sapa Inca? ¡Decidle que
inmediatamente iré! Noble Chalco Chima, el deber hace que dejemos esta conversación para otro momento.
Auqui Toma abandona el lugar y se
dirige a la toldería real. Ingresa al espacio del trono y se hinca ante el soberano.
Al lado de este está el príncipe Atabalipa.
—¡Levántate noble Auqui Toma! ¡Te
he convocado para informarte de las acciones de mañana!
—¡Escucho,
mi señor!
—¡Los
espías informan que los rebeldes se han concentrado en la orilla opuesta del
río Carchi! ¿Verdad?
—¡Así
es, gran señor!
—¡También
han ubicado el punto más bajo para pasar el río, y que este se encuentra a dos
tiros de arco de la concentración enemiga! ¿Son ciertos los informes?
—¡Así
es, Sapa Inca!; pero aún en el punto más bajo el agua llega a la altura del
cuello. Eso nos hace vulnerables a la acción de los flecheros, ¡Tengo entendido que son muy buenos!
—¡Si
tratamos de pasar de esa manera tendremos muchas bajas! —intervino el príncipe
Atabalipa.
—¡Claro
que sí! —dijo el gran Guayna Capac— necesitamos un puente, para que los
guerreros pasen lo más rápido posible; pero para que podamos ponerlo
necesitamos una distracción lejos de allí, con un ataque simulado frente a sus
tropas. Mañana, Auqui Toma, tú dirigirás el ataque frente al grueso de sus
tropas. Utiliza los mejores arqueros. El general Atabalipa dirigirá a las
tropas que cruzarán el puente y atacarán el flanco enemigo. El puente lo
haremos esta noche y lo trasladaremos en el mayor silencio.
—¡Como
ordene gran señor! —dijo Atabalipa.
—¡Auqui
Toma!, escoge la cantidad de hombres que necesites para la construcción del
puente. Partimos antes del amanecer. ¡El ataque debe ser con la salida de
nuestro padre Inti!. ¡Tienen sus órdenes!. Pueden ir, y no olviden de enviar
exploradores en todas direcciones. Pueden tener espías. No queremos que se
enteren del puente.
—¡Si gran
señor! —afirmó Auqui Toma. Hizo la venia al emperador y se retiró.
Clareaba
la aurora cuando las tropas de Auqui Toma se lanzaron al ataque, en medio de un
descomunal griterío; los flecheros, que se habían posesionado al amparo de las
sombras, descargaron una letal lluvia de proyectiles sobre los desprevenidos
rebeldes, que no habían previsto un avance nocturno de las tropas incas. La
respuesta, de los Carangues- Cayambes, fue inmediata produciéndose bajas de
ambos bandos.
—¡Ya se
escuchan los gritos de guerra, gran príncipe Atabalipa!
—¡Atención
todos! ¡Inmediatamente empiecen a unir las partes del puente! ¡Procuren no
hacer ruido!
—¡En
seguida gran príncipe! —fue la respuesta de los soldados.
Las
improvisadas balsas son rápidamente unidas, una tras otra, y atadas a los
árboles más cercanos. A una orden, del príncipe, los orejones cusqueños
atraviesan el puente y emprenden la marcha hacia el grueso del ejército
rebelde. Atabalipa va al frente de sus guerreros.
—¡Gran
Apusquipay! —grita un guerrero en el fragor de la batalla. Auqui Toma vuelve el
rostro hacia el lugar—, ¡mira gran señor, el príncipe ha pasado el río y ataca
al enemigo cercándolo!
—¡Lleven las balsas al rio,
pasamos ahora! —grita la orden Auqui Toma—, ¡los flecheros apoyaran hasta que
lleguemos al otro lado!
Los
guerreros carangues y cayambes, cogidos entre las tenazas del ejército inca, se
baten heroicamente, sin lograr detener la feroz arremetida de las tropas
tawantinsuyanas.
—¡Hemos
caído en una trampa! —grita el jefe carangue, mientras se protege de la lluvia
de flechas.
—¡Tenemos
que abrirnos paso hacia el monte, antes que terminen de cercarnos, o nos
aniquilarán a todos! —responde Pinto, el jefe de los Cayambes y blandiendo su
maza, seguido de sus guerreros, arremete valientemente tratando de romper el
cerco.
La
lucha se ha prolongado, durante horas, con enormes bajas de ambos lados. Cuando
hubo concluido, el rostro de Guayna Capac ardía de rabia: los jefes de la
rebelión habían escapado con muchos sobrevivientes.
—¡Apusquipay
Auqui Toma! —llamó ccon voz atronadora el gran Guayna Capac— revisa las bajas y
organiza la persecución.
—¡Así
se hará gran señor!
Los
agotados cayambes y carangues ,que lograron salir del cerco tendido por los
incas, a duras poenas han llegado a las orillas del río Ancasmayo, seguidos de
cerca por las tropas tawantinsuyanas. Vadeando el río con mucho esfuerzo se
internaron en los desconocidos bosques del norte.
—¡Hace
poco han cruzado, Apusquipay! —dice el guía revisando las huellas
—¡Si hacemos un esfuerzo los
alcanzaremos, antes que se nos escapen otra vez! —dice entusiasmado Chalco
Chima.
—¡Nuestras
órdenes son llegar sólo hasta este río, noble Chalco Chima!, ¡otra vez se nos
han escapado! —dice, Auqui Toma,
desalentado—, si seguimos estaríamos desobedeciendo una orden imperial. ¡El
sapa inca ordena regresar a Carchi!, Saldremos al amanecer. Las tropas están
cansadas.
—¡De
acuerdo Apusquipay! Redoblaré la vigilancia. Una bestia herida es peligrosa.
Evitaremos las sorpresas.
Chalco
Chima se aleja dejando a Auqui Toma envuelto en sus pensamientos. El Ancasmayo
despedaza sus aguas, contra las rocas erguidas en su cauce. El general inca
mira sus espumas y se da media vuelta, internándose en el monte.
Han
pasado largos meses desde que Guayna Capac instalase sus reales en las
cercanías del río Carchi. Luego de un merecido descanso ha tomado las medidas
necesarias para proteger la región.
—¡Apusquipay
Auqui Toma!, han llegado los exploradores que enviaste al norte. No hay señales
de rebeldes. Parece que se han retirado a otras tierras.
—Esperemos
que así sea, noble Chalco Chima, lo cierto es que mientras el ejército esté
aquí no aparecerán. Los mitimaes, que el Sapa Inca ha convocado, llegarán
mañana, o tal vez después, pero pronto estarán aquí y hay que darles seguridad.
El Sapa Inca ya ha dispuesto la distribución de las tierras.
—¡Apusquipay
Auqui Toma! —dice el maestro constructor acercándose e hincándose ante el
general— permíteme hacerte un pedido noble señor.
—¡De
pie maestro constructor!, ¿cuál es tu pedido?
—Las
obras del Rumichaca están casi por terminar; pero los guardias que se han
destinado para cuidar a los prisioneros, que están trabajando, han disminuido
porque los han enviado a otras tareas. Los que han quedado me parece que son
muy pocos. Temo una fuga y, como soy el responsable, no quisiera que eso
ocurriese. Te pido noble señor que aumentes el número de soldados.
—¡Precisamente
tengo que conversar contigo sobre los trabajos, tanto de la fortaleza como del
puente!, ¡debo informar al Sapa Inca!
—Si es
necesario que lo veas con tus propios ojos, te acompaño noble señor.
Auqui
Toma hace un gesto a Chalco Chima y, ambos, salen seguidos del constructor.
Recorren un pequeño trayecto y ante ellos aparece un bello puente, sobre el río
Carchi, casi a punto de ser culminado. Afanosos constructores guían el labrado
y colocación de las piedras en la monumental obra.
—¡Lo
que ven mis ojos me agrada. El Sapa Inca se sentirá satisfecho con el trabajo.
El puente se ve fuerte y hermoso. ¿Cuánto tiempo más? —pregunta Auqui Toma.
—Calculo
cuatro días más, tal vez antes, noble apusquipay.
—Te
enviaré los guardias que necesitas. ¡Mañana el sacerdote hará los sacrificios
necesarios para agradecer a los dioses!
Es día de fiesta en el campamento real. El sacerdote ha
hecho la lectura del destino en el vientre de la llama y el Sapa Inca ha
realizado el brindis sagrado con su padre el Inti. Los arquitectos han
concluido el rumichaca y han llegado los contingentes de mitimaes que van a
poblar esas tierras.
—¡Sapa
Inca! —dice el príncipe Atabalipa— Los quipucamayocs ya han registrado la
entrega de las tierras, como lo ordenaste; se ha dado los víveres y ropa, necesarios,
hasta la primera cosecha. En este momento se les está llevando a posesionarse
de sus espacios comunitarios.
—¡También
se ha escogido, divino señor —dice Auqui Toma—, las tropas que van a quedar de
protección a los mitimaes.
—¿Se
pidió, como dije, voluntarios? —preguntó el inca.
—¡Sí
Sapa Inca!, pero se tuvo que escoger, porque los voluntarios excedían el número
deseado.
—¡Bien
generales! —dice el inca, dejando el trono y dirigiendo la mirada a los
presentes—, ¡Auqui Toma, hay que preparar el retorno a Tumibamba! ¡En esta
oportunidad voy a recurrir al buen juicio del príncipe para designar al
gobernador de la región! ¡Todo debe estar listo en tres días!
Guayna
Capac se retira al interior del palacete de campaña. Un brillo de satisfacción
asoma en los ojos de los interlocutores del inca.
VI.-LOS PLACERES DE
TUMIBAMBA
Las
takiaccllas se deslizan en suaves movimientos que cautivan la atención de la
concurrencia en el salón del trono. Sus gráciles y contorneados cuerpos llenan
los ojos de los miembros de la corte y de los señores locales que han
concurrido al festín del palacio imperial de Tumibamba.
—Las
mamacunas han estado muy atareadas estos días, noble Auqui Toma —dice el
general Rumi Ñahui, en alusión a la continua entrada de las maestras del
acllahuasi.
—Es
porque el Sapa Inca ha sido muy generoso con los generales y capitanes que han
combatido con valor y lealtad —responde Auqui Toma.
—El que
no parece satisfecho es Michi Naka Mayta, noble Apusquipay.
—Ha
sido clara su apatía en el combate; aun así, no lo creo un cobarde.
—¡No lo
es, Apusquipay! Algo están tramando los Hurin. Hemos estado vigilando, con
hombres de confianza, a los orejones Hurin y sabemos que quienes reciben las
comunicaciones en el Cuzco son Apo Rupaca y Apo Challco.
—¿Los
sacerdotes destituidos? —interroga Auqui Toma.
—¡Así
es, Apusquipay!, después de la derrota de Atris las comunicaciones fueron más
seguidas. Podríamos acusarlos de traición. Presiento que algo funesto están
tramando.
—No hay
que estar desprevenidos general. Nunca se sabe. Ya van ocho días de festejos.
La chicha, la alegría y las mujeres han relajado la vigilancia; pero no
perdamos la calma, hay que tener prevenida a la tropa, redoblar la vigilancia y
no quitar los ojos de encima a los Hurin, especialmente a su líder, Michi Naka
Mayta.
—¡Así
se hará, noble Auqui Toma!
El
general Rumi Ñahui se aleja de Auqui Toma; va al encuentro de dos orejones que
se encuentran fuera del salón real, conversa con ellos y luego se dirige a la
puerta del palacio, perdiéndose en exterior.
—¡Celebro
encontrarte Rumi Ñahui! ¡Iba camino del palacio!, mis espías informan de la
llegada de chasqui a la casa de Michi Naka Mayta , donde se están concentrando
los orejones Hurin.
—¡Pero
Michi Naka Mayta está en palacio, general Chalco Chima!
—Seguramente
enviarán por él. ¡Me dan ganas de capturarlo y entregarlo al Sapa Inca.
—La
orden del Sapa Inca ha sido vigilar sus movimientos; sólo en casos de gran
peligro se podrá pedir permiso para actuar.
—Lo sé
Rumiñahui. ¡Este parece ser el momento! ¿Por qué la concentración de toda, o
casi toda, la nobleza Hurín?
—Creo
que es necesario avisar al Apusquipay y al Awki.
Ambos
generales se dirigen al palacio. Ingresan al salón de los festejos y se
detienen dubitativos.
—¿Cómo
nos acercamos al Sapa Inca? —interroga Chalco Chima
—Pensaba
en lo mismo, general, ¿Cómo interrumpimos su celebración?
El
espectáculo es impresionante. Las acllas bailan frenéticamente, estimuladas por
la chicha. Sobre ellas caen las miradas lascivas de los guerreros victoriosos
ávidos de placer. Muchas de ellas serán obsequiadas por el inca a sus mejores
generales y capitanes. Las Cayan Huarmi[1]
escancian bebidas a discreción. Auqui Toma se separa del grupo de cortesanos
que rodean al inca y se dirige en dirección a los generales que acaban de
ingresar.
—¡Nobles
señores, están de vuelta! ¿Se ha redoblado la vigilancia como se requiere?
—dice Auqui Toma. Chalco Chima, mueve la cabeza afirmativamente y se queda
mirando al grupo de acllas que acaban de
bailar—, los deleites de la corte son cautivantes, noble Chalco Chima.
—¡Ciertamente
Apusquipay, la nobleza local está embriagada con la presencia del Sapa Inca y
la sensualidad de su corte. Eso está muy bien porque tendremos a los nobles
locales en nuestras manos.
—Lo que
me preocupa es la presencia continua de nuestros generales y capitanes de
prestigio. Los campos de adiestramiento están vacíos. Es algo que no nos
podemos permitir. Somos un pueblo de guerreros; si perdemos nuestras
costumbres, disciplina y capacidad combativa estamos perdidos. —dice
reflexivamente Auqui Toma.
—Tienes
razón, Apusquipay, las tropas deben estar siempre listas. Debemos conversar con
todos los jefes sobre este aspecto. —dice Rumi Ñahui.
—¡Se
han dado las órdenes Apusquipay, para la vigilancia del palacio y la ciudad !,
otro es el afán que nos trae a interrumpir tu merecido sosiego en estos
momentos —dice Chalco Chima.
—Así
es, noble Auqui Toma —refuerza Rumi Ñahui—, se trata de una posible conjura de
los orejones Hurin. Se están reuniendo en casa de Michi Naka Mayta, aunque él
está aquí. ¡Queremos que pidas la autorización del Sapa Inca para intervenir!
—¡Nobles
generales, gracias por la preocupación! Hacen bien en estrechar la vigilancia
sobre los sospechosos. Tenemos espías infiltrados en la servidumbre de Michi
Naka Mayta. El mismo Awki Atabalipa se está encargando de eso —dice el
Apusquipay tranquilizando a sus interlocutores—, sabemos que hay continua
comunicación entre Apo Rupaca, Apo Challco Yupanqui y los hermanos de Rahua
Ocllo, la favorita del inca. No me atrevo a descubrirlos porque se trata de la
Favorita del Sapa Inca. Necesito pruebas
—¡Yo
las puedo conseguir!, ¡Capturemos al Chasqui, él hablará de cualquier forma!
—dice Challco Chima—, acaba de llegar uno a la casa de los conspiradores.
—Una
captura en casa del general hurin provocaría un enfrentamiento; es lo que menos
queremos, para no desagradar al Sapa Inca. Estoy seguro que ese mensajero está
bien protegido.
—¿El
Sapa Inca sabe de la conspiración de los Hurin y los sacerdotes? —pregunta Rumi
Ñahui
—Yo le
he informado, nobles generales, lo que por el momento no me atrevo a confirmar,
por falta de pruebas, es la participación de los familiares de su favorita.
—¡Apusquipay!
—dice Chalco Chima, ofuscado—¿Si sabemos quiénes son los conspiradores contra
el trono del Sapa Inca y dónde están, por qué no los apresamos, los ejecutamos
y ya?
—¡Es
algo grave, noble Chalco Chima! Tomar una acción así es ir a un enfrentamiento
entre Hurin y Hanan en todo el imperio. Es algo que no queremos. Tenemos que
individualizar a los responsables.
—¡Pero
están al descubierto, Apusquipay, tanto aquí como en el Cusco —dice Rumi
Ñahui—, ¡Retardar acciones podría ser fatal para la seguridad del reino!
—Conocemos
las cabezas visibles, generales, ¿Hasta dónde se extiende esto?, esperamos los
resultados del trabajo de los espías. Por el momento los conspiradores han
concentrado sus esfuerzos en influir en el Sapa Inca para la sucesión.
Pretenden que Guayna Capac nombre como sucesor al príncipe Huascar.
—¡¡Qué!!
—exclamaron a una voz los generales.
—Es
por eso que parece que han incluido en su conspiración a Rahua Ocllo, la
favorita del sapa Inca.
—¿Estás
seguro, Apusquipay, que por el momento no se atreverán a hacer algo? —pregunta
Chalco Chima.
—De eso estoy
seguro, general, no se moverán sin su líder. Él está aquí en palacio y con gran
vigilancia.
—¡Apusquipay!
—dice, sorpresivamente, reaccionando eufórico—, ¡No sé si estoy equivocado!
¿Pero, no se han dado cuenta?
—¿De qué?
—pregunta Challco Chima.
—¡Si están
presionando para que el Sapa Inca nombre un sucesor, es porque están pensando
en la desaparición del divino emperador!
Un silencio
absoluto siguió a las palabras de Rumi Ñahui. Auqui Toma paseó su mirada por el
amplio salón. El ambiente festivo, las risas, las danzas, los ritos voluptuosos
de las concubinas del inca; todas las manifestaciones de boato y disipación,
que se observaban en ese momento en la corte,
contrastaban con la gravedad del tema que estaban tratando.
—Lo he
pensado, general, lo he pensado. Es por eso la importancia de los espías
infiltrados entre los Hurin. ¡Tenemos que adelantarnos a cualquier movimiento,
lin levantar sospecha alguna entre los conspiradores! ¡Hasta dar el golpe
final!
—Estaremos muy
atentos por nuestra parte, Apusquipay. Tendremos que redoblar la vigilancia,
con gente de confianza, no solamente alrededor del Sapa Inca sino también del
Awki.
—¡Así es, Rumi
Ñahui! He estado en esa tarea en estos días. Faltan algunos detalles, en los
que necesito su apoyo.
—¡Estamos a tu
disposición Apusquipay, es nuestro deber! —dice Challco Chima.
—Ahora debo
volver donde el Sapa Inca. Ya debe haber notado
mi ausencia. Nos reuniremos al anochecer. Yo enviaré por ustedes.
Los generales
asienten con la cabeza. Auqui Toma se encamina hacia el círculo de Guayna Capac,
que se encuentra rodeado por sus concubinas. Challco Chima dirige escrutadora
mirada a Rumi Ñahui.
—¡Parece
que se acercan días funestos Rumi Ñahui!
—¡Lo
sé general! —Rumi Ñahui se queda pensativo y luego añade—, ¿Tendrá efecto la
influencia de Rahua Ocllo en la designación del sucesor? No lo creo. La
sabiduría del Sapa Inca lo llevará a designar al más apto, y en ese sentido el
sucesor indiscutible es el Awki Atabalipa. Es el hijo preferido de Guayna
Capac.
—¡En
esto hay en juego muchos intereses Rumi Ñahui! ¡El clero solar quiere tomar el
poder por medio del príncipe Huascar; esos son los intereses tras esta
conspiración!
—¡Llegado
el caso el Awki Atabalipa tendrá todo mi respaldo¡
—¡Y
el mío, Rumi Ñahui! ¡Si es necesario tomar las armas, lo haremos! —dice
enfáticamente Challco Chima. Se queda un momento pensativo, luego añade—: por
ahora hay que estar atentos a la reunión con el Apusquipay Auqui Toma.
Detendremos las maniobras de los Hurin. Me retiro, general, debo revisar la
vigilancia.
CHallco
Chima se aleja en dirección a la salida del palacio. Rumi Ñahui ingresa al
salón y se detiene a conversar con unos guerreros que hacen vigilancia.
Tumibamba
bulle vida y orden. Las recuas de llamas entran y salen de la ciudad con las
cargas de los pueblos tributarios del imperio. La paz lograda, después de la
última campaña militar, parece ser duradera. La urbe, con su boato y opulencia,
es el sueño de todo noble provinciano.
—¡Gran
señor, permiso para hablar! —dice el jefe de los administradores que ha sido
anunciado por el centinela. El inca hace un ademán y el centinela deja pasar al
hombre —. ¡Han llegado los recaudadores! ¡En estos momentos los quipucamayocs están
registrando los tributos! Todo está en orden y el acopio ha sido muy bueno; tal
como se había calculado, de acuerdo al número de comunidades de cada señor.
—¡Me
regocija escucharlo! —dice el gran inca.
—Tengo
la relación de tributarios, si el divino señor me permite informar.
El
inca hace un movimiento afirmativo de cabeza.
—¡Hazlo!
El
jefe de los administradores coge un quipu que le alcanza su ayudante y empieza
a nombrar a los tributarios.
—¡El
señor de Atuntaqui envía 40 llamas, doscientas vasijas, cien lanzas de buena
fabricación.
El
señor de Otavalo, envía cien unkus tejidos de alpaca, 130 cargas de lizas, 100
arcos y mil flechas de buena fábrica, 150 cargas de maíz.
El
señor de Cotacachi….
La
relación de tributarios continuó con la complacencia del inca. Cuando hubo
concluido, el emperador llamó al quipucamayoc real.
—¡Que
se abastezca los tambos y el excedente se deposite en los graneros de palacio!
—¡Sí,
gran señor!
Las
actividades en la sala el trono duraron hasta el mediodía. Cuando se hubieron
retirado los funcionarios, entró al recinto una hermosa mujer, lujosamente
ataviada, acompañada por dos mujeres del serrallo.
—¡Permiso
gran señor, acudo a tu llamado!
—¡Acércate,
Rahua Ocllo! ¡Compartirás con tu señor comida y bebida, aquí a mi lado!
Guayna
Capac hace una señal y las mujeres acompañantes desaparecen tras la puerta del
gran salón.
—¡Gracias,
mi señor! —dice, algo cohibida, Rahua Ocllo.
—¡He
estado pensando, Rahua Ocllo, sobre el
motivo de tu preocupación! Enviados especiales, que he enviado al cusco, me
informan de un acercamiento, fuera de lo común, del príncipe hacia el clero
solar depuesto.
—El
príncipe crece en sabiduría, prudencia y respeto a los dioses, mi gran señor.
—Aún
hay mucho que considerar, Rahua Ocllo, por el momento disfruta de las bondades
que te brinda tu señor.
—¡Sí
gran señor! —dice Rahua Ocllo , dócilmente.
—¡Cayan
Warmis! —llama el inca.
—¡Sí,
gran señor! —responden entrando apresuradas las acllas.
—¡Traigan
comida y bebida, que vengan las takiacllas y los músicos! —Guayna Capac voltea
hacia el capitán de su guardia y da unas órdenes en voz baja. El guerrero sale
apresuradamente del salón.
—¡Permiso
para hablar, gran señor! —dice el centinela de la puerta principal que se ha
acercado.
—¡Habla!
—¡Los
generales y señores locales piden permiso para honrarte, gran señor!
—¡Qué
pasen! —dice el inca; pero ante el ruido creciente, de pasos y voces, levanta
la mirada—, espera
El
capitán de la guardia real aparece, en la puerta principal del salón, seguido
por las concubinas del inca. A una señal de éste, entran las mujeres y,
haciendo una venia, se ubican a los pies del emperador. Rahua Ocllo continúa en
el lugar asignado por Guayna Capac.
—¡Capitán!
—llama el inca—, ¡que pasen los señores locales y los generales!
Los
moribundos rayos del astro rey, penetran lánguidos en el salón real. El emperador
inca, rodeado de sus concubinas, escucha las dulces melodías interpretadas por
los músicos de la corte. Las cayan Warmi escancian chicha en su kero de oro. A
cierta distancia, los señores locales y los generales, también son atendidas
por las doncellas de palacio.
—¡Perdona
la interrupción Sapa Inca! —dice Auqui Toma, con voz potente, ingresando al
salón real—, ¡es urgente tu atención!
Todos,
sorprendidos, incluyendo al inca, dirigen su mirada al recién ingresado.
—¡Que
urgencia te hace cometer este desatino, Auqui Toma —dice el inca encolerizado.
—¡No hubiese interrumpido si no
fuese urgente, Sapa Inca! ¡Rebelión en el norte! —dice eufórico el Apusquipay.
—¿Rebelión? —pregunta Guayna
Capac. Incorporándose continúa—: ¿Cómo puede ser?, ¡si estaban completamente
derrotados, sometidos!
—¡Hace dos días Sapa Inca, el
chasqui que ha enviado el gobernador de Charqui ha logrado eludir a los
ejércitos rebeldes. Están aislados!
—¿Los ejércitos dices, Auqui
Toma?
—¡Sí gran señor, son varios
pueblos los rebeldes; pero principalmente Latacungas, Carangues y Cayambes,
apoyados por los Cañaris! ¡Pido tu autorización para marchar a sofocar la
rebelión!
—¿De cuántos hombres disponemos
en el momento Apusquipay? —pregunta el emperador.
—¡Siete mil hombres Sapa Inca!;
¡con un reclutamiento y la llegada de las fuerzas de Challco Chima y Rumiñlahui
contaríamos con 20,000 hombres. Es necesario atacar, antes que otros pueblos
imiten a los rebeldes.
—¡Tienes razón Apusquipay! —dice
Guayna Capac, con la mirada fija en el vacío, se queda pensativo. Vuelve el
rostro hacia Auqui Toma—, ¡Convoca a todos los generales, inmediatamente, Auqui
Toma!
—¡Enseguida, gran señor!
El gran salón está atestado de
gente de guerra. Hay un respetuoso silencio mientras Auqui Toma, por orden de
Guayna Capac, se encarga de explicar los pormenores de la rebelión.
—¡Los he convocado! —dijo Guayna
Capac, cuando hubo terminado su información Auqui Toma—, ¡para informarles que
vamos a marchar nuevamente contra los rebeldes del norte! ¡Es mi decisión terminar
esta guerra, aunque tenga que exterminar hasta el último rebelde!, ¡el
Apusquipay ha preparado los planes de campaña que va a exponer; pero quiero la
opinión de cada uno de ustedes que ya tienen la experiencia de haber combatido
contra los rebeldes! ¡General, exponga
la operación que se ha dispuesto!
Auqui Toma explica detalladamente
la estrategia formulada. Con la venia del Sapa Inca los generales presentes
sugieren y refuerzan cada paso de la misma.
Después de algún tiempo todo
queda listo. El inca satisfecho se pone de pie, dejando el trono.
—¡Valientes generales!, ¡he
decidido personalmente dirigir esta campaña! ¡Nos dirigiremos a Quito. Sera el
centro de operaciones. De allí enviaremos las dos columnas que detalla el plan
del Apusquipay! ¡Auqui Toma, ordena la reincorporación de la gente de guerra!,
partimos en dos días. ¡Pueden ir generales, estamos en guerra, tomen las
providencias necesarias!
Los ágiles chasquis se han
desplazado, por todo el territorio, llevando la noticia: el ejército imperial
marcha hacia el norte, con el inca al frente del mismo. Los pueblos a su paso
se someten o son víctimas de terribles castigos.
—¡Han llegado chasquis, gran
señor, la expedición que enviaste a
Guachala ha obtenido una gran victoria!
—¡Me alegra oír eso Auqui Toma!
—En nuestra ruta hemos encontrado
poca resistencia, Sapa Inca.
—Eso no nos de confianza Auqui
Toma. El foco de la resistencia; tal vez la mayor concentración de tropas, está
en Cochesqui según los espías.
—Estamos a tres días de
Cochesqui, Sapa Inca. Enviaré, si lo permites, una avanzada para ver, lo que tú
dices, el grado de resistencia que podemos encontrar.
—Es buena decisión, Auqui Toma,
Hazlo. No quiero sorpresas.
—¡Enseguida, gran señor!
[1]
Acllas encargadas de los alimentos y bebidas del inca
VII.- EL DESTINO
TRAGICO DE COCHESQUI Y CARANGUE
Cochesqui, la ciudad rebelde ha
sido sitiada. El inca ha ordenado el ataque general por todos los flancos; sin
embargo la urbe resiste desde hace dos días con un valor inquebrantable.
—¡Apusquipay! —grita el inca,
atronadoramente.
—¡Sí, gran señor!
—¡Estos rebeldes han rechazado,
repetidamente, mis ofertas de paz!,¡el sitio nos está causando muchas muertes! ¡Hoy debo estar dentro de ese fuerte! —Guayna
Capac, turbado por la cólera, mira a uno y otro lado, luego más sosegado, le
dice al Apusquipay—: Tú con el Auki y los orejones atacarán el flanco
izquierdo; los Hurin con Ancas Calla y michi Naka Mayta lo harán por el flanco
derecho. Yo dirigiré a mi guardia personal, Collas y Lupacas para atacar la
puerta principal. ¡Ve a dar las órdenes! ¡Todos atacaremos cuando yo de la
señal!
—¡Sí, gran señor!
Auqui Toma se retira a impartir
las órdenes a los generales. Guayna Capac hace una seña al capitán de su guardia
personal y, al acercarse éste, le da una orden. El Jefe se va y vuelve con las
doncellas y sirvientes de palacio encargados de poner el atuendo de guerra al
inca.
Ataviado adecuadamente el inca da
una orden al general asistente.
—¡Flechas encendidas! —grita el
general.
A su voz el cielo se cubre de
saetas luminosas que van a clavarse en la puerta principal de la ciudad
amurallada. Hay una tensa calma. El inca hace una señal al general.
—¡Suenen los pututos! —grita esta
vez el general.
Uno tras otro, los pututos, dejan
escapar el atronador llamado al combate. Simultáneamente, los gritos de miles
de gargantas hacen estremecer la tierra, son las tropas imperiales lanzadas al
ataque. El gran Guayna Capac va al frente.
—¡Tenaz resistencia, Awki
Atabalipa!...¡Mira, gran príncipe, los rebeldes se están concentrando en el
frente, donde está el Sapa Inca! ¡Posiblemente intenten una salida contra él!
—¡Auqui Toma, es el momento para
romper la resistencia por nuestro Flanco!; pero tú regresa, ¡debes proteger a
mi padre!... ¡Capitán! —truena la voz de Atabalipa en el fragor de la batalla—,
¡Concentra a los arqueros, flechas encendidas! ¡Los quemaremos en su refugio!
Auqui Toma vacila.
—¡Tu padre, el Sapa Inca, me
ordenó protegerte!
—¡Pero él ahora necesita tu
apoyo, Apusquipay, no nos arriesguemos a un fracaso! ¡Llévate unos 100 hombres
de refuerzo!
—¡Así se hará, gran príncipe!
Auqui Toma da una orden y parte
en apoyo de Guayna Capac que resiste la embestida de los rebeldes. Una lluvia
de flechas encendidas cae sobre las tropas sitiadas, a una orden del Awki
Atabalipa.
—¡Capitán, las murallas tienen
que ser tomadas a cualquier costo! —grita el Awki—, ¡Ahora es el momento los
rebeldes han concentrado sus fuerzas en el sector del Sapa Inca!
—¡Sí, gran príncipe!
Los tambores y pututos llenan el
aire y sus marciales sones se mezclan con los gritos y lamentos de los heridos
y moribundos; las mujeres huyen, entre alaridos, del incendio que se ha
propagado en el interior.
—¡Gran príncipe los hombres han
tomado la muralla¡
—¡La ciudad está en llamas ,
capitán, pronto será nuestra! ¡Adelante guerreros!
Lanza en mano, el Awki, dirige a
sus hombres a la brecha abierta por la vanguardia.
—¡Príncipe, llegan refuerzos
rebeldes del interior!
—¡Mejor, capitán, eso quiere
decir que tienen que abandonar otros frentes!
¡El Sapa Inca podrá entrar!
Las palabras del príncipe son premonitorias.
Un ensordecedor griterío anuncia la toma de la entrada principal.
—¡Tu llegada ha sido oportuna
Auqui Toma, pronto los habremos terminado! ¡Tendrán un castigo que no se
olvidará!
—¡Así sea,
gran señor!
Blandiendo sus
armas, con las ropas cubiertas de sangre y sembrando muerte a su paso, Guayna Capac y Auqui Toma seguidos de sus
guerreros avanzan hacia el centro del pueblo en llamas.
—¡Señor, el
Awki ha atravesado las murallas del este! ¡Se dirige a la plaza, gran señor!
—¡Los rebeldes
se están replegando al flanco derecho, Auqui Toma!
—¡El Auki los
persigue en esa dirección, gran señor!
—¡Apoya con
tus tropas ese sector, Auqui Toma, antes que se hagan fuertes! ¡Aquí ya no hay
mucha resistencia!
—¡Enseguida,
gran señor!
A una orden
del Apusquipay sus leales guerreros lo siguen, embistiendo a las fuerzas
rebeldes que se repliegan cada vez más.
—¡Gran señor!
—dice el capitán de la guardia personal de Guayna Capac—, le suplico poner a
salvo su divina persona. ¡El incendio avanza y aquí ya se han rendido los
rebeldes!
—¡El capitán
tiene razón, Sapa Inca! —dice Challco Chima, acercándose—, en la muralla
derecha también ha cesado la lucha. ¡Hay rendición total, gran señor!
—¡Ordena
apagar el incendio, Challco Chima, y que concentren a los prisioneros en la
plaza!
—¡Enseguida,
gran señor!
Todos los
prisioneros son llevados al centro del pueblo. El Awki y el Apusquipay imperial
se acercan al inca.
—¡Victoria
total, gran señor! —dice el Awki Atabalipa.
—¿Entre los
prisioneros están Canto y Pinto? —pregunta Guayna Capac?
—¡No, gran
señor! —responde Auqui Toma.
—¡¿Pero cómo
puede ser?! —reacciona el inca encolerizado.
—¡Cuando
llegamos ya no estaban! —dice el Awki—, ¡los guerreros que pelearon, hasta el
sacrificio, lo hicieron para proteger su huida!
—¿Qué pasó en
ese sector?, ¿Qué pasó Ancas Calla? —gritaba el inca.
Un silencio
tenso siguió a las palabras del emperador. Guayna Capac encolerizado, con la
lanza aún ensangrentada, camina en dirección a los prisioneros.
—¡Mi litera!
—ordena con voz de trueno.
Los encargados del anda del inca, que en todo
momento han estado esperando una orden así, acuden presurosos. El inca sube a
la litera y dirige su mirada, encendida por la ira, a sus guerreros, capitanes
y generales.
—¡Les prometí
la paz y les ofrecí privilegios repetidamente! ¡No aceptaron! ¿Cuántas vidas de
hombres valiosos ha costado esta rebelión? ¡Pásenlos a cuchillo a todos,
hombres y mujeres! ¡Solamente quedarán con vida los niños! ¡Quemen todo el
pueblo!
La terrible
sentencia ha dejado sorprendidos a todos. Guayna Capac da una orden y los
porteadores se ponen en marcha. El Inca abandona la plaza acompañado de la
guardia personal.
A la luz de
las antorchas se celebra el consejo de guerra en el campamento real. A la
distancia aún humea lo que queda del pueblo incendiado.
El Apusquipay,
Auqui Toma, ha hecho un informe del número de bajas, de heridos y del estado
del ejército después de la batalla.
—¡Sus colcas[1]
estaban casi vacías, Sapa Inca, muy poco se ha podido obtener —dice Auqui Toma terminando
su informe.
—¡Generales!
—dice el inca— ¡Sería terrible para los intereses del imperio que esta rebelión
se propague, tenemos que controlar a los rebeldes a cualquier precio! ¡Si es
necesario exterminarlos se hará; pero tienen que pagar el precio por rebelarse
ante el hijo del dios sol!
—¡Se hará como
tú dices divino mensajero de los dioses! —dice Auqui Toma—, se ha enviado la
vanguardia, como ordenaste, con ofertas de paz a Carangue.
—¿Y los
exploradores? —pregunta el inca.
—¡También han
salido, con la orden de ir más allá de Carangue, para ver si hay otras
concentraciones de rebeldes!
—¡Partimos al
amanecer, generales! —dice el inca— ¡El grupo de los heridos marchará a la
retaguardia! ¡Vayan a preparar lo necesario! ¡Apusquipay, Auqui Toma, debes
quedarte para darte las últimas órdenes!
—¡Sí, Gran
señor!
—¡Tú también
Atabalipa!
—¡Cómo ordene,
gran señor!
Cuando se
hubieron retirado los miembros del consejo de guerra, el inca, abandonó el
trono y miró con severidad a sus interlocutores.
—¿Qué pasó en
la batalla hoy? ¿Por qué flaqueó el ataque en el sector derecho?
—¡Hubo poco
ánimo en la gente de Ancas Calla, gran señor! —dice el Awki— ¡Si no llega a
tiempo el refuerzo del Apusquipay, los hurín habrían sido superados y los
rebeldes huido hacia el monte!
—¡No es la primera
vez que las tropas, de Ancas Calla y Michi Naka Mayta, se comportan de esa
manera en batalla, gran señor!
—¡Lo he estado
observando, Apusquipay! , tus sospechas están tomando cuerpo. Veremos más
adelante. ¡Envía chasquis a la vanguardia. Solamente uno, cada vez, nos
informará por turnos. La vanguardia debe esperarnos en Carangue!
—¡Así se hará,
gran señor!
El anillo
mortal, del ejército imperial, se ha cerrado sobre Carangue. Los sitiados han
rechazado las ofertas de paz de Guayna Capac; sin embargo no se ha disparado
ninguna flecha, en ambos bandos. La tensión aumenta, conforme pasan los días, y
los sitiados no dan señales de agotamiento.
—¿Regresaron
los exploradores, Auqui Toma?
—¡Sí gran Auki!,
pero no han encontrado ni entradas ocultas, ni acueductos subterráneos, ¡Nada!
El príncipe,
se queda pensativo mordiéndose los labios.
—¡Tienen que
tener abastecimiento de agua, Apusquipay! ¿Cómo resistirían el sitio tanto
tiempo?
—¡Es lo que
nadie puede explicar, Auki! El Sapa Inca está inquieto, ha convocado al Willac
Uma para consultar a los dioses. Tomará luego una determinación. Creo que el
ataque se va a dar; los guerreros están ansiosos de combate y de gloria.
—Me parece,
Auqui Toma, que prolongar el sitio más tiempo perjudicaría el abastecimiento
del ejército.
El príncipe
fija su mirada en el horizonte. A lo lejos blanquean, al sol, las murallas de
carangue.
—Solamente cundo estemos dentro de las murallas resolveremos el
misterio. —dice
Auqui Toma.
—¡Generales
y Sacerdotes, mi padre el dios inti ha hablado. Hemos sitiado Carangue por más
de quince días, con la finalidad de someterlos por hambre y sed y no perder
vidas en batalla; pero, por circunstancias que desconozco, los sitiados están
tan vigorosos y altivos como el primer día! ¡Mi padre ha hablado! ¡Mañana
atacaremos Carangue, usaremos el mismo esquema de batalla que en Cochesqui;
pero esta vez el Auki dirigirá el ataque por el norte. Los demás jefes
conservarán sus puestos!
—¡Así
se hará gran señor! —dice Auqui Toma
—¡Ahora
a preparar a los guerreros, alimentarlos bien y hacerlos descansar sin
descuidar la vigilancia! ¡Mañana será un gran día!
—¿Se
retiran los hombres del cerco Gran señor? —pregunta Auqui Toma.
—¡No
Auqui Toma, eso pondría a los rebeldes sobre aviso, quiero que estén muy
confiados!
Se está acercando el alba, cuando salen las últimas instrucciones del
toldo real.
—¿Se realizó el traslado de las tropas, en la noche, como indiqué
Apusquipay?
—¡Sí, gran señor!, en el mayor
silencio. Ahora están apostados todos los hombres en su lugar
—¡Muy
bien, ocupen ustedes también sus puestos. El ataque tiene que ser simultáneo.
Cuando escuchen los pututos reales nos lanzaremos al ataque!
La
plana mayor del ejército se ha dirigido a su emplazamiento. El inca se posa
sobre su litera y observa, en el claro oscuro de un difuso amanecer, la ciudad
amurallada.
— «Tendrán un
amanecer que no será de su agrado». ¡Capitán, que suenen los pututos!
—¡Enseguida,
gran señor!
Suenan los
pututos imperiales. Una lluvia de flechas cobra sus primeras víctimas en los
desprevenidos centinelas, que caen heridos de muerte. Un griterío infernal
precede el avance de las tropas que se lanzan al asalto. Los jóvenes guerreros
se disputan, en alocada carrera, el privilegio de llegar primero a las
murallas. Van en busca de la gloria y el reconocimiento del gran Guayna Capac.
El inca observa los primeros momentos del combate desde su litera.
—¡Algo pasa
con los guerreros de Ancas Colla, gran señor. —dice el Willac Uma.
—¿Qué sucede,
sacerdote?
—¡Su gente ha
sido detenida antes de llegar a la muralla! ¡Parece que los rebeldes tenían una
partida de guerreros fuera de las murallas!
—¿Nos estaban
esperando, o es que pretendían una salida en busca de alimentos? —El inca se
pone de pie sobre su litera, aprieta las mandíbulas y cierra los puños—, ¿Qué
es lo que pasa? ¿Una partida de guerreros puede detener a un cuerpo del
ejército imperial?
—¡Los
flecheros de la muralla están originando muchas bajas en los Hurin, miseñor!
—dice el Willac Uma.
—¡Lo veo,
Sacerdote! ¡Capitán! —Llama el inca.
—¡Sí, gran
señor!
—¡Envía
mensajeros al Auki y al Apusquipay, que destaquen refuerzos a los Hurin!
—¡Sí mi señor!
—¡Están
retrocediendo Sapa Inca! —dice angustiado el sumo sacerdote—, ¡No!, ¡no puede
ser! ¡Están huyendo! ¡Están huyendo, gran señor!
—¡¡Capitán!!
—grita, terriblemente enojado el emperador—, ¡Rápido, a cerrarles el paso!
—¡Sí, Sapa
Inca! ¡Guerreros al encuentro de los Hurin!
El inca
rodeado de su guardia personal va al encuentro de los guerreros Hurin que
tratan desesperadamente de alejarse de sus perseguidores. En el camino van
quedando muchos muertos.
—¡Alto! ¡Alto!
¡Deténganse! —grita estentóreamente el capitán.
—¡Alto
deténganse, guerreros del imperio! ¡Vuelvan al combate! —, grita el inca,
encolerizado.
Las voces se
han perdido, sepultadas por Los gritos de guerra de los rebeldes victoriosos y
los ayes de dolor, de los heridos que van quedando en el camino.
El capitán,
ante imposibilidad de detener la huida, ordena enristrar las lanzas para
proteger la litera. Un capitán Hurin se acerca corriendo; el inca alarga el
brazo con su lanza para detenerlo.
—¡Capitán!,
¿qué es esto? ¿Dónde están tus generales? —pregunta el inca.
Como toda
respuesta el aterrorizado capitán, tratando de librarse, jala la mano del inca.
Este cae de la litera.
—¡Perro
traidor! —grita el capitán de la guardia, mientras hunde su lanza en el vientre
del fugitivo; otras lanzas se clavan en el cuerpo del sacrílego guerrero—,
¡Protejan al Sapa Inca!
Las avanzadas
rebeldes han llegado hasta la litera y se enfrentan a los leales guerreros de
la guardia personal de Guayna Capac.
—¡Estamos
rodeados, capitán! —grita un guerrero.
—¡Protejan al
Sapa Inca con sus vidas, pronto llegarán refuerzos! —grita el capitán.
Confirmando
las palabras del capitán suenan los pututos del Auki que, en persona, ha
acudido a socorrer al emperador.
—¡Has llegado
a tiempo general, derrotaremos a los rebeldes y luego haremos pagar cara su
traición a los perros que han huido. Pagarán cara su osadía ! —dice el inca.
Lanza en mano
Inca y Auki, seguidos de sus guerreros detienen el avance de los rebeldes.
—¿Qué sucede
capitán? —pregunta el inca a su capitán de guardia— ¿Por qué retroceden las
tropas imperiales?
—¡Gran señor!
—dice el Auki—, ¡deben verte en la litera, se difundió la noticia que habías
muerto cuando caíste del anda!
El inca sube a
su litera y levanta su lanza. Un griterío ensordecedor es la respuesta de sus
guerreros.
El ímpetu de
las fuerzas de orejones que ha llegado de apoyo hace retroceder poco a poco a
los rebeldes. El Auki y sus guerreros los persiguen hasta las murallas. En el
campo quedan muchos muertos de ambos bandos.
—¡Capitán!
—llama Guayna Capac.
—¡Sí, gran
señor! —Acude presuroso el leal guerrero.
—¡Haz que
venga el Apusquipay a mi presencia!
—¡Sí, gran
señor!
—¡Ya han retrocedido
los rebeldes, divino inca! —dice el sumo sacerdote acercándose.
—¡Así es,
Willac Uma! —responde el inca—, ¡pero hemos perdido mucha gente, no podremos
tomar la ciudad!
El Sapa Inca
baja de la litera y da unos pasos, entre los muertos que yacen a sus pies. Una
expresión, inescrutable, ha aparecido en su rostro; dirige su mirada a uno y
otro lado del campo de batalla: las fuerzas incásicas se han lanzado al asalto
de las murallas; pero son rechazadas una y otra vez.
—¡Ordene, gran
señor! —dice el Apusquipay que ha llegado presuroso haciendo una venia y
arrodillándose ante Guayna Capac.
—¡Auqui Toma,
detén el ataque!, ¡no quiero perder más hombres, las tropas volverán a sus
posiciones de cerco! ¡Envía chasquis, El Auki y Challco Chima comparecerán ante
mí, inmediatamente!
—¡Sí, gran
señor!
Poco a poco se
fue apagando el fragor de la lucha. Una partida de guerreros empezó a recoger a
los heridos.
—¡Estamos a
tus órdenes, gran señor! —dijo el Auki.
Atabalipa se
encontraba inclinado, con una rodilla en el suelo, ante Guayna Capac. Los demás
generales lo imitaron.
—¡Es un día de
gran tristeza para el imperio! —dice el inca, entre acongojado y solemne— ¡Hay
dolor en el corazón de los dioses, la traición contra el hijo del sol se ha
hecho presente! ¡Los hurin nos han abandonado en plena batalla y han atentado
contra la vida de su inca! ¡Los espíritus de los hombres caídos, por la
cobardía de los traidores, pide venganza!...¡Apusquipay! —llama el inca.
—¡Sí, gran
señor!
—¿Has
organizado el cerco de Carangue?
—¡Sí, mi
señor!
—¡Pónganse de
pie valientes guerreros! ¡Los fugitivos deben estar en el campamento, les
ordeno traerme a los cabecillas!, ¡hay dolor en derramar sangre hermana; pero
una traición no puede perdonarse! ¡Carangue caerá; pero ahora caerá sobre los
traidores un justo castigo!
Los generales
se miran satisfechos; no esperaban menos de su divino emperador. El inca hace
un movimiento con la mono y los jefes salen a dar órdenes a sus guerreros.
—¡Apusquipay,
con tus hombres y los de Rumi Ñahui cerca el lado este; con Chalco Chima yo
entraré por el lado oeste —dice el Auki.
—¡De acuerdo
gran príncipe!
Los jefes, con
sus guerreros, inician la acción envolvente, preparados para el combate de ser
necesario. A medida que avanzan su sorpresa va creciendo.
—¡El
campamento está vacío, Apusquipay! —dice el capitán de su guardia
—Eso parece
Capitán; pero avancemos con cuidado puede ser una trampa —responde calmadamente
Auqui Toma.
—¡Sí, Señor!
En el lado
oeste sorpresa y decepción es lo que puede leerse en el rostro de los
generales, conforme van llegando al centro del campamento.
—¡No pensé,
gran Auki, que Michi Naka Mayta acompañase su traición de cobardía. Ha huido
hacia Tumibamba!
—Tampoco lo
pienso yo, noble general —responde, lentamente, como masticando las palabras
Atabalipa—, no es cobardía, es parte de un plan.
—¿Lo crees,
Auki?
—¡Claro que
sí! —responde eufórico el Auki, luego, bajando el tono de su voz, continúa—,
abandonar al inca, en el momento que iba en apoyo de ellos, no tenía otra
finalidad que causar su muerte en manos de los rebeldes. Sabían que en ese
sector estaban los más aguerridos y numerosos enemigos.
Los pututos
imperiales anuncian la llegada de Guayna Capac al campamento.
—¡Llega el
inca, Auki! —dice Chalco Chima.
—¡Así es,
general! —dice Atabalipa, expresando cierta frustración y añade fastidiado—:
¡Debemos terminar con los traidores de una vez, noble Challco Chima!
—¡Estoy de
acuerdo, Auki!
Guayna Capac
ha ingresado a la tienda real, enterado de la retirada de los generales Hurin
con sus tropas. Sentado en el trono dirige una mirada de preocupación a sus
generales.
—¡Permítame
hablar, mi señor! —dice Chalco Chima, arrodillado y con la mirada en el suelo.
—¡Habla, noble
Challco Chima! —dice con voz solemne el inca.
—¡Pido permiso
para perseguir a los traidores; le traeré sus cabezas, divino señor!
—¡De pie
Challco Chima! —El inca pasea su mirada por el rostro de sus generales—, ¡lo
que ha ocurrido en el campo de batalla, no es una simple deserción! ¡Si Michi
Naka Mayta y Ancas Calla hubiesen huido, no habrían tenido tiempo de llevarse a
sus concubinas y sirvientes, ni sus guerreros se hubiesen llevado todos sus
pertrechos! ¡Todo ha estado preparado! —Enfurecido y con los puños cerrados,
continúa—, ¡si yo te envío tras ellos, pueden tener refuerzos en el camino y te
estaría enviando a la muerte!...¡Apusquipay!
—¡Sí mi señor!
— ¡Despacha
exploradores, quiero saber todo respecto a los fugitivos: ¿Dónde están?,
¿cuántos hombres hay?, ¿tienen refuerzos de otros pueblos?, ¡todo! , ¡y reúne al consejo inmediatamente!
—¡Si, gran
señor!
El inca hace
un ademán y los generales se retiran.
En la
tienda real, convenientemente resguardada, el inca conversa con sus dos
interlocutores d confianza.
—¿Enviaste los
exploradores, Apusquipay?
—¡Sí, mi
señor!
—¿Citaste al
Consejo?
—¡Sí, gran
señor!
—Te he
convocado antes que se dé inicio al Consejo porque tenemos que hablar sobre los
sucesos de hoy. Se confirma lo que tú me informaste, respecto al complot. Si yo
hubiese caído muerto en batalla, nadie hubiese sospechado. La llegada oportuna
del Auki hizo fracasar los planes.
El príncipe
escuchaba, atento, las palabras del gran Guayna Capac.
—Permítame
añadir algo que he observado, gran señor.
—¡Habla Auqui
Toma!
—Mientras
combatíamos, todos los pertrechos, víveres e incluso las carpas, que ya estaban
levantadas, eran carga lista para la retirada.
—¡Así es,
Apusquipay!, ¡pero esto va más allá!, ¡los espías del Auki informan que de la
misma corte, de mi entorno! —grita el inca colérico—, ¡sale información sobre
mis movimientos! ¡No quiero colgar a inocentes, necesito saber quiénes manejan
los hilos de esta conspiración, necesito más investigación!
—Lo prudente
es que no se arriesgue, gran señor, y me
deje a mí y a los generales, que crea conveniente, perseguir a los traidores y
traerle sus cabezas.
—¡No
Apusquipay! ¡Con la muerte de los traidores no sabría quienes, en mi corte,
confabulan contra mí! ¡Estaría siempre expuesto! —El inca, se calma y luego
reflexivamente, añade—: Por el momento no estoy dispuesto a ahorcar a todas mis
concubinas y administradores, ¡sería una locura!
—¡Ya lo creo,
gran señor! —interviene el Auki—, ¿entonces?
—¡Han fallado
el golpe!, debemos fingir que no sabemos nada; que lo tomamos como una
deserción que debe ser castigada. Seguramente pondrán a algunos jefes de bajo
mando como culpables. Iré personalmente a pedir explicaciones. Incluso podría
acceder a algunas demandas, para originar confianza. Demostrar cierta
flexibilidad para dar la sensación de debilidad. Estando yo expuesto intentarán
una nueva acción.
—¡Perdone,
gran señor; pero ir usted, personalmente, es exponerse demasiado!, ¡permítame
ir con usted!
—¡No solamente
tú, Apusquipay!
—¿Pero y el
cerco? ¿Vamos a abandonar el cerco?
—¡Tenemos generales fieles en quienes confiar!
¡Nos dividiremos: Quisquis con los Lupacas y Collas continuarán el cerco;
Challco Chima, Rumi Ñahui y el Auki nos acompañarán con sus hombres! ¡Es la
decisión que plantearé al consejo!
—¡Estamos a
sus órdenes gran señor! —dice Auqui Toma, complacido.
Los miembros del
Consejo empiezan a llegar. El inca hace una señal a Auqui Toma y Atabalipa;
ambos se dirigen a ocupar sus puestos en el gran salón.
El inca ordena
detener la litera. Desde la pequeña meseta se divisa la ciudad. El soberbio
Mullucancha se destaca en el centro, rodeado de los espléndidos edificios,
residencia de nobles y sacerdotes.
—Gran señor
—dice el Auki, acercándose al inca.
—¡Habla!
—¡Han
regresado los espías que se envió a la ciudad. Informan que hay una gran
concentración en la plaza. Están convenciendo a los guerreros de abandonar
Tumibamba y marchar hacia el Cusco.
—¡Sería
terrible!... ¡Apusquipay! —grita el inca.
—¡Sí, señor!
—¡Inmediatamente,
con tus tropas, cierra las salidas de la ciudad! ¡No entres a la confrontación,
si no es necesario!
—¡Sí, Gran
señor!
El inca sube a
la litera y marcha a la ciudad. Auqui Toma y sus guerreros y están cerrando las
salidas de Tumibamba.
La entrada del
inca y su séquito, rodeado de sus guerreros, es apoteósica; lo que lo llena de
confianza y regocijo. Después de un corto recorrido está en la plaza de
Tumibamba
—¡Michi Naka
Maayta! —grita el Apusquipay, acercándose al general Hurin—, ¿qué espíritu
maligno ha turbado tu razón? ¿Qué estás haciendo?
—¿Esto?
—responde Michi Naka Mayta, sin turbarse—, los guerreros Hurin quieren regresar
al Cusco, porque no son tratados como debería ser por su linaje. ¡Han dejado su
hogar mucho tiempo y no hay señales que el inca vaya a volver! —En actitud de
franca rebeldía, añade—: ¡El Sapa Inca ha perdido el favor de los dioses. Su
padre el sol lo ha abandonado; por eso perdemos las batallas; debemos devolver
su imagen al Qori Cancha!
—«Qué
atrevimiento, dame fuerza padre inti para no matarlo aquí mismo» —pensó el gran
Guayna Capac.
Michi Naka
Mayta hace una señal y aparecen unos cargadores, con la imagen del dios sol que
han sacado del templo. Un murmullo y exclamaciones de sorpresa se levantan en
la plaza. Guayna Capac, sorprendido, se pone de pie sobre la litera con los
puños crispados.
—¡Willc Uma!
—exclama.
—¡Sí, gran
señor!
—¡Reúne a
todos los sacerdotes y saca los ídolos del templo. Ya sabes que hacer!
—¡Sí, gran
señor!
—¡Auki! —llama
el inca
—¡Sí, mi
señor!
—¡Ve y habla
con Michi Naka Mayta; ofrécele satisfacer todas sus demandas; para mayor
seguridad, de él y de los suyos, yo personalmente se lo confirmaré en
conversación directa. Sabes cuáles son mis intenciones!
—¡Sí, gran
señor!
El Willac Uma
y sus sacerdotes se acercan a la plaza, cargando los ídolos locales. La
población se pone de rodillas.
—¡Oh,
omnipotente inti, creador de hombres y todo lo que sobre la tierra existe. ¿Por
qué abandonas a tus hijos, por qué abandonas tu templo? ¡Compadécete de tus
siervos, de tus guacas, de tus ídolos menores! ¡El enemigo infiel, que está al
acecho, vendrá y nos destruirá…! —Los batallones, que habían iniciado su
desplazamiento hacia la salida de Tumibamba, se detuvieron. Los guerreros
empezaron a arrodillarse. El Willac Uma continuó hablando, mientras se acercaba
a los hombres que sostenían la imagen sagrada—, ¡regresa a tu templo Oh dios!,
¡regresa a tu morada!... ¡No nos quites tu divina protección, padre nuestro!
Mientras los
sacerdotes elevaban plegarias, que la gente del pueblo y los guerreros
imitaban, el sacerdote supremo guiaba la imagen del inti hacia el templo.
—¡Michi Naka
Mayta! —llamó el Auki, acercándose—, ¡el Sapa Inca ha escuchado tus demandas y
da licencia para que puedas conversar con él personalmente!
Michi Naka
Mayta se sintió turbado; la salida de los ídolos y dioses locales pidiendo
protección del dios sol, había impactado en el pueblo. El dios supremo del
imperio no podía abandonarlos, como tampoco podía abandonar a su hijo
predilecto, el gran Guayna Capac.
—¿El inca
quiere conversar conmigo?
—¡Así es,
general! —respondió secamente el Auki.
De un momento
a otro la ventaja y soberbia que tenía el general Hurin había desaparecido. Ya
no estaba seguro del apoyo de sus guerreros. En esa situación, pensó que era
conveniente negociar.
—¡Esta bien,
si es necesario conversar con el Sapa Inca lo haré; pero pido que sea sin
testigos!
—¡Lo
comunicaré, general —respondió el Auki y pensó—: «no sé si el Sapa Inca hace bien teniéndote
con vida»
Era muy
entrada la tarde cuando Michi Naka Mayta dejaba el palacio. El capitán de
guardias sale, imparte órdenes y vuelve a ingresar a palacio.
—¡En vez de
una audiencia yo le habría dado, a ese traidor, un buen árbol donde colgar su
asqueroso pescuezo, Auki!
—Lo sé, Chalco
Chima, pero el Sapa Inca desea evitar una confrontación en estos momentos. ¡Hay
que volver al norte!
—¿Con los traidores
de compañía? —pregunta el general Chalco Chima.
—¡Será lo que
el Sapa Inca decida, general!
Conversando,
Atabalipa y Challco Chima, han llegado a las puertas del palacio. Un personaje
llega, acompañado del quipucamayoc, e ingresa con la anuencia de los guardias.
—¿Quién es el
que está con el quipucamayoc? —dice Auqui Toma con preocupación, acercándose.
—Es el
Tucuyricuy Apo, Apusquipay —responde Atabalipa—, trae informes a palacio; lo
que no entiendo es la presencia del quipucamayoc.
—Ya se nos
informará si es necesario —dice Challco Chima.
—¡Apusquipay
Auqui Toma, general Challco Chima, príncipe Atabalipa! —dice, acercándose a
paso ligero, el capitán de guardia—, ¡mi señor el Sapa Inca pide se presenten
en el salón del trono!
—¡Entremos!
—dice el Auki, invitando a sus acompañantes.
Aun no llegan
al salón del trono, cuando se cruzan con el quipucamayoc que sale,
apresuradamente, acompañado de varios sirvientes. Los recién llegados se
postran ante el divino inca.
—¡Bienvenidos,
generales! ¡Pónganse de pie valientes guerreros!
El inca hace
un movimiento con la mano y los guardias, que protegen el trono, abandonan el
ambiente dejando solos a los interlocutores.
—¡Se
preguntarán qué ha sucedido con Michi Naka Mayta y sus seguidores! En otras
circunstancias estarían colgando como tambores fúnebres.[1]Hoy
les he hecho concesiones: les he entregado ropas y alimentos; además les he
hecho la promesa de entregarles tierras cuando acabemos con los rebeldes
—Chalco Chima, que desconocía las intenciones del inca, no salía de su asombro—,
en estos momentos el quipucamayoc real está registrando la entrega en los
depósitos de palacio. ¡En cuanto acabemos con los rebeldes pondremos en orden
todos nuestros problemas pendientes con los conspiradores! —. Queda pensativo y
añade en voz baja—:… A menos que un acontecimiento imprevisto nos obligue a
actuar inmediatamente.
—¡Tus deseos
son nuestras órdenes, gran señor! —dice Challco Chima, aprovechando el silencio
del inca.
—¡El
Tucuyricuy ha traído muchas nuevas que requieren mi presencia en Tumibamba!
¿Cuánto tiempo?, no lo sabemos todavía. ¡Necesito el apoyo de los hombres más
fieles al reino! —La actitud expectante de los generales manifiesta su
ansiedad—, …he decidido designar al Apusquipay Auqui Toma para concluir la
rebelión del norte; en esta oportunidad no podrá ir el Auki Atabalipa, porque urgentes
necesidades hacen que lo necesite a mi lado. Le otorgo a Auqui Toma el símbolo
del poder real que le da autoridad, no solo militar, sino, en todas las
acciones que realice en mi representación.
Auqui Toma ha
quedado sorprendido ante el repentino anunció del inca. Se pone de rodillas
cuando ve al inca ponerse de pie. Éste da unas palmadas y aparece su capitán de
guardia con un Topayauri[2]
, hecho para la circunstancia, sobre una
bandeja. El inca coge la vara y ordena:
—¡Ponte de
pie, noble Auqui Toma! ¡Haz honor a este símbolo y actúa con prudencia,
sabiduría y valor!
—¡Así se hará,
gran señor!
Los presentes,
especialmente Atabalipa y el Willac Uma, han quedado sorprendidos. Cuando el
inca regresa a sentarse en el trono, Challco Chima se adelanta y cae de
rodillas ante el inca.
—¡Gran señor, permíteme acompañar al
Apusquipay!
—¡Leal Challco
Chima, sé que valioso eres en el combate; pero te necesito a mi lado, días
difíciles se presentan para mi reino, es por eso que me veo obligado a dividir
mis fuerzas! ¡Apusquipay real, lleva los hombres que necesites y los generales
que desees, partes en cuanto tengas dispuesto lo necesario! ¡Puedes retirarte!
El general se
retira y los demás convocados permanecen en el salón del trono. Hay ansiedad y
preocupación en sus rostros.
—¡Divino
señor! —dice el Willac Uma, que ha estado escuchando atentamente—. Los informes
del Tucuyricuy Apo no llego a
entenderlos bien. ¿Por qué el envenenamiento de un general, en una apartada
región como la de los Macavilcas, está relacionado con la corte imperial?
El Inca hace
una señal con la mano y el Tucuyricuy se adelanta un paso para hacer uso de la
palabra.
—¡Gran señor!,
nosotros también pensamos que era un acto de venganza aislado, por motivos de
maltrato, celos o quién sabe qué motivos; pero cuando la concubina, autora del
envenenamiento no quería dar respuestas,
fue sometida a tormento, confesó que la orden salió de Tumibamba. Hemos
capturado a cuatro implicados que han confesado lo mismo.
—¿Cuatro
implicados para un acto de venganza? —preguntó el Auki.
—¡Sí, gran
príncipe! —contestó, el Tucuyricuy—, porqué no es un acto de venganza de parte
de los autores. Cumplían órdenes. Hemos sacado la confesión al mensajero. Allí
está lo grave: hay nobles locales implicados y un general del ejército real.
—¿Un general
de nuestro ejército? —preguntó Challco Chima, sorprendido.
—Sí General
—prosiguió el Tucuyricuy—. Ya hemos hecho las capturas correspondientes. ¡Hay
algo más! Las comunicaciones del mensajero con Tumibamba no ha sido una sola
vez y, en una de ellas, el mensaje fue enviado por una mujer que, según el
traidor, es de la corte y se llama Sumaq Urpi.
—¿Sumaq Urpi?,
¿de la corte? —pregunta Challco Chima, cada vez más sorprendido.
—¡Sí
general —responde Apo—, ¡Debe ser un
nombre falso!, no existe una mujer con ese nombre, en palacio; tampoco en la
nobleza local. Se ha interrogado al general implicado, sin ningún resultado. No
ha soltado ningún nombre.
—¡No han hecho
hablar al general, cómo puede ser eso? —pregunta inquieto Atabalipa.
—¡Ningún
resultado, príncipe!, a pesar que se ha aplicado tormento! —responde, Apo, y
añade—: por eso será necesario esperar la llegada de los cautivos Macavilcas,
para que identifiquen a la mujer llamada Sumaq Urpi.
Atabalipa
pasea la mirada por el rostro de los presentes, sin atreverse a levantar la
mirada hacia su padre. « ¿Un general se atrevería a poner en riesgo su fortuna,
su vida y la de su familia sino esperase algo mejor?, volviendo la mirada al
Tucuyricuy, preguntó:
—¿Cuál sería
el motivo que lleve a un general inca ordenar la muerte de otro general, con
veneno?
—Es lo que
hasta el momento no habla Tupac Wari.
—¿Tupac wari
es el general implicado? —pregunta ansioso Challco Chima a Apo.
—Así es,
general.
—¡Tupac Wari, es
muy allegado a Ancas Calla! ¿No están en esto los Hurin?
La afirmación
de Challco Chima crea un silencio que el Tucuyricuy se apresura a romper.
—¡Ninguna
palabra ha mencionado el general sobre los Hurin!
—Lo que no es
garantía de algo; así como calla la identidad de Sumaq Urpi, puede callar la participación
de los Hurin —, responde Challco Chima.
El Auki que
sigue la conversación, con inquietud y oculta ansiedad, reflexiona sobre la
última expresión de Chalco Chima: «El general puede tener razón. ¿Y si esto va
más allá de un crimen de serrallo[3]?
¿Y si verdaderamente, de alguna manera están implicados los Hurin?».
—¿Cuándo
estarán acá los prisioneros Macavilcas?
—Deben estar
llegando entre hoy y mañana, príncipe —responde el Tucuyricuy—, salieron
después de mi partida y con buen resguardo.
El Inca que,
hasta el momento ha permanecido en silencio, se pone de pie. Todos los
presentes ponen una rodilla en el suelo y bajan la mirada. Huayna Capac,
blandiendo el Topayauri real dirige una mirada a los presentes al momento que
les dice:
—¡No permití
que vayan a Carangue, por la urgencia de la cual les ha informado el Tucuyricuy
Apo! ¡Detendrán a todos los sirvientes y familiares de los nobles implicados!
¡Alguien hablará! Continúen con los interrogatorios a Túpac Wari. ¡Pueden ir!
El Inca hace
una señal con la mano y el capitán, de su guardia personal, lo sigue al
interior del palacio, con dos guerreros.
Ausente el
Inca, Challco Chima sale apresuradamente, dejando atrás al Auqui y los
funcionarios; abandona el palacio y se dirige en dirección a la cárcel.
Hondo pesar le
causó al general, curtido en innumerables batallas, ver a su compañero de armas
en ese lamentable estado: el cuerpo lacerado por quemaduras, y el rostro
entumecido por los golpes
—Noble
Challco Chima ¿Vienes a regocijarte con mi desgracia? —dijo con voz jadeante el
prisionero.
—Soberbio
y altivo, como siempre, no espero menos de ti Túpac Huari. Eres hombre de
valor; por eso vengo a proponerte algo.
—¿Qué
cosa? —dijo casi inaudiblemente el prisionero.
—¿Sabes
que la condena por conspirar contra un representante del inca es la muerte;
porque es como conspirar contra el mismo emperador?
—Lo
sé.
—Por
lo tanto sabes que tu suerte está decidida. Sé que sabrás morir con honor,
¿pero, has pensado en tu familia? ¿Lo
has considerado?
—Dos
hijos míos han muerto en Cayambe, defendiendo al Sapa Inca, ¿eso no cuenta?
—¡Lo
que no comprendo, Túpac Wari —dice desesperado Challco Chima—, con una familia
fiel al inca, con acciones como las de tus hijos, con una historia de coraje y
honor en tu vida, ¿por qué decidiste conspirar para envenenar a un funcionario
del Sapa Inca? ¿Cuál es el motivo? ¿Qué relación tienes con un hecho tan lejos
de Tumibamba?
—No
lo comprenderías nunca general.
Challco
Chima se pasea nerviosamente por la celda, efectivamente, no comprende por qué
un general tan respetado y querido ha optado por ese camino. Se detiene frente
al cautivo y suavizando la voz le dice casi al oído:
—Si
tú me dices el verdadero nombre de Súmac Urpi, y de los conspiradores de
Tumibamba, yo podría suplicar al Sapa Inca por tu familia.
—Eso
sería imposible, porque yo no conozco a Súmac Urpi.
—¡No
seas terco Túpac Wari! ¡Estoy poniendo en tus manos la vida de tu familia! —El
general trata de calmarse y baja la voz, frente al cautivo—, de ti depende, tú
me das los nombres y yo prometo interceder ante el Sapa Inca. Aprovecha la
oportunidad. Al atardecer ya no será necesaria tu información.
—¿Por
qué?
—Otros
cautivos nos la darán.
—¿Otros
cautivos?
—Sí,
general, al atardecer, estarán llegando
el mensajero y las concubinas Macavilcas.
—¿Van
a llegar a Tumibamba al atardecer?
—O
mañana al amanecer, a más tardar.
Túpac
Wari fija la mirada, de sus tumefactos ojos, en el rostro de Challco Chima y,
su lacerado rostro, trata de esbozar un remedo de sonrisa.
—Me
extraña, Challco Chima, que te hayas vuelto tan confiado.
La
afirmación de Túpac Wari incomoda al general. «Que obstinado eres amigo»…«Oh
no, ¿qué quieres decir?»
Sin
decir palabra alguna, Challco Chima, da media vuelta y sale apresuradamente.
Los centinelas,
del palacio real, ceden el paso al general, que llega con inusitada prisa.
Challco Chima ha pasado el umbral y llega al vestíbulo que lleva al aposento
real, allí, se encuentra con el sumo sacerdote.
—¡Willac Uma!,
¡qué bueno encontrarte en este momento, estoy en busca del Tucuyricuy Apo, me
dicen que aún está aquí, en palacio!
—Así es
general, hemos sido convocados nuevamente por el Sapa Inca. ¿A qué se debe tu urgencia?
—Quiero saber
cuánto celo puso en la seguridad de los prisioneros que vienen a Tumibamba. ¡Es
posible que se necesite reforzar la vigilancia!
—¿Por qué te
preocupa eso Challco Chima?, los encargados deben haber tomado las precauciones necesarias.
Además ya deben estar cerca, a la ciudad.
—¿Ya?
—Sí, por mucho
retraso estarán entrando mañana.
—Hay que tener
en cuenta, sacerdote, que de la seguridad de los prisioneros depende encontrar
el motivo de la conspiración de los Macavilcas.
—Y saber
¿Quién es Sumaq Urpi?, general, Todos esperamos eso. ¿Aún quieres entrevistarte
con Apo?
—Si está, como
dices, tratando temas con el Sapa Inca no me va a poder atender. Tal vez me
preocupo sin razón.
—Tal vez,
general, tal vez… ¿Es la única preocupación, general?, te veo intranquilo.
—¡La familia
de Tupac Wari, Willac Uma!
—¡Son
traidores!
—El traidor
sería Tupac Wari, pero, ¿la familia?
—¡Es la ley!
—¿Sería
posible que el Sapa Inca deje a la familia fuera del castigo?
—Tal vez, si
Tupac Wari habla y entrega a todos los responsables. Tú sabes que el divino
Inca es inflexible.
Challco Chima
y el Willac Uma han llegado conversando hasta las cercanías del templo. Una
intensa actividad se observa en él: acllas y sacerdotes preparan una ceremonia.
—¿Hay algo
especial, Willac Uma? —pregunta Challco Chima.
—Esta noche
consultaremos a los dioses sobre la muerte del general inca y el destino de Carangue.
Se harán grandes sacrificios.
El Willac Uma
hace una venia, hacia el general, y sin decir palabra alguna se retira, en
dirección al templo. Challco Chima corresponde con un movimiento de cabeza y se
dirige a la prisión de Tupac Wari.
En una hermosa
residencia, algo alejada del palacio real, dos jefes militares conversan
preocupadamente. Ni la belleza del amplio jardín, que ocupa el centro del
edificio, ni la dulzura del trinar de las aves que se posan en él, son capaces de distraer la atención de los dos personajes abstraídos
en comprometida situación.
—¡Se lo
prometimos!
—¡Lo sé, ¿cómo
no recordarlo?
—¡Prometimos
que si algo salía mal, nosotros pondríamos a salvo a su familia!
—¡Te repito
que lo sé!, pero, ¿cómo cumplir la promesa sin poner en riesgo nuestras vidas?
—¿Y crees,
Michi Naka Mayta, que si Tupac wari habla, valdrán algo nuestras vidas?
—¡No hablara,
es leal!
—¿Y nosotros,
lo somos?, ¡no hablará si cumplimos lo que prometimos!
—¿Pero, de qué
manera?, ahora no podemos confiar en nadie, ni exponer a Sumac Urpi, que es la
pieza más importante para nuestro éxito —Michi Naka Mayta, parece recordar algo
y añade—: ¿Cómo está lo de los prisioneros?, ¡no deben llegar!
—¡No
llegarán!, todo está arreglado —tengo informes—, ya se aplicó la pócima. Es un
veneno que no se puede detectar. Los encargados de probar los alimentos y el
agua ni lo sentirán.
—Lo importante
es que haga efecto antes que lleguen a la ciudad.
—¡Así será,
general!, la familia de Tupac Wari, ¿está encerrada en su casa o ha sido trasladada
a otro lugar?
—Tengo
informes que está en su casa.
—Si queremos
sacarlos de allí, tiene que ser esta noche. Mañana los prisioneros, muertos o
moribundos, estarán entrando a la ciudad. Después de la muerte de los
prisioneros no se podrá intentar nada, el Sapa Inca actuará sin misericordia.
—¿Qué tienes
en mente, Ancas Calla?
—Los guardias
están vigilando a unos nobles, que consideran conspiradores. ¿Se preocuparán
por unos siervos o esclavos que entren y salgan de la casa? Tendremos que
transformar sus apariencias.
Michi Naka
Mayta fija la mirada en su interlocutor, se queda pensando unos instantes y,
haciendo un movimiento afirmativo con la cabeza, dice en voz baja:
—Es
arriesgado, pero puede dar resultado… y si no resulta nuestra suerte, de todas
maneras, también estará echada.
—¡Resultará!,
tengo la persona indicada para coordinar el escape. «Si lo descubren, nosotros
no tenemos la culpa que un siervo nuestro esté metido en una conspiración con
la familia de Tupac Wari»
—¡Lo haremos
—dice decididamente Michi Naka Mayta—, hay que preparar lo necesario; hay que
comunicarnos con ellos y hacer llegar la decisión a Tupac Wari.
Se han alejado
los rayos del sol y la tarde se ha convertido en noche; las teas iluminan, débilmente,
las hieráticas siluetas de los centinelas apostados a la entrada de la mansión
de Tupac Wari. Unos siervos, cubiertos de harapos, entran y salen trasladando
leña y productos de uso doméstico.
A prudente
distancia, dos sombras se desprenden de los muros de un edificio cercano.
—Los que han
salido ahora, que son fugitivos, volverán con leña. Serán los mismos andrajos,
pero distintas personas, ¿te das cuenta?, faltan tres y todos estarán fuera.
—Tu plan está
dando resultado Ancas Calla, pero, ¿las concubinas?
—¡Ni pensarlo!
Los centinelas tomarían como sospechoso el acarreo de tanta leña, ¡y por
mujeres!
—Tienes razón,
vámonos antes que noten nuestra presencia. Todo está dispuesto, para que partan
inmediatamente hacia el norte.
—¡Estarán
bien!, en el norte hay gente nuestra.
Carangue
aparece reluciente bajo el sol, Auqui Toma lo contempla como todas las mañanas
y luego revisa el trabajo de los carpinteros, lleva días consolidando el
asedio. Las escaleras de asalto que ha hecho fabricar, con madera de los
bosques cercanos, están casi listas. No puede cometer los errores del último
ataque. No puede defraudar la confianza puesta en él, por el gran Guayna Capac.
—¡Hemos
perdido muchos guerreros, jefe Canto, y no hemos podido romper el cerco!
—¡Lo sé,
valeroso jefe Pinto; pero ten en cuenta
que en algunos momentos hemos estado a punto de derrotarlos! Recuerda la
primera salida. Por poco damos muerte a su inca —El jefe Canto se queda
pensando y añade—: son muchos los invasores, matamos a unos y son reemplazados
inmediatamente. Nuestros hombres están agotados.
—Si no fuese
por el ojo de agua que tenemos, estaríamos aniquilados. Las huertas ya no
abastecen.
—¡Pronto
tendremos que tomar una decisión, jefe Pinto, debemos reunir a todos los jefes.
Tendremos que plantear un ataque total, con todas nuestras fuerzas; de lo
contrario empezaremos a tener bajas por el hambre!
—Parece que no
tendremos que atacar nosotros, jefe Canto, con los refuerzos que han llegado,
los invasores están planeando un ataque.
—Roguemos a
los dioses que la suerte nos sea favorable; si no es así, prefiero la muerte
antes que la esclavitud en manos de los invasores quechuas —dice el preocupado
jefe Canto.
—Todos los
jefes pensamos igual, Jefe Canto, la muerte antes que la esclavitud. Estamos
listos, las piedras de gran tamaño, así como las medianas han sido depositadas
en los puntos estratégicos de los muros. ¡No pasarán!
—Los dioses te
oigan, jefe, por el tiempo que están demorando los preparativos, se puede
pensar que será un ataque utilizando todo su poderío.
Ambos jefes se
miran y abandonan las murallas
En el
campamento inca se trabaja afanosamente. Se ha talado árboles cercanos para la
fabricación de escaleras, flechas y lanzas. Todo va quedando listo para el gran
asalto.
—¡Todo está
listo Apusquipay! ¡Si tú lo ordenases en estos momentos iniciaríamos el ataque!
—dice el general Quisquis.
—¡Me alegra
oír eso, noble Quisquis! Las maniobras que has estado realizando, ha mantenido
vigilantes y nerviosos a los rebeldes. Eso los agota. ¡Pero, no! ¡Hoy día no
atacaremos! Antes que caiga la noche quiero que realices otras maniobras, eso
los hará pensar en un posible ataque. Se pondrán más preocupados, ¡capitán!
—¡Sí, mi
señor!
—¡Prepara la
guardia salimos en reconocimiento del cerco!
—¡Sí, mi
señor!
Amanece en el
campamento inca. Auqui Toma está rodeado de los generales. Los aprestos, para
la inminente batalla, ha movilizado todo
el campamento.
—¡ Se dará la
orden de ataque, pero sólo se realizarán maniobras. Quiero tenerlos nerviosos!
¡Ustedes estarán en las maniobras!
—¡De acuerdo
Apusquipay, Auqui Toma! ¡Haremos lo más
real posible los simulacros, eso nos dará una idea de las defensas! —dice el
general Quisquis.
—¡Exactamente!
¡y del grado de rapidez que tienen para trasladar sus núcleos de defensa!
—señaló el Apusquipay—. Entonces, vayan a sus puestos y que suenen los pututos.
Esta vez el núcleo central del ataque será el ala izquierda.
Los generales
salen dispuestos a cumplir las órdenes. Pasados unos instantes suenan los
pututos y una avalancha de hombres se lanza sobre el campo próximo a Carangue.
En los muros aparecen los flecheros de la defensa rebelde, mientras sus jefes
se trasladan de un lado a otro impartiendo órdenes. Auqui Toma, desde una
posición propicia, observa el desplazamiento de sus tropas y también el movimiento
del enemigo.
—¡Capitán!
—¡Sí, mi
señor!
—¡Envía
chasqui al general Rumiñahui, que refuerce el ataque en el ala izquierda!
—¡Sí, mi
señor!
Después de un
buen tiempo de maniobras, sin ningún ataque franco, Auqui Toma llama a su
capitán.
—¡Que toquen
retirada los pututos, capitán!
—¡Sí, mi
señor!
Suenan los
pututos y las tropas incásicas empiezan a retirarse en perfecto orden. Auqui
Toma queda complacido.
Esa noche
suenan los pututos de ataque dos veces y otras tantas se encienden las
antorchas en la ciudad sitiada. Al amanecer Auqui Toma observa el campo donde
se ha de realizar la batalla.
—¡Todo se
realizará de acuerdo al esquema del primer simulacro. En el sector izquierdo
hay más espacio para el desplazamiento de las tropas! ¡Cuando se haya centrado
el ataque allí, yo atacaré el centro con las fuerzas de reserva! ¡A sus puestos
generales, que los dioses de nuestros padres nos acompañen! —Fueron las últimas
palabras de Auqui Toma, a sus generales, antes del inicio de la batalla.
—¡Sí,
Apusquipay! —responden a una voz, los bravos generales y parten.
Los pututos
imperiales sueltan sus sonidos estridentes y los soldados incásicos, entonando
sus sones guerreros, se lanzan en mortales oleadas hacia su objetivo: Carangue
—¡Como usted
lo dijo, Apusquipay, los rebeldes están centrando sus defensas en el flanco
izquierdo!
—¡Así es
capitán, esperemos un poco!
La embestida
inicial de las fuerzas imperiales no resulta contundente; sin embargo se pelea
sin tregua y con bravura en ambos bandos.
—¡Nuestros
guerreros están siendo rechazados en todos los frentes apusquipay! —dice el
capitán, sorprendido.
—¡Pelean con
bravura los rebeldes. Que suenen los pututos, capitán!
El guerrero
ulular de los caracoles precede la embestida de Auqui Toma y sus guerreros.
Largas escaleras se desprenden del batallón y se cuelgan como patas, de mortal
araña, de los muros.
—¡Adelante
guerreros, por el Inti y nuestro inca, estos muros tienen que ser nuestros!
—grita eufórico el apusquipay.
Largas rampas
se suman a las escaleras y por ellas se lanzan los guerreros ávidos de honor y
gloria. Al frente va Auqui Toma, confundido con sus guerreros y con el escudo
erizado de flechas rebeldes. Los guerreros, estimulados por su presencia y
valor, han llegado al terraplén superior del muro en medio de gran mortandad de
ambos ejércitos.
—¡Apusquipay,
permítame abrir el paso con la guardia, su vida es valiosa y sagrada para el
Sapa Inca!
—¡Adelante
capitán, tenemos que aprovechar el desconcierto de los rebeldes! ¡Mira! ¡Ya han
sido tomadas esas murallas! ¡Avancemos hacia aquella que falta, es la más
fortificada!
—¡Cuidado
apusquipay! ¡Se nos vienen encima! ¡Guerreros protejan al apusquipay! —grita el
capitán.
Un nutrido
cuerpo de guerreros rebeldes que han reconocido a Auqui Toma, como guía del
ataque, arremeten contra él y su guardia, arrinconándolo contra la muralla
fortificada.
—¡Cuidado
apusquipay! —grita el capitán, lanzándose sobre el general; pero es demasiado
tarde, una roca arrojada de lo alto de
la muralla impacta sobre el general de los ejércitos imperiales y su capitán,
destrozándoles el cráneo. La muerte es instantánea
—¡¡¡Apusquipay,
capitán!!! —gritan al unísono los guerreros quechuas.
—¡¡¡Ha muerto,
el apusquipay ha muerto!!! —gritan los
rebeldes. El grito se multiplica en el campo de batalla.
Los
desconcertados guerreros incas, ante la indecisión, son fácilmente lanceados y
flechados sin misericordia.
—¡Pronto aquí,
guerreros! —grita un soldado de la guardia, que está junto a los cadáveres, con
potente voz. A su llamado acuden guerreros en tropel— ¡Llevemos el cuerpo del
apusquipay y el capitán al campamento. Seis hombres conmigo, el resto nos abre
paso y protege con los escudos!
—¡¡El
apusquipay ha muerto, el apusquipay ha muerto!! —es el grito que se trasmite
por todo el campo.
Envalentonados
los rebeldes arremeten con todas sus fuerzas, causando gran mortandad entre las
tropas incas. Indecisión, primero, y luego temor ante el número de bajas. El
ejército imperial empieza a retroceder para luego huir desorganizadamente. Los
rebeldes los persiguen causando infinidad de muertes. Finalmente sólo el flanco
izquierdo sigue combatiendo. El general inca levanta la vista y observa el
triste espectáculo. Es cierto, Auqui Toma ha muerto y el ejército huye en todos
los frentes. Es inútil seguir combatiendo.
—¡Guerreros,
retirada, retirada! ¡No dejar de combatir, hay que retroceder! —grita Quisquis
—¡No podemos
llegar al campamento, porque nos cierran el paso, debemos retirarnos al monte!
¡Si llegamos allí podremos reorganizarnos! ¡Retirada, retirada al monte!
¡Suenen los pututos! —grita enardecido Rumiñahui, que parece reventar sus
cuerdas vocales.
La noche ha
caído sobre Carangue. La persecución ha sido feroz; los heridos han sido
ultimados, en el campo de batalla y alrededores; el campamento ha sido arrasado
y el ejército imperial ha huido en diferentes direcciones.
—¡Son las
últimas partidas de guerreros que vuelven , general! —dice Rumiñahui.
—¡Parece ser
así, general! —responde Quisquis—, es hora de enviar a los guerreros,…
¡capitán!
—¡Sí, mi señor!
—¡Envíe
hombres, en grupos de cinco cada uno, para alcanzar a los fugitivos y decirles
que se concentren en el campamento. Nosotros estaremos allí!
—¡Enseguida,
señor!
Es casi
medianoche. Carangue es una explosión de alegría y alborozo. La victoria sobre
los quechuas es festejada con frenesí. Se ha vencido, nada menos que, al
ejército imperial del gran Guayna Capac y se ha dado muerte a su Apusquipay
real. Las danzas alrededor de las fogatas recortan las siluetas de los
guerreros victoriosos. Numerosas cabezas de los vencidos cuelgan de las
murallas y de los palacetes de los jefes. A la distancia, en el campamento
inca, los guerreros han empezado a reunirse frente a dos taciturnos generales.
—¡Mi señor! —Dice el capitán de Rumi Ñahui,
postrándose ante el general—, han regresado todas las partidas, no hay más
guerreros. Todos los heridos han sido capturados y muertos.
Rumiñahui,
hace una señal con la mano y su capitán se aleja. Quisquis, que ha escuchado el
informe, se acerca. Con la frustración y el cansancio reflejados en su rostro,
el bravo militar encara a su compañero de armas.
—¡General!, no
tenemos los hombres necesarios para reorganizar el cerco de Carangue; menos
para entablar una nueva batalla. Es difícil aceptarlo, pero la realidad es que
hemos sido derrotados y hemos perdido a un valioso compañero de armas. Me
parece que no queda otro camino que la retirada.
—He pensado lo
mismo Quisquis —Rumi Ñahui pasea la mirada sobre las raleadas tropas y añade—:
¡No resistiríamos un nuevo ataque de los rebeldes!
—¡La partida
tiene que ser inmediata, general, con el
amanecer saldrán a cazarnos!, el desastre sería mayor. Debemos organizar la
partida.
El desalentado
Rumi Ñahui asiente con la cabeza. Ambos generales llaman a sus respectivos
capitanes para dar las órdenes necesarias.
[1] Un
tambor fúnebre se hacía con la piel del vientre del ejecutado; también, en
ocasiones, se procedía a obligar a tomar chicha, en grandes cantidades, al
sentenciado, se le quebraba las extremidades y se le colgaba. Con el sol el
vientre se hinchaba y, con el viento, las extremidades rotas golpeaban el
vientre produciendo un ruido siniestro.
[2]
Cetro inca
[3]
Harem