lunes, 10 de agosto de 2020

EL SECRETO

                                                  EL SECRETO

                                         (UNA CHICA CASADERA)

 

                                                                                            

                —¡¡Oh, no…!! ¡Dios santo!, ¿qué es esto?, pero, ¡No puede ser! ¡¡Edelmiraaaa!!!

                El grito destemplado coge de sorpresa a la muchacha, que se encuentra realizando labores en la cocina; instintivamente dirige la mirada hacia el lugar de donde proviene la voz.

                —¡Voy, tío, voy ! Huy la rabieta, ¿y ahora? —Edelmira deja el trasto que tenía en sus manos y se dirige a la habitación donde se encuentra su tío.

            —¡Muchacha desconsiderada!, ¡qué es lo que me has hecho? ¡Válgame Dios! ¡Mi ropa!

            —¡Pero, tío! ¿Por qué te pones así, qué es lo que te preocupa?

            —¿Qué me preocupa? ¡Mira como está mi pantalón! —Don Jacinto señala las botas de su pantalón, que visiblemente una está más ancha y más alta que la otra—, ¡Dos años en una academia de costura, un año en un instituto de alta costura y no sabes distinguir entre una talega y un pantalón? ¿Cómo me has hecho esto?

            —Pero, tío. —La voz nerviosa, de Edelmira, delata a una jovencita avergonzada y temerosa que no ha podido evitar sentirse mal por el reproche.

            —¡Yo te lo hago dijiste, no gastes en el sastre! ¡Como has malogrado la tela!

            —Tío, quiero que comprendas, por favor…

            —¡Tío te buscan! —Sebastián, un niño de diez años, entra a la habitación interrumpiendo la acalorada conversación.

            —¿Me buscan?, ¿quién me busca?

            —¡Es la doña Candelaria! —responde Sebastián.

            —¡Que me buscan, que me buscan! ¿Qué querrá?, ¿y cómo la recibo así, en estas fachas, sí los otros pantalones aún están tendidos en el cordel?

            —Pero tío, no tienes por qué preocuparte, ¿Por qué te vas a sentir mal, si crees que esta mal hecho el pantalón? Doña Candelaria comprenderá.

            —¿Comprenderá? ¿Qué va a comprender?, ¿Acaso no te das cueenta como estoy?

            —¡Tío —insiste Edelmira—, ¿Acaso ella es una perfecta costurera? ¿No has visto como le hace los pantalones a su marido?, Ja, ¿de qué vas a tener vergüenza, tío? —Volviéndose a Sebastián le hace un movimiento con la cabeza—: ¡dile que pase!

            —¡¡Queee!! ¡Ahora tú das las órdenes aquí! —Sebastián que ha estado a punto de salir se queda contemplando al iracundo don Jacinto, éste se lleva las dos manos a la cabeza como si quisiera calmar un gran dolor; vuelve la mirada hacia Sebastián que espera una orden y añade—: ¡Dile que pase!

Sebastián, algo confundido, se dirige a la puerta que ha quedado entreabierta, al abrir ésta totalmente, queda frente a una dama de avanzados años, rostro macilento y desgarbada apariencia.

            —Pase usted, por favor, doña Candelaria.

            —¡Gracias! —Doña Candelaria al ingresar dirige una amplia sonrisa a los dueños de casa que ya se encuentran en la sala— ¡Buenos días con todos!, buenos días don…Jacinto…

            La visitante se queda mirando los pantalones de don Jacinto y, atrevidamente trata de dar una vuelta alrededor de él.

            —¡Buenos días doña Candelaria! ¿Tengo algo curioso para que me mire de esa forma?

            —¡No!, ¡no!, ¡nada, nada!, este, ¿celebran algo especial? —Doña Candelaria, entre perturbada y curiosa, no ha dejado de mirar los pantalones de don Jacinto; al darse cuenta de su impertinencia levanta la mirada y se encuentra con los acusadores ojos de don Jacinto

            —¿Qué de especial tendría que celebrar yo? ¡Y déje de mirarmne de esa forma que me pone nervioso! ¿Dígame qué la ha traído por acá?

            —¡Dios mío, don Jacinto! ¡Me abochorna! ¡Usted ayer me invitó a almorzar, Ay que vergüenza!

            Con las mejillas encendidas por el desconcierto y a vergüenza, doña Candelaria dirige su mirada a la puerta y adelanta un pie con la intención de dirigirse a ella.

            —¡Ay tío, qué cabeza la tuya!  —La intervención de Edelmira detiene la intención de doña Candelaria—,, si precisamente por eso me dijiste…

            —¡Sí, sí, sí!, ¡no, no!, doña Candelaria, ¡Qué torpeza la mía! ¡Es que en realidad estos chicos me tienen loco! ¡Es la pura verdad!

            —¡Ah¡, era eso, ¡Que pavo me hizo pasar, vecino!, por un momento pensé…

            —Que se le vaya cualquier idea de la cabeza vecina

            —¡Tío! —vuelve a intervenir Edelmira—, si me disculpan debo atender las cosas de la casa. Tú sabes: la cocina, la limpieza, ¿No?

            —¡Sí, sí!, ¡claro!, y ya sabes, todo se hace como hemos acordado.

            —¡Sebastián! —dice Edelmira— ve y llama a Julián es necesario que todos ayudemos.

            Sebastián sale en busca de Julián y, Edelmira, se dirige a la cocina.

            — Y ahora que estamos solos, don Jacinto, le diré que …—Doña Candelaria se acerca y le habla al oído a don Jacinto.

            —¡No me diga! —responde don Jacinto con gesto de sorpresa, e indicando el sofá, añade—: siéntese por favor.

            — ¡Gracias ¡¡Sí, como le decía! —Doña Candelaria vuelve a pronunciar algo al oído de don Jacinto.    

            —¡No! —Don Jacinto, exclama entre entusiasmado y sorprendido mientras ocupa asiento—, ¿así que así es?

            —¡Sí!

            Empezó como un rumor de voces ininteligibles, luego llegaron los gritos destemplados y finalmente el ruido de los trastos chocando con las paredes: se había armado un alboroto en la cocina

            —¡Suelta eso , Julián! —Se escucha la voz de Edelmira— ¡Te he dicho muchas veces que tú no tienes por qué meter las manos aquí!.

            —¡Mamá! ¡ay, ay! ¡Suelta, ay! —Julián es sacado a jalones de la puerta del refrigerador.

            —¿Qué crees? —Se vuelve a escuchar a Edelmira—, aquí no se hace lo que a ti te parece, sino lo que se debe. ¡Toma!

            —¡Caramba con estos chicos! —exclama don Jacinto, que ha visto suspendidas sus confidencias por el escándalo de la cocina—, a veces se pasan de la raya, pero Edelmira los pone en línea.

            —¡Toma! ¡Ay, Suelten! ¡Ay, abusivos! —La voz de Edelmira suena angustiada y suplicante— ¡Ay, tío, abusivos! ¡Toma, Ay!

            —¡Jesús, don Jacinto!, ¿no cree que el desorden está pasando a mayores? —dice doña Candelaria, encarando a su interlocutor.

            —¡Por supuesto doña Candelaria pero esto lo arreglo yo en un instante.

Don Jacinto se pone de pie y se dirige a la cocina; está a punto de ingresar; pero es arrollado por Edelmira que sale corriendo.

            —¡Tío! —exclama Edelmira, mientras don Jacinto se estrella contra el suelo.

            —¡Don Jacinto! —grita doña Candelaria.

            —¡Muchacha que me descalabras! —Don Jacinto desde el suelo, impotente y furioso golpea el suelo queriendo descargar su enojo—, ¿qué es este escándalo? ¡Por Dios! ¿Están locos? ¡Sebastián, Julián!

            —¡Ella empezó tío! —dice Julián saliendo de la cocina junto a Sebastián.

            —¡Le tiró un cucharonazo a Julián, tío? — dice Sebastián reforzando la versión de su hermano.

            —¡Vieras el desorden que han hecho adentro , tío! —se justifica Edelmira ante don Jacinto, que empieza a incorporarse.

            —¡Qué escándalo! Disculpe usted doña Candelaria —Volviéndose a los jóvenes— ¿No se dan cuenta qué impresión estamos dando a nuestra invitada?

            —Oh, no se preocupe don Jacinto, así son los muchachos; además, yo bien podría ayudar con lo de la cocina, nos conocemos tanto tiempo que no creo que me prohíba ingresar ¿Verdad?

            —¡Está en desorden, tío! —dice Edelmira preocupada.

            —No importa vecino, vamos, no se preocupe.

            —Está bien, doña Candelaria, ¡Y ustedes a hacer todo lo que falta! ¡Ya después hablaremos sobre esto!

            Edelmira se acerca a la ventana de la sala; afuera se recortan las casas del barrio que, de forma escalonada, aparecen como las piezas de un nacimiento engastadas en la ladera de un cerro lleno de sol y esperanzas. Observa el hormiguear de sus vecinos, absortos en sus labores diarias, y un suspiro escapa de sus labios.    

            —¡Cocinar, lavar, cocinar, lavar!, pero esto se va a acabar. ¡Cocinar, lavar, barrer!, ¡Tender camas!, y todo para atender a este par de vagonetas. ¡Pero esto muy pronto se acabará! ¡Muy pronto! ¡Ya lo verán!

            —¡Claro!, pero no me amenaces. Creo que sé a qué te refieres —dice Julián dándose por aludido.

            —Si piensas, lo que yo creo que piensas, ni lo pienses. Seguro que te refieres a …—tercia Sebastián que no llega a terminar de expresar su pensamiento por la interrupción de Edelmira.

            —¡Me refiera a lo que me refiera! ¡Estoy aburrida, completamente aburrida!

¡Ay, pero cuando me case!

            Edelmira sume una actitud romántica y ensaya unos pasos de baile, ante la mirada inquieta de sus hermanos.

            —¿Cuándo te cases? ¿Por qué has de casarte? —pregunta Julián incómodo.

            —¡Claro que me casaré!

            Don Jacinto y doña Candelaria que salían a la sala se detienen ante la puerta al escuchar las palabras de Edelmira, hacen la intención de escuchar y se miran asombrados

            —¿Casarse, Edelmira? —es la pregunta que sale de los labios de don Jacinto automáticamente.

            —¿Y por qué me caso? ¿Es obvio, no? ¡Tengo poderosísimos motivos! , la gente, se casa cuando tiene motivos muy fuertes. Ante la justicia divina y humana nadie me juzgará mal.

            —¿De que ley hablas? —pregunta Sebastián.

            —¡Mira, mejor cambiemos de cinta, porque así como estoy no voy a echarme atrás en mi decisión!

            Doña Candelaria y don Jacinto, que no han escuchado bien la conversación, se miran estupefactos

            —¿Casarse? —dice doña Candelaria.

            —¿Cinta? —dice inaudiblemente don Jacinto mientras hace un ademán de abultamiento en el vientre.

            —¿Decisión? ¡Dios, don Jacinto! ¿Qué pasó?

            Las últimas palabras de doña Candelaria fueron sin ningún control, lo que atrajo la atención de Edelmira y sus hermanos; sabiéndose descubiertos, don Jacinto avanzó hacia la sala.

            —¿Qué escucho? ¿Acaso ha sucedido lo que pienso?

             ¡Exactamente, tío! Yo… —Edelmira no puede concluir su respuesta por la intervención de doña Candelaria.

            —¿Qué otra cosa, don Jacinto? ¡Pero calma y serenidad ante todo! ¡Estas cosas hay que tomarlas con calma! —Aconseja doña candelaria.

            ¡Sí, sí! ¡Claro! ¡Claro, con serenidad! —Asiente don Jacinto.

            —¡Con calma, con serenidad! ¿Creen que la calma puede arreglar estas cosas? —las palabras de Edelmira expresan lo mortificada que se encuentra en ese momento, luego añade—: Si precisamente yo estoy…

            —¡ Si hija, sí!,  ¡lo hemos escuchado! —interrumpe don Jacinto.

            —¡Y si han escuchado todo te darás cuenta que.,., — Edelmira no concluye de hablar porque nuevamente es interrumpido por don Jacinto.

            —¡Claro que me doy cuenta!, ¡enseguida traeremos aquí a ese facineroso!

            —¿A quién? —pregunta Edelmira, algo asombrada, mirando a su tío y luego a sus hermanos.

            —¡Por supuesto tiene que ser así! ¡No faltaba más! —tercia doña Candelaria interviniendo con vehemencia en la conversación.

            —¡Y enseguida te has de casar hija! —afirma don Jacinto.

            —¿¿Enseguida?? —preguntan en coro Edelmira y sus hermanos, con asombro.

            —¡Por supuesto! ¿No ven ustedes lo que está sucediendo con su hermana? —dice eufórico don Jacinto, casi gritando.

            —Pero es muy normal que ella… —No termina Sebastián porque es interrumpido por el áspero vozarrón de don Jacinto.

            —¿Normal? ¿Normal le llamas a lo que ocurre? ¡Claro, normal es para ustedes! ¡Esta juventud! ¡ Como si la casa fuera una pocilga, donde jamás se vieron buenas costumbres! ¿Y ahora?, su hermana no podrá casarse de blanco.

            —¡No casarse de blanco! —exclaman Edelmira y sus hermanos.

            —¡De ninguna manera que se haga de otra forma, tío! ¡Me casaré de blanco o no me casaré!

            —¡Y con corona de azahares! —dice entusiastamente Julián

            —¡Y con paje y coro! —añade Sebastián.

            —¡Y en la iglesia catedral!  —dice Edelmira cruzando los brazos en una actitud desafiante.

 

            —¡Basta, Basta! ¿Qué creen ustedes que es la ceremonia religiosa del matrimonio?, ¿una farsa?

            —¡Por supuesto que no, don Jacinto! , chicos, en la forma que se presenta este matrimonio no veo la manera que la ceremonia sea como ustedes quieren, por discreción.

            —¡Ninguna discreción, doña Candelaria! —Edelmira se ha expresado muy impulsivamente, luego, volviendo el rostro hacia don Jacinto añade—: y otra cosa tío, me parece que esto es un asunto de familia y de nadie más.

            —¡Dios, don Jacinto! —exclama sonrojada doña Candelaria.

            —¡Cordura!, ¡cordura! ¿Es que acaso no podemos tener un poco de razonamiento?

            —Pero tío, sigo insistiendo en que es muy normal mi comportamiento cuando he tomado esta determinación. —insiste con aplomo Edelmira.

            —¿Normal? —interviene don Jacinto con el rostro enrojecido por la cólera..

            —¡Ay esta juventud? —dice doña Candelaria persignándose.

            —¡Normal, así que normal! —continúa don Jacinto—, ¿normal es acaso que se mancille el nombre de la familia, haciendo lo que quieres hacer?

            —Pero es que eso no puede dar lugar a ningún comentario; además, ¿quién comentaría? —Edelmira ha hablado encogiéndose de hombros y dirigiendo la mirada hacia doña Candelaria.

            —¿Quién?, si tenemos el periodismo en casa. —comenta Julián, mirando también a doña Candelaria.

            —¡Julián! —interviene don Jacinto—, ¿qué es esto?  ¿Aquí se está perdiendo los buenos modales y el respeto?

            Doña Candelaria, aunque visiblemente afectada por los comentarios de los muchachos se acerca a don Jacinto y le dice algo al oído.

            —¡Claro, Claro! —exclama don Jacinto; llevándose la mano a la barbilla continua—: lo esencial es saber que piensa él, su familia; saber de dónde es él.

            —¿Él?, ¿quién él? —pregunta Edelmira, intrigada.

            —¡El responsable de todo esto! —dice doña Candelaria, indignada.

            —¡Sí el responsable! —exclama furioso don Jacinto.

            —Pero…es que no hay solamente un responsable ¿No lo quieren entender? —dice Edelmira llevándose las manos a la cabeza.

            —¿Queeee? —exclaman al unísono doña Candelaria y don Jacinto, escandalizados.

            —¡Esto es el colmo! Aquí ya se perdió toda la delicadeza, la… —Don Jacinto es interrumpido por el sonido del timbre de la puerta—, ¿y ahora qué?

            —Voy a ver, tío. —Se ofrece alegremente Sebastián.

            —¡No yo voy! —dice Edelmira, adelantándose a abrir la puerta—, ¿quién?, ¡ah eres tú Antonio!

            —¿Antonio? ¿Qué hace mi Antonio aquí? —se pregunta doña Candelaria extrañada.

            —Has llegado justo a tiempo. En el momento adecuado. —Le dice Edelmira al recién llegado—, precisamente hablábamos de mi problema, que también es tu problema ¿No?

            —¿Qué, él? —grita don Jacinto.

            —¿Él qué? —pregunta extrañada Edelmira, mirando a todos lados

            —Edelmira era un secreto. —dice suavemente Antonio como no queriendo ser oído por todos.

            —Sí, lo sé. —responde Edelmira—, pero ya no podía soportarlo y se ofreció la oportunidad para conversarlo.

            —Pero…no sé. —titubea Antonio.

            —Todo va bien. —dice, Edelmira, dándole ánimo al joven—, a tal punto que mi tío quiere casarme enseguida.

            —¿Enseguida?, bueno eso está bien para ti, pero tú sabes que ese no es mi problema.

            —¿Qué? —estalla, don Jacinto— ¿No quieres casarte?

            —¡No señor, claro que no!, eso no está dentro de mis planes.  

            —¿No te quieres casar? —vuelve a preguntar don Jacinto—, ¡te casarás, te casarás ahora mismo, aunque tenga que molerte a palos!

            —¡Ay Jesús!, ¡ay Jesús!  ¡ay! 

            Doña Candelaria ha caído al suelo, visiblemente afectada emocionalmente por las sorpresivas revelaciones que ha estado escuchando.

            —¡Doña Candelaria! ¡No es este el momento de hacer payasadas! ¡Estas cosas son muy serias! —grita desesperadamente don Jacinto.

            —¡Mamá, mamá! —Afligido, Antonio se ha acercado a su madre y la coge entre sus brazos— ¿Qué es lo que sucede, no me explico todo esto?

            —¿Qué sucede? ¿Pregunta qué sucede? —interviene don Jacinto, encarando a Antonio, que sostiene a su madre en sus brazos—, ja, ¿Qué sucede? ¡Edelmira esta en cinta, tu no quieres casarte! ¿y me preguntas qué sucede?

            —¿Edelmira en cinta? —Antonio ha hecho la pregunta con una expresión de asombro incontenible.

            —Antonio, ¿por qué no me lo dijiste? —pregunta doña Candelaria incorporándose y con una expresión de ternura y preocupación a la vez.

            —¡No sabía que Edelmira esta en cinta, Madre!

            —¡Tú eres el culpable! —reprocha Sebastián.

            —¿Qué? —responde Antonio.

            —¡Se volvieron locos! —dice Edelmira.

            —¡Pobre mi Antonio! —dice doña Candelaria.

            —¡Es un abusador! —dice Julián.

            —¡Un desvergonzado! —dice Sebastián.

            —¡Desvergonzada dirán! —replica doña Candelaria.

            —¿Quién? —pregunta Edelmira.

            —¡Tú! —responde doña Candelaria

            —¡¡Cállense!! —grita don Jacinto imponiendo silencio—, vea usted doña Candelaria, esto tenemos que arreglarlo nosotros como personas mayores. Usted ha venido aquí haciéndose la mosquita muerta…

            —¿Qué?

            —¡Sí!, finge no saber nada. Quién sabe si estaba muy bien esterada de lo que el pelmazo de su hijo hacía con mi sobrina.

            —¿Qué, qué? ¿Trata de justificar a su sobrina? ¿Quién me dice si no es usted que, de acuerdo con ella, han montado esta farsa para atrapar a mi Toñito?

            —¡Toñito, Ja!, tremendo manganzonaso que de infante lo único que tiene es el reducido cerebro que de su madre heredó, y no le digo…

            —¡Tío! ¿Qué es esto? —pregunta, Edelmira, desconcertada— ¿Ustedes están locos? ¿Siendo tan amigos se ponen a discutir de esa forma? ¿Por qué?, si estábamos conversando tan bonito.

            —¡Pero hija! ¿Cómo no voy a discutir si esta señora apoya lo que el desalmado de su hijo te ha hecho?

            —¿Que me ha hecho?, pero, ¿qué me ha hecho tío?

            —¡Pero cómo! Oh no ¡ahora sí que no entiendo nada! Dime ¿El es tu enamorado?

            —¿Qué, mi enamorado? ¡No! —responde Edelmira completamente sorprendida.

            —¿No te ibas a casar con é? —insiste don Jacinto.

            —¡Oh no, tío!, él solamente me dio la idea, y a la vez, yo le sugerí que si estaba aburrido en su casa, se fuera de ella.

            —¿Aburrido de su casa mi Toñito? —interviene doña Candelaria con voz angustiada.

            —Cierto, madre —afirma con voz agitada por la emoción Antonio—. La única persona de confianza que tengo para contar mis angustias es Edelmira; es por eso que ambos planeamos independizarnos. Ella casándose y yo yendo a buscar fortuna a otra parte. ¿No te das cuenta que todas las tareas de la casa las recargas en mí? Tú me dejas lavando, planchando, cocinando, limpiando, mientras pasas el tiempo en casa de los vecinos. No tengo tiempo ni para estudiar. ¿Cómo no voy a sentirme desesperado?

            —¡Así es, tío!, son las mismas razones por las que yo he decidido casarme., Lógico que primero tengo que tener un novio; por eso no puedo casarme inmediatamente como tú quieres. ¡Ah, pero eso sí, tiene que ser de blanco!

            —¿Entonces no estás en cinta? —pregunta, tímidamente, doña Candelaria.

            —¿Cómo se les ocurre semejante cosa?, cuando escuché eso pensé que estaban haciendo alguna broma.

            —Doña Candelaria. Aquí ha habido un mal entendido que debemos rectificar: mi sobrina no está en cinta, su hijo no es culpable, mi sobrina no se casa y su hijo no se va. Estoy seguro que nosotros como mayores sabremos rectificar los errores que han dado lugar a que estos jóvenes hayan planeado decisiones equivocadas.

            —¡Por supuesto, don Jacinto!, pero también creo que debemos disculparnos por ciertos excesos que hemos cometido aquí ¿No? —dijo doña Candelaria con cierto sarcasmo.

            —¡Claro, claro que sí, doña Candelaria! —dijo don Jacinto sintiéndose aludido—, y empezaré por decirte, Antonio, que me siento arrepentido de haber dicho lo que todos ustedes escucharon; yo sé que eres un muchacho inteligente; lo que dije fue en un arrebato de cólera. —dirigiéndose a doña Candelaria, continúa don Jacinto—, ahora me doy cuenta vecina que tanto Antonio como Edelmira necesitan un poco de comprensión y apoyo, para evitar que se vayan a otros lugares a caer en las garras de ese mundo infame que allá afuera espera.

        —¡Lo dicho, don Jacinto!, yo también quiero decir algo, especialmente a tí,  Edelmira, no eres la primera mujer que ha pasado por estos momentos de locura; pero no hay nada mejor que una conversación sincera y respetuosa con la familia. Todo tiene solución.

            —¡Debes tener calma que ya habrá tiempo para que un príncipe azul llegue a tu vida! —añadió don Jacinto— pero eso sí, antes tienes que aprender algunas  cosas, como por ejemplo —se mira las botas de sus pantalones—, ¡siquiera a coser pantalones! ¡Ja! ¡Conque una chica casadera!. 

 

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