martes, 27 de julio de 2021

LA GESTA DE 1821- CUARTA GUERRA CIVIL ENTRE ESPAÑOLES POR EL DOMINIO DE AMÉRICA



                                                             LA GESTA DE 1821

 

LA CUARTA GUERRA CIVIL ENTRE LOS ESPAÑOLES POR EL DOMINIO DE MERICA

 

La guerra de independencia fue una guerra civil entre españoles, entre los conquistadores y sus descendientes; tan igual como lo fue la guerra de Francisco Pizarro contra Almagro, de Almagro el joven contra Vaca de Castro, de Gonzalo Pizarro contra el primer Virrey y La Gasca. El pueblo peruano (indios, mestizos y demás castas), como en la conquista, fue el cuerpo de combate, movido por uno y otro bando de acuerdo a sus intereses. Reclutados muchas veces a la fuerza, ante la presión del halago y la amenaza, no tenían otra alternativa que participar en la contienda. Al respecto es esclarecedor el contenido de la proclama del Virrey La Serna “A LOS INDIOS DEL BAJO PERU”, en la cual se lee: “ …Deponed todo  temor por vuestros desaciertos pasados, que os los perdono; porque os amo de corazón; presentaos con seguridad y ningún cargo os formaré por los extravíos pasados; suministrad los víveres y demás auxilios a mis tropas… lo contrario será un crimen grave.. Indios no seáis víctimas del engaño y abrazad el saludable consejo que os anticipo; no despreciéis mis promesas que por experiencia sabéis que cumplo; pero temed, si los despreciáis, porque no en balde he movido todas mis fuerzas”. En esta proclama como en otras de los ejércitos hispanos se nota el doble sentido de la comunicación; por una parte se deja ver las bondades y/o beneficios (falsas por supuesto) de un apoyo a la causa del Virrey, a la vez que se amenaza sobre las consecuencias de adoptar una actitud contraria. Esa actitud de amenaza y halago fue reiterativa de parte de la oficialidad peninsular. El general Carratalá en su campaña de  Huamanga, antes de incendiar Cangallo y reducirlo a cenizas, también difundió una proclama en los siguientes términos “ ¡ Es imposible que aún continuéis obcecados y criminales al lado de los rebeldes, sin que os hayan desengañado los infinitos compromisos en que tantas veces os han puesto y en los que os han abandonado al filo de nuestras bayonetas…  me estremezco de pensar lo que podéis padecer y lo que demanda la justicia divina y humana si reincidís en vuestros delitos. Os prevengo de mis operaciones…”. Se sabe que las amenazas de los jefes españoles no fueron gratuitas, la reducción de Cangallo en cenizas es una muestra de ello; en otra jornada militar, sobre la ciudad de reyes, de cuatro mil habitantes que tenía la ciudad solamente quedaron trecientos después de la campaña; lo cual nos dice respecto a la crueldad y barbarie que desplegó el ejército realista contra los que no se adherían a su bando. Por su parte la dirigencia independentista veía engrosar sus filas con la promesa de la Libertad, aunque con la llegada de Bolívar también se hacía reclutamientos forzosos.

La recompensa  para el bando que resultase vencedor fue la posesión de las colonias americanas. Ambos bandos, españoles peninsulares y españoles americanos, o criollos, tenían la misma cultura, los mismos intereses, la misma concepción de autoridad y gobierno, y en muchas oportunidades eran de la misma familia con la diferencia que unos habían nacido en España y otros en América. Sin embargo la guerra no dejó de ser sangrienta y heroica para quienes, abrazando el ideal de libertad, regaron su sangre generosamente desde las riberas del San Lorenzo hasta las pampas de la Quinua en Ayacucho: los combatientes.

Una diferencia saltante entre los jefes de las corrientes militares del norte y del Sur fue la forma de enfocar la guerra. Mientras San Martín hizo despliegue de una asombrosa diplomacia obteniendo con ello avances populistas como la entrada a Lima sin disparar un tiro, la actitud de Bolívar fue más frontal y militarista, consciente que su proyecto,  solamente, se cumpliría con la derrota militar del ejército español. Las acciones de San Martín no habían mellado en nada al ejército español que se encontraba integro para enfrentar la contienda.

El enfrentamiento entre gente que tenía tantas similitudes por pertenecer a una misma clase social dio lugar a acciones dubitativas; en algún momento solamente se pensó en un traslado de poder de manera pacífica; solamente se pensó en el cambio de poder y no en el cambio de estructuras coloniales; la misma proclamación de la independencia fue una muestra de ello. Cómo se describe este acto:

“ El acto al puro estilo virreinal, comenzó cuando por la mañana del 28 de julio de 1821 salió del palacio de los virreyes una brillante cabalgata encabezada por los dignatarios de la Universidad de San Marcos con sus sobresalientes bonetes doctorales, a los que seguían los altos prelados de la iglesia y los priores de los conventos; enseguida venían en riguroso orden, los altos jefes del ejército expedicionario, seguidos por los títulos de Castilla y los poseedores de algún hábito de las órdenes militares españolas; cerraban este grupo delantero los oidores de la Real Audiencia de Lima (como si nada hubiera sido cambiado en absoluto) y los regidores perpetuos del cabildo; el grupo siguiente y principal estaba encabezado por San Martín ( en el mismo lugar que en las ceremonias coloniales le correspondió al virrey), flanqueado a su izquierda por el conde de San Isidro y a su derecha por el marqués de Montemira, que portaba en lugar del estandarte real la bandera peruana (única diferencia con las ceremonias del pasado); detrás de éstos, marchaban el conde de la Vega del Ren, el estado mayor y los altos comandantes del ejército; cerrando el cortejo iba un pelotón de húsares, vestidos de gala. Flanqueaban el imponente cortejo los alabarderos del Rey, con todas las insignias reales de España. “Por otra parte a pesar de que hubo oportunidad de iniciar una campaña militar con resultados positivos, en 1821, que habrían decidido la guerra, San Martín no lo permitió, por el acercamiento que tenía hacia sus compañeros de clase social. La entrada de San Martín a Lima sin disparar un solo tiro, se debió a un acuerdo del General con el virrey. El virrey a quienes verdaderamente temía era a los montoneros, partidas armadas formadas por indios y esclavos fugitivos de las haciendas, y/o de los pueblos de indios; guardaban un profundo odio a los españoles, acumulado por siglos de sufrimiento generacional. Cuando se enteraron de la promesa libertadora no dudaron en incorporarse a la causa. Fueron los verdaderos artífices de la caída de Lima cortando las comunicaciones el abastecimiento de la tropa y la entrada de alimentos. Antes de salir de Lima el Virrey ratifica su acuerdo con San Martín en una carta que envía al marqués de Montemira, el cual la envía a San Martín con otro documento: “…Nadie duda que V.E. cumplirá religiosa y generosamente todo lo que tiene anunciado y comprometido por sus papeles públicos en orden a la seguridad personal e individual de las propiedades, bienes y casas de sus vecinos y habitantes, sin distinción ninguna de origen ni castas, pero lo que más interesa en la actualidad, es que V.E. expida las instantáneas providencias que exigen la vecindad de los indios y partidas de tropas que circundan la ciudad…”.Basil Hall jefe de la marinería  inglesa llamado por Montemira para proteger la ciudad, corrobora el temor de los españoles hacia los indios y no hacia San Martín   “… No era solamente de los esclavos y de la plebe que se tenía miedo, sino más razón de la multitud de indios armados que rodeaban la ciudad, quienes, aunque a las órdenes de los oficiales de San Martín, eran tropas salvajes e indisciplinadas y podían entrar a la plaza en masa tan pronto como la evacuasen los españoles…”. San Martín cumplió su acuerdo con el virrey y no permitió la entrada de las montoneras; por el contrario ordenó al general Álvarez de Arenales que las aleje de la ciudad. Fueron esas montoneras unidas al ejército regular que tuvieron la oportunidad en dos ocasiones de eliminar al ejército español. La primera cuando Canterac llega a Chongos con su ejército diezmado por el hambre, el cansancio y las deserciones, el 12 de Julio, Álvarez de Arenales pudo aplastarlos con sus montoneras; pero antes de la batalla llegó la orden de San Martín de no atacar. La segunda oportunidad se dio cuando el virrey La Serna, debido a las marchas y contramarchas entre la sierra y la costa, estaba con un ejército diezmado de apenas mil hombres, cuando las guerrillas estaban a punto de atacar y eliminar al ejército del virrey, llegó la orden de San Martín de replegar las montoneras hacia lima, porque él estaba en tratos con el virrey.

La guerra de 1821 tuvo características distintas cuando, Bolívar, el aristócrata mantuano, llega al Perú. Sin embargo, cuando se consigue la independencia política de la corona española, la situación no varió sustancialmente. Los hijos de los conquistadores, a quienes se denominaba “criollos”, detentaron el poder, las tierras y los “derechos” usurpados por sus antepasados; y aunque heredan una nación raquítica, atrasada y corrupta, nada hicieron por sacudirse del lastre, que significaba para la unidad y el desarrollo, de la explotación y el abuso. Se mantuvieron las condiciones que perpetuaron la existencia de las encomiendas —llamémosles ahora latifundios—, y con ello la servidumbre del indígena ligado a ellos. El reconocimiento tácito del gobierno a las grandes propiedades, sobre todo si eran del bando vencedor, es una muestra de ello. De esa manera el indígena vio perderse la ilusión de la independencia; seguiría, en su condición de miseria, construyendo la riqueza del patrón y sus descendientes. El indígena no cambió su condición de fuerza productora en beneficio de los herederos de la colonia. Sin embargo cabe anotar que al igual que en la colonia (“las nuevas leyes” que en apariencia defendían al indígena), en la república también hubo dispositivos legales en beneficio de los “peruanos conocidos antes con el nombre de indios o naturales; sin embargo estas disposiciones emanadas, ya sea de buena fe o por circunstancias políticas de algunos gobernantes chocaron con la estructura político-económica feudal cimentada a través de tres siglos en nuestra patria. El indio siguió siervo como en la colonia,  para facilitar su dominio y degradación se le creó el vicio del alcoholismo, para embrutecerlo como  bestia de carga se le suministró la coca. De esa manera lo convirtieron en un instrumento manejable para los fines del nuevo dueño del País; de ese país que un día  “en nombre de Dios y del Rey”, le entregaron, a sus antepasados, durante la conquista. Los indígenas y mestizos que fueron la columna vertebral de las luchas de 1821, siguieron siendo los grandes ausentes en las decisiones históricas del país, siguieron siendo  los despojados de su patria, los ex dueños de este territorio, aquellos que siendo la mayoría estuvieron al servicio de la minoría.

Hemos dicho que las estructuras coloniales se mantuvieron con la llegada de la república, respaldadas por legislación, que también se mantuvo, caso del código de aguas entre o el código de minería, entre otros. Inclusive, entrada la república, se dieron leyes que iban contra todo derecho personal como el caso de la ley de Conscripción vial del 11 de mayo de 1920, que obligaba a prestar servicio gratuito, en la construcción de carreteras, a los ciudadanos entre 18 y 60 años. La oligarquía terrateniente, unida a la oligarquía comercial y financiera, dirigieron con mayor crudeza y violencia el país, en el periodo señalado por Basadre como la república aristocrática. Aunque el gobierno y el poder siempre fue manejado por ésta élite, aparece con mayor claridad entre los años 1899 y 1919; a la propiedad de la tierra y la posesión de las minas, como elementos de poder, se sumaban los sectores del comercio y la banca. Los representantes de las más encumbradas y aristócratas familias gobernaron abiertamente: Eduardo López de la Romaña(1899-1903),José Pardo y Barreda (1904-08), Augusto B. Leguía (1908-12),Guillermo Billingurst (19012-14), José Pardo y Barreda (1915-19). Las mayorías fueron excluidas abiertamente del quehacer nacional y como es natural estallaron movimientos y levantamientos que fueron reprimidos violentamente, caso de la jornada de las ocho horas de trabajo y las rebeliones indígenas de Atusparia y Rumi Maquí. Aquí nuevamente hago el recuerdo de lo que dije en otro apartado, élite sumisa ante los fuertes y fuerte y despiadada ante los débiles. El ejército que nunca gano una batalla a los chilenos, salvo Tarapacá por acción de Cáceres, combatió con cañones y metralla contra los rebeldes campesinos que se habían levantado contra los continuos abusos, la miseria y el tributo personal. Puede verse aquí, como hasta este momento de la república se recurría al tributo personal del indígena.

 La situación del campesino, en nuestro país, cambia de alguna manera a raíz del D.L. 17716, expedido en el gobierno de Juan Velasco Alvarado. Sin embargo podemos decir que las tierras, afectadas por la reforma, fueron a parar a manos de burócratas del Estado , sin ninguna preparación adecuada en ese campo, y de dirigentes campesinos, que sin una preparación previa, no estuvieron a la altura de las circunstancias para impulsar el desarrollo del agro. Las experiencias históricas dejadas por la  aplicación de la Reforma Agraria que no dio los resultados que el país espera, demostraron que el problema agrario no solamente está en la distribución equitativa de las tierras de cultivo sino en la educación y preparación de las masas campesinas, cuya incorporación al quehacer nacional es una imperiosa necesidad para el país.

 

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