NOCHE DE PAZ…NOCHE DE AMOR
—La niña
está muy mal, señora. —El galeno conmovido por la angustia de la madre trata de
ser lo más sincero y prudente posible—.
Necesita mucho cuidado, de lo contrario su estado puede empeorar y ser de
fatales consecuencias.
Un
viento frío, casi helado, penetra por las rendijas que quedan entre las
apolilladas tablas de la pared. Un olor a humedad se siente en el humilde
cuarto, iluminado por la débil llama de un lamparín
—¿Qué es
lo que tiene doctor?
—En el
momento su mal, bueno, uno de sus males, es una neumonía; por eso es la fiebre;
pero padece de una fuerte anemia que tenemos que tratarla con prontitud. —El
doctor escribe algo que luego entrega a la mujer y continúa con las
indicaciones—, cómprele estas medicinas, lo más pronto posible. Mañana volveré
para ver cómo está.
—¡Sí
,doctor! ¡Gracias!, estoy esperando que venga mi esposo. No tardará. Ha ido a
buscar algo de dinero.
La niña,
tendida sobre un rústico jergón, sigue con afiebrada mirada la figura que se
pierde tras la desvencijada puerta.
—Mamá,
¿ya se va el señor?
—Sí,
hijita.
María,
con paso vacilante, se dirige hacia la puerta; posa la mirada ansiosa en las
oscuras calles, de aquel apartado rincón de la ciudad, sin encontrar respuesta
a su inquietud; al levantar el rostro, se queda observando el rítmico centellear de
las estrellas. Una ininteligible plegaria escapa de sus labios.
—¡Mamá!
—llama la niña—. ¿Vendrá Papá Noel ahora?
Visiblemente
sorprendida por la pregunta, María, guarda pesado silencio; luego, tratando de
aparentar serenidad responde con cierto aplomo:
—¡No lo
sé hijita¡
—Mamá.
¿Por qué Papá Noel solamente me ha visitado una vez y a otros los visita
siempre?
—Este…tal
vez…—El rostro de la mujer adquiere un rictus de angustia. Evitando la mirada
de la niña vuelve el rostro hacia la
ventana de la casita de madera —. Bueno yo creo que es porque a menudo nos
cambiamos de casa y él no sabe dónde encontrarnos; pero, mira, tu papá ha
salido y quizás lo encuentre. Sí es así, le avisará donde estamos y nos
visitará con toda seguridad.
La
mujer, sintiéndose impotente, vuelve a dirigirse a la puerta; la abre, observa,
nada, nada que calme su angustia.
—Mamá,
no te puedo ver bien.
—¡Dice
el doctor que pronto vas a mejorar! Nos ha dado una receta para que te
compremos remedios en cuanto llegue tu papá. —María se lleva la mano a los
bolsillos y extrae el papel, mientras se acerca a su hija—. Aquí está ves
¡Caramba, si supiera leer te diría lo que dice aquí!; pero no importa, ¡Dios
santo! ¡Sí estás que ardes!
La
iluminada oficina parecía venirse abajo; las súplicas lastimeras eran apagadas
por la cruel e imperiosa voz que respondía; el escritorio dejaba escapar secos
chasquidos al contacto de los encolerizados puños que caían sobre él; las
paredes parecían censurar, con su eco, la agria conversación que allí se
desarrollaba.
—Pero,
patrón, le pido, le ruego, sea usted comprensivo; lo que le pido es un
préstamo; se lo pagaré con mi trabajo, aunque tenga que hacerlo día y noche;
pero por favor concédame esta gracia, ¡Mi hija se muere! ¡Necesito dinero, por
favor!
—¡Lo
siento, Pedro, no tengo dinero!, ¡ya te he pagado la semana!; ¡ si te has
gastado el dinero en remedios, o que se yo, no es culpa mía¡ ¡Yo no soy una
mina!, además, ¿De dónde crees que saco para regalarles los panetones de Pascua? ¡Es de mi dinero! ¡Gasto demasiado
en ustedes! ¿Y todavía quieres más?
El olor
a fino tabaco que exhalaba el puro de Andrés Luna se mezclaba con la etérea
fragancia de una copa de champagne que, en un sillón contiguo, saboreaba un
amigo del inflexible patrón.
—Pero,
patrón…por piedad.
—¡Te he
dicho que no puedo! ¡¡ACASO NO ME DEJO ENTENDER??
—¡Desgraciado!
¡Maldito seas tú y tu dinero! ¡Más comprensión tiene un perro que tú, porquería
vestida de…!
—¡PLAFF!
La mano
del acaudalado industrial se estrella en el rostro del humilde obrero que,
lleno de ira e impotencia, retrocede un paso con los puños cerrados.
—¡Estúpido!
¡Insensato! ¿Quién crees que eres? ¡Cholo imbécil, vete! ¡Vete, sal de mi
vista! ¡Agradece que no te haga apresar, porque te tengo lástima! ¡Vete, vete,
antes que te meta un balazo!
La
puerta se cierra tras el humillado Pedro y un molesto silencio invade la oficina. El ruido de una botella al
chocar con una copa hace volverse al enojado patrón.
—¿Quién era ese cholo? —pregunta el amigo de Andrés Luna.
—¡Un estúpido mal agradecido!, ¡dice que se muere su
hija! ¿Qué culpa tengo yo? ¡que no tiene dinero! ¿Qué culpa tengo yo? ¡Si yo
tengo dinero es porque trabajo, se utilizar el cerebro, sé pensar y no soy una
bestia como ellos!, pero…¡Vean ese atrevimiento! ¿Creen que uno tiene que
solucionarles todos sus problemas? ¡Qué me interesa a mí lo que les suceda a
ellos! —Andrés Luna se queda un instante en silencio, aspira profundamente y se
dirige a su amigo—: vamos, pásame una copa, quiero olvidar el mal rato que me
ha hecho pasar ese infeliz.
—¡Servido, Andrés!
—¡Ah, qué bueno está esto!, oye, que te parece si vamos a
mi casa. La cena va a estar deliciosa y de beber, ¡Tú ya sabes!
—A ver, déjame pensarlo un poquito.
—¡Anímate hombre!, solamente me falta firmar estos
documentos. —Andrés Luna mira su reloj y exclama—: ¡Huy, tenemos tiempo de sobra
¿Me acompañarás a casa?
—¡No me parece mala la idea! ¡Salud!
Las
portezuelas se abrían y cerraban, al paso de los ocasionales visitantes; un
pesado vaho, mezcla de alcohol y humo de tabaco, sale como tibias lenguas
etéreas a perderse en el inmenso vacío de la noche. Un hombre camina sin rumbo,
con la mirada fija en el suelo, como queriendo contar sus pasos.
—¡Hey,
Pedro! ¿Cómo estás? ¿No pasas a acompañarme a tomar una copa?
El
hombre, concentrado en quién sabe qué pensamientos, continúa su marcha.
—¡Hey,
Pedro!, ¡Pedro!, ¿no me oyes?
—
¡He! ¿Quién? —Pedro, sorprendido y avergonzado se acerca a su amigo— ¡Hola
Juan, disculpa que no te haya contestado estaba pensando…!
—¿Qué
te pasa?, te veo preocupado, ¿qué tienes?
—¡Cosas
de la vida, Juan!, ¡no sé qué hacer, mi hija está muy enferma y no encuentro
dinero! Todo el día he ido de tropiezo en tropiezo, sin encontrar lo que busco;
ya son las once de la noche y en mi casa no hay ni un pedazo de pan.
—¿Será posible?, ¿por qué no
has acudido a mí? ¡Carambas, hombre!
¿Qué medicinas se necesitan?
—¡no lo sé!, salí temprano
de casa, ya debe tener la receta María.
—¡Vamos, Vamos!, ¡vamos, yo
te ayudaré!
Las calles, atestadas de
gente, apenas si eran transitables; los escaparates, bellamente decorados,
lucían hermosos juguetes que habrían satisfecho el gusto del niño más exigente;
en el ambiente, el ruido de bombardas y cohetes, apagaba la conocida letanía
de:” felices pascuas” mientras que, presurosos, hombres y mujeres se
entrecruzaban, sonrientes, rumbo a su hogar.
—Mamá, tengo hambre y la
cabeza me duele. ¿Por qué tarda papá? ¡Mamá, no te veo!, ¿dónde estás?... ¡No
te vayas!
—¡Hijita!, ¡hijita!, ¿qué
tienes? ¡Contéstame por favor! ¡Dime…!
—¡Mamá!, ¿vendrá Papá Noel
ahora?...¿Vendrá…?
—¡Sí hijita, sí!, ¡vendrá!
—¡Mami!, ¡me ahogo…!,
a..bri…ga…me, ten…go …fri…o.
—¡Noo!, ¡mi niña se muere!, ¡se muere!, ¡Pedro!, ¡Pedro!,
¿dónde estás, Pedro!... ¡Hijita!, ¡contéstame, por favor,
contéstame!...¡Nooo..!, ¡Nooo, está muerta…!
¡Nooooooooo…!
—¡Ja, ja, ja, ja, ja!, ¿no
te lo decía yo, mi querido amigo?...¡Soy feliz!, ¡Sí, feliz…ja, ja, ja, ja, ja!
¡Y todo gracias a que se utilizar bien el cerebro! ¡Sí amigo, Andrés Luna tiene
dinero porque es inteligente! ¡Qué venga ese pavo y que viva la vida…!
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