LA GESTA DE 1821
LA
CUARTA GUERRA CIVIL ENTRE LOS ESPAÑOLES POR EL DOMINIO DE MERICA
La
guerra de independencia fue una guerra civil entre españoles, entre los
conquistadores y sus descendientes; tan igual como lo fue la guerra de
Francisco Pizarro contra Almagro, de Almagro el joven contra Vaca de Castro, de
Gonzalo Pizarro contra el primer Virrey y La Gasca. El pueblo peruano (indios,
mestizos y demás castas), como en la conquista, fue el cuerpo de combate, movido
por uno y otro bando de acuerdo a sus intereses. Reclutados muchas veces a la
fuerza, ante la presión del halago y la amenaza, no tenían otra alternativa que
participar en la contienda. Al respecto es esclarecedor el contenido de la
proclama del Virrey La Serna “A LOS INDIOS DEL BAJO PERU”, en la cual se lee: “
…Deponed todo temor por vuestros
desaciertos pasados, que os los perdono; porque os amo de corazón; presentaos
con seguridad y ningún cargo os formaré por los extravíos pasados; suministrad
los víveres y demás auxilios a mis tropas… lo contrario será un crimen grave..
Indios no seáis víctimas del engaño y abrazad el saludable consejo que os
anticipo; no despreciéis mis promesas que por experiencia sabéis que cumplo;
pero temed, si los despreciáis, porque no en balde he movido todas mis
fuerzas”. En esta proclama como en otras de los ejércitos hispanos se nota el
doble sentido de la comunicación; por una parte se deja ver las bondades y/o
beneficios (falsas por supuesto) de un apoyo a la causa del Virrey, a la vez
que se amenaza sobre las consecuencias de adoptar una actitud contraria. Esa
actitud de amenaza y halago fue reiterativa de parte de la oficialidad
peninsular. El general Carratalá en su campaña de Huamanga, antes de incendiar Cangallo y reducirlo
a cenizas, también difundió una proclama en los siguientes términos “ ¡ Es
imposible que aún continuéis obcecados y criminales al lado de los rebeldes,
sin que os hayan desengañado los infinitos compromisos en que tantas veces os
han puesto y en los que os han abandonado al filo de nuestras bayonetas… me estremezco de pensar lo que podéis padecer
y lo que demanda la justicia divina y humana si reincidís en vuestros delitos.
Os prevengo de mis operaciones…”. Se sabe que las amenazas de los jefes españoles
no fueron gratuitas, la reducción de Cangallo en cenizas es una muestra de
ello; en otra jornada militar, sobre la ciudad de reyes, de cuatro mil
habitantes que tenía la ciudad solamente quedaron trecientos después de la
campaña; lo cual nos dice respecto a la crueldad y barbarie que desplegó el
ejército realista contra los que no se adherían a su bando. Por su parte la
dirigencia independentista veía engrosar sus filas con la promesa de la
Libertad, aunque con la llegada de Bolívar también se hacía reclutamientos
forzosos.
La
recompensa para el bando que resultase
vencedor fue la posesión de las colonias americanas. Ambos bandos, españoles
peninsulares y españoles americanos, o criollos, tenían la misma cultura, los
mismos intereses, la misma concepción de autoridad y gobierno, y en muchas
oportunidades eran de la misma familia con la diferencia que unos habían nacido
en España y otros en América. Sin embargo la guerra no dejó de ser sangrienta y
heroica para quienes, abrazando el ideal de libertad, regaron su sangre
generosamente desde las riberas del San Lorenzo hasta las pampas de la Quinua
en Ayacucho: los combatientes.
Una
diferencia saltante entre los jefes de las corrientes militares del norte y del
Sur fue la forma de enfocar la guerra. Mientras San Martín hizo despliegue de
una asombrosa diplomacia obteniendo con ello avances populistas como la entrada
a Lima sin disparar un tiro, la actitud de Bolívar fue más frontal y
militarista, consciente que su proyecto,
solamente, se cumpliría con la derrota militar del ejército español. Las
acciones de San Martín no habían mellado en nada al ejército español que se
encontraba integro para enfrentar la contienda.
El
enfrentamiento entre gente que tenía tantas similitudes por pertenecer a una
misma clase social dio lugar a acciones dubitativas; en algún momento solamente
se pensó en un traslado de poder de manera pacífica; solamente se pensó en el
cambio de poder y no en el cambio de estructuras coloniales; la misma
proclamación de la independencia fue una muestra de ello. Cómo se describe este
acto:
“
El acto al puro estilo virreinal, comenzó cuando por la mañana del 28 de julio
de 1821 salió del palacio de los virreyes una brillante cabalgata encabezada
por los dignatarios de la Universidad de San Marcos con sus sobresalientes
bonetes doctorales, a los que seguían los altos prelados de la iglesia y los
priores de los conventos; enseguida venían en riguroso orden, los altos jefes
del ejército expedicionario, seguidos por los títulos de Castilla y los poseedores
de algún hábito de las órdenes militares españolas; cerraban este grupo
delantero los oidores de la Real Audiencia de Lima (como si nada hubiera sido
cambiado en absoluto) y los regidores perpetuos del cabildo; el grupo siguiente
y principal estaba encabezado por San Martín ( en el mismo lugar que en las
ceremonias coloniales le correspondió al virrey), flanqueado a su izquierda por
el conde de San Isidro y a su derecha por el marqués de Montemira, que portaba
en lugar del estandarte real la bandera peruana (única diferencia con las
ceremonias del pasado); detrás de éstos, marchaban el conde de la Vega del Ren,
el estado mayor y los altos comandantes del ejército; cerrando el cortejo iba
un pelotón de húsares, vestidos de gala. Flanqueaban el imponente cortejo los
alabarderos del Rey, con todas las insignias reales de España. “Por otra parte
a pesar de que hubo oportunidad de iniciar una campaña militar con resultados
positivos, en 1821, que habrían decidido la guerra, San Martín no lo permitió,
por el acercamiento que tenía hacia sus compañeros de clase social. La entrada
de San Martín a Lima sin disparar un solo tiro, se debió a un acuerdo del
General con el virrey. El virrey a quienes verdaderamente temía era a los
montoneros, partidas armadas formadas por indios y esclavos fugitivos de las
haciendas, y/o de los pueblos de indios; guardaban un profundo odio a los
españoles, acumulado por siglos de sufrimiento generacional. Cuando se
enteraron de la promesa libertadora no dudaron en incorporarse a la causa.
Fueron los verdaderos artífices de la caída de Lima cortando las comunicaciones
el abastecimiento de la tropa y la entrada de alimentos. Antes de salir de Lima
el Virrey ratifica su acuerdo con San Martín en una carta que envía al marqués
de Montemira, el cual la envía a San Martín con otro documento: “…Nadie duda
que V.E. cumplirá religiosa y generosamente todo lo que tiene anunciado y
comprometido por sus papeles públicos en orden a la seguridad personal e
individual de las propiedades, bienes y casas de sus vecinos y habitantes, sin
distinción ninguna de origen ni castas, pero lo que más interesa en la
actualidad, es que V.E. expida las instantáneas providencias que exigen la
vecindad de los indios y partidas de tropas que circundan la ciudad…”.Basil
Hall jefe de la marinería inglesa
llamado por Montemira para proteger la ciudad, corrobora el temor de los
españoles hacia los indios y no hacia San Martín “… No era solamente de los esclavos y de la
plebe que se tenía miedo, sino más razón de la multitud de indios armados que
rodeaban la ciudad, quienes, aunque a las órdenes de los oficiales de San
Martín, eran tropas salvajes e indisciplinadas y podían entrar a la plaza en
masa tan pronto como la evacuasen los españoles…”. San Martín cumplió su acuerdo
con el virrey y no permitió la entrada de las montoneras; por el contrario
ordenó al general Álvarez de Arenales que las aleje de la ciudad. Fueron esas
montoneras unidas al ejército regular que tuvieron la oportunidad en dos
ocasiones de eliminar al ejército español. La primera cuando Canterac llega a
Chongos con su ejército diezmado por el hambre, el cansancio y las deserciones,
el 12 de Julio, Álvarez de Arenales pudo aplastarlos con sus montoneras; pero
antes de la batalla llegó la orden de San Martín de no atacar. La segunda
oportunidad se dio cuando el virrey La Serna, debido a las marchas y
contramarchas entre la sierra y la costa, estaba con un ejército diezmado de
apenas mil hombres, cuando las guerrillas estaban a punto de atacar y eliminar
al ejército del virrey, llegó la orden de San Martín de replegar las montoneras
hacia lima, porque él estaba en tratos con el virrey.
La
guerra de 1821 tuvo características distintas cuando, Bolívar, el aristócrata
mantuano, llega al Perú. Sin embargo, cuando se consigue la independencia
política de la corona española, la situación no varió sustancialmente. Los
hijos de los conquistadores, a quienes se denominaba “criollos”, detentaron el
poder, las tierras y los “derechos” usurpados por sus antepasados; y aunque
heredan una nación raquítica, atrasada y corrupta, nada hicieron por sacudirse
del lastre, que significaba para la unidad y el desarrollo, de la explotación y
el abuso. Se mantuvieron las condiciones que perpetuaron la existencia de las
encomiendas —llamémosles ahora latifundios—, y con ello la servidumbre del
indígena ligado a ellos. El reconocimiento tácito del gobierno a las grandes
propiedades, sobre todo si eran del bando vencedor, es una muestra de ello. De
esa manera el indígena vio perderse la ilusión de la independencia; seguiría,
en su condición de miseria, construyendo la riqueza del patrón y sus
descendientes. El indígena no cambió su condición de fuerza productora en
beneficio de los herederos de la colonia. Sin embargo cabe anotar que al igual
que en la colonia (“las nuevas leyes” que en apariencia defendían al indígena),
en la república también hubo dispositivos legales en beneficio de los “peruanos
conocidos antes con el nombre de indios o naturales; sin embargo estas
disposiciones emanadas, ya sea de buena fe o por circunstancias políticas de
algunos gobernantes chocaron con la estructura político-económica feudal
cimentada a través de tres siglos en nuestra patria. El indio siguió siervo
como en la colonia, para facilitar su
dominio y degradación se le creó el vicio del alcoholismo, para embrutecerlo
como bestia de carga se le suministró la
coca. De esa manera lo convirtieron en un instrumento manejable para los fines
del nuevo dueño del País; de ese país que un día “en nombre de Dios y del Rey”, le entregaron,
a sus antepasados, durante la conquista. Los indígenas y mestizos que fueron la
columna vertebral de las luchas de 1821, siguieron siendo los grandes ausentes
en las decisiones históricas del país, siguieron siendo los despojados de su patria, los ex dueños de
este territorio, aquellos que siendo la mayoría estuvieron al servicio de la
minoría.
Hemos
dicho que las estructuras coloniales se mantuvieron con la llegada de la
república, respaldadas por legislación, que también se mantuvo, caso del código
de aguas entre o el código de minería, entre otros. Inclusive, entrada la
república, se dieron leyes que iban contra todo derecho personal como el caso
de la ley de Conscripción vial del 11 de mayo de 1920, que obligaba a prestar
servicio gratuito, en la construcción de carreteras, a los ciudadanos entre 18
y 60 años. La oligarquía terrateniente, unida a la oligarquía comercial y
financiera, dirigieron con mayor crudeza y violencia el país, en el periodo
señalado por Basadre como la república aristocrática. Aunque el gobierno y el
poder siempre fue manejado por ésta élite, aparece con mayor claridad entre los
años 1899 y 1919; a la propiedad de la tierra y la posesión de las minas, como
elementos de poder, se sumaban los sectores del comercio y la banca. Los
representantes de las más encumbradas y aristócratas familias gobernaron
abiertamente: Eduardo López de la Romaña(1899-1903),José Pardo y Barreda
(1904-08), Augusto B. Leguía (1908-12),Guillermo Billingurst (19012-14), José
Pardo y Barreda (1915-19). Las mayorías fueron excluidas abiertamente del
quehacer nacional y como es natural estallaron movimientos y levantamientos que
fueron reprimidos violentamente, caso de la jornada de las ocho horas de
trabajo y las rebeliones indígenas de Atusparia y Rumi Maquí. Aquí nuevamente
hago el recuerdo de lo que dije en otro apartado, élite sumisa ante los fuertes
y fuerte y despiadada ante los débiles. El ejército que nunca gano una batalla
a los chilenos, salvo Tarapacá por acción de Cáceres, combatió con cañones y
metralla contra los rebeldes campesinos que se habían levantado contra los
continuos abusos, la miseria y el tributo personal. Puede verse aquí, como
hasta este momento de la república se recurría al tributo personal del
indígena.
La situación del campesino, en nuestro país,
cambia de alguna manera a raíz del D.L. 17716, expedido en el gobierno de Juan
Velasco Alvarado. Sin embargo podemos decir que las tierras, afectadas por la
reforma, fueron a parar a manos de burócratas del Estado , sin ninguna
preparación adecuada en ese campo, y de dirigentes campesinos, que sin una
preparación previa, no estuvieron a la altura de las circunstancias para
impulsar el desarrollo del agro. Las experiencias históricas dejadas por la aplicación de la Reforma Agraria que no dio
los resultados que el país espera, demostraron que el problema agrario no
solamente está en la distribución equitativa de las tierras de cultivo sino en
la educación y preparación de las masas campesinas, cuya incorporación al quehacer
nacional es una imperiosa necesidad para el país.
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