martes, 11 de agosto de 2020

NOCHE DE PAZ... NOCHE DE AMOR

                                  

                                                NOCHE DE PAZ…NOCHE DE AMOR

 

            —La niña está muy mal, señora. —El galeno conmovido por la angustia de la madre trata de ser lo más  sincero y prudente posible—. Necesita mucho cuidado, de lo contrario su estado puede empeorar y ser de fatales consecuencias.

            Un viento frío, casi helado, penetra por las rendijas que quedan entre las apolilladas tablas de la pared. Un olor a humedad se siente en el humilde cuarto, iluminado por la débil llama de un lamparín

            —¿Qué es lo que tiene doctor?

            —En el momento su mal, bueno, uno de sus males, es una neumonía; por eso es la fiebre; pero padece de una fuerte anemia que tenemos que tratarla con prontitud. —El doctor escribe algo que luego entrega a la mujer y continúa con las indicaciones—, cómprele estas medicinas, lo más pronto posible. Mañana volveré para ver cómo está.

            —¡Sí ,doctor! ¡Gracias!, estoy esperando que venga mi esposo. No tardará. Ha ido a buscar algo de dinero.

            La niña, tendida sobre un rústico jergón, sigue con afiebrada mirada la figura que se pierde tras la desvencijada puerta.

            —Mamá, ¿ya se va el señor?

            —Sí, hijita.

            María, con paso vacilante, se dirige hacia la puerta; posa la mirada ansiosa en las oscuras calles, de aquel apartado rincón de la ciudad, sin encontrar respuesta a su inquietud; al levantar el rostro, se queda observando el rítmico centellear de las estrellas. Una ininteligible plegaria escapa de sus labios.

            —¡Mamá! —llama la niña—. ¿Vendrá Papá Noel ahora?

            Visiblemente sorprendida por la pregunta, María, guarda pesado silencio; luego, tratando de aparentar serenidad responde con cierto aplomo:

            —¡No lo sé hijita¡

            —Mamá. ¿Por qué Papá Noel solamente me ha visitado una vez y a otros los visita siempre?

            —Este…tal vez…—El rostro de la mujer adquiere un rictus de angustia. Evitando la mirada de la niña vuelve el rostro  hacia la ventana de la casita de madera —. Bueno yo creo que es porque a menudo nos cambiamos de casa y él no sabe dónde encontrarnos; pero, mira, tu papá ha salido y quizás lo encuentre. Sí es así, le avisará donde estamos y nos visitará con toda seguridad.

            La mujer, sintiéndose impotente, vuelve a dirigirse a la puerta; la abre, observa, nada, nada que calme su angustia.

            —Mamá, no te puedo ver bien.

            —¡Dice el doctor que pronto vas a mejorar! Nos ha dado una receta para que te compremos remedios en cuanto llegue tu papá. —María se lleva la mano a los bolsillos y extrae el papel, mientras se acerca a su hija—. Aquí está ves ¡Caramba, si supiera leer te diría lo que dice aquí!; pero no importa, ¡Dios santo! ¡Sí estás que ardes!

 

            La iluminada oficina parecía venirse abajo; las súplicas lastimeras eran apagadas por la cruel e imperiosa voz que respondía; el escritorio dejaba escapar secos chasquidos al contacto de los encolerizados puños que caían sobre él; las paredes parecían censurar, con su eco, la agria conversación que allí se desarrollaba.

            —Pero, patrón, le pido, le ruego, sea usted comprensivo; lo que le pido es un préstamo; se lo pagaré con mi trabajo, aunque tenga que hacerlo día y noche; pero por favor concédame esta gracia, ¡Mi hija se muere! ¡Necesito dinero, por favor!

            —¡Lo siento, Pedro, no tengo dinero!, ¡ya te he pagado la semana!; ¡ si te has gastado el dinero en remedios, o que se yo, no es culpa mía¡ ¡Yo no soy una mina!, además, ¿De dónde crees que saco para regalarles los panetones  de Pascua? ¡Es de mi dinero! ¡Gasto demasiado en ustedes!  ¿Y todavía quieres más?

            El olor a fino tabaco que exhalaba el puro de Andrés Luna se mezclaba con la etérea fragancia de una copa de champagne que, en un sillón contiguo, saboreaba un amigo del inflexible patrón.

            —Pero, patrón…por piedad.

            —¡Te he dicho que no puedo! ¡¡ACASO NO ME DEJO ENTENDER??

            —¡Desgraciado! ¡Maldito seas tú y tu dinero! ¡Más comprensión tiene un perro que tú, porquería vestida de…!

            —¡PLAFF!

            La mano del acaudalado industrial se estrella en el rostro del humilde obrero que, lleno de ira e impotencia, retrocede un paso con los puños cerrados.

            —¡Estúpido! ¡Insensato! ¿Quién crees que eres? ¡Cholo imbécil, vete! ¡Vete, sal de mi vista! ¡Agradece que no te haga apresar, porque te tengo lástima! ¡Vete, vete, antes que te meta un balazo!

            La puerta se cierra tras el humillado Pedro y un molesto silencio  invade la oficina. El ruido de una botella al chocar con una copa hace volverse al enojado patrón.

            —¿Quién era ese cholo? —pregunta el amigo de Andrés Luna.

            —¡Un estúpido mal agradecido!, ¡dice que se muere su hija! ¿Qué culpa tengo yo? ¡que no tiene dinero! ¿Qué culpa tengo yo? ¡Si yo tengo dinero es porque trabajo, se utilizar el cerebro, sé pensar y no soy una bestia como ellos!, pero…¡Vean ese atrevimiento! ¿Creen que uno tiene que solucionarles todos sus problemas? ¡Qué me interesa a mí lo que les suceda a ellos! —Andrés Luna se queda un instante en silencio, aspira profundamente y se dirige a su amigo—: vamos, pásame una copa, quiero olvidar el mal rato que me ha hecho pasar ese infeliz.

            —¡Servido, Andrés!

            —¡Ah, qué bueno está esto!, oye, que te parece si vamos a mi casa. La cena va a estar deliciosa y de beber, ¡Tú ya sabes!

            —A ver, déjame pensarlo un poquito.

            —¡Anímate hombre!, solamente me falta firmar estos documentos. —Andrés Luna mira su reloj y exclama—: ¡Huy, tenemos tiempo de sobra ¿Me acompañarás a casa?

            —¡No me parece mala la idea! ¡Salud!

 

Las portezuelas se abrían y cerraban, al paso de los ocasionales visitantes; un pesado vaho, mezcla de alcohol y humo de tabaco, sale como tibias lenguas etéreas a perderse en el inmenso vacío de la noche. Un hombre camina sin rumbo, con la mirada fija en el suelo, como queriendo contar sus pasos.

—¡Hey, Pedro! ¿Cómo estás? ¿No pasas a acompañarme a tomar una copa?

El hombre, concentrado en quién sabe qué pensamientos, continúa su marcha.

—¡Hey, Pedro!, ¡Pedro!, ¿no me oyes?

— ¡He! ¿Quién? —Pedro, sorprendido y avergonzado se acerca a su amigo— ¡Hola Juan, disculpa que no te haya contestado estaba pensando…!

—¿Qué te pasa?, te veo preocupado, ¿qué tienes?

—¡Cosas de la vida, Juan!, ¡no sé qué hacer, mi hija está muy enferma y no encuentro dinero! Todo el día he ido de tropiezo en tropiezo, sin encontrar lo que busco; ya son las once de la noche y en mi casa no hay ni un pedazo de pan.

—¿Será posible?, ¿por qué no has acudido a mí? ¡Carambas, hombre!

¿Qué medicinas se necesitan?

—¡no lo sé!, salí temprano de casa, ya debe tener la receta María.

—¡Vamos, Vamos!, ¡vamos, yo te ayudaré!

 

Las calles, atestadas de gente, apenas si eran transitables; los escaparates, bellamente decorados, lucían hermosos juguetes que habrían satisfecho el gusto del niño más exigente; en el ambiente, el ruido de bombardas y cohetes, apagaba la conocida letanía de:” felices pascuas” mientras que, presurosos, hombres y mujeres se entrecruzaban, sonrientes, rumbo a su hogar.

—Mamá, tengo hambre y la cabeza me duele. ¿Por qué tarda papá? ¡Mamá, no te veo!, ¿dónde estás?... ¡No te vayas!

—¡Hijita!, ¡hijita!, ¿qué tienes? ¡Contéstame por favor! ¡Dime…!

—¡Mamá!, ¿vendrá Papá Noel ahora?...¿Vendrá…?

—¡Sí hijita, sí!, ¡vendrá!

—¡Mami!, ¡me ahogo…!, a..bri…ga…me, ten…go …fri…o.

—¡Noo!, ¡mi  niña se muere!, ¡se muere!, ¡Pedro!, ¡Pedro!, ¿dónde estás, Pedro!... ¡Hijita!, ¡contéstame, por favor, contéstame!...¡Nooo..!, ¡Nooo, está muerta…!  ¡Nooooooooo…!

 

—¡Ja, ja, ja, ja, ja!, ¿no te lo decía yo, mi querido amigo?...¡Soy feliz!, ¡Sí, feliz…ja, ja, ja, ja, ja! ¡Y todo gracias a que se utilizar bien el cerebro! ¡Sí amigo, Andrés Luna tiene dinero porque es inteligente! ¡Qué venga ese pavo y que viva la vida…!    

 

 

 


 

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